Hay épocas en las que uno solo quiere mirar hacia atrás. La actualidad abruma y los editores lo saben. La novela histórica vive un momento dulce —casi diríamos una edad de oro— debido a una conjunción de factores, y se ha convertido en uno de los géneros más robustos y rentables del mercado editorial en lengua española.
“La novela histórica siempre ha funcionado, pero en los últimos años se ha disparado”, dice Carmen Romero, editora de Ediciones B. ¿La razón? “Los lectores buscan un tiempo de calidad alejado de las pantallas, del bombardeo constante de información, y optan por una lectura que entretenga e instruya al mismo tiempo”. En tiempos de hiperconexión, el pasado ofrece una forma de evasión con cierto prestigio. Y perspectiva. “En épocas convulsas, los lectores tienden a volver la vista hacia el pasado, tal vez para contemplar la actualidad con una mayor panorámica”.
Gloria Gasch, editora de Columna, lo expresa sin rodeos: “La novela histórica no es una moda pasajera, sino un género de largo recorrido”. En el ámbito de la literatura en catalán, asegura, tiene una ventaja: cuando se narran hechos cercanos se genera una conexión emocional inmediata. “El lector catalán aprecia que se le hable de lugares que le son cercanos y que de algún modo lo interpelan”, afirma Gasch. Al fin y al cabo, leer sobre la historia de una calle conocida nunca tendrá el mismo efecto que hacerlo —con perdón— sobre la respetable Mesopotamia.
En su catálogo, la escritora Tània Juste lo ha demostrado con Les noies de Sants, ambientada en la Barcelona de posguerra en la que un grupo de jóvenes obreras luchan por su libertad en un barrio obrero; Martí Gironell con La muntanya del tresor, en el Montserrat de los años cuarenta, donde un periodista se adentra en una investigación de nazis, tesoros escondidos y simbolismo religioso. Y Jaume Clotet sigue ampliando este verano su trilogía con La calavera de l’apòstol, una intriga con toques esotéricos que arranca a partir de la desaparición de una reliquia atribuida a Santiago el Mayor, en una Europa convulsa del siglo XIX.
Claro que no todo es puro escapismo. Para Daniel Fernández, editor de Edhasa, hay también una necesidad más profunda: la de reconstruir una memoria común en un país donde la educación histórica está fragmentada y —a ratos— descosida. “España tiene poca memoria histórica, pero mucha curiosidad. Y más ahora, cuando la realidad parece distópica”. En este vacío de relato nacional, la novela histórica — experientia docet — da contexto. Ordena. Aún así, “lo importante es la novela; ‘histórica’ es solo el adjetivo”, dice. La exigencia no es negociable: “El lector capta enseguida cuando un personaje medieval habla como si fuera del siglo XXI, no todo vale”.

Según Daniel Fernández, falta una memoria común frente a una educación histórica fragmentada
Esta exigencia es también la base sobre la que Planeta ha lanzado Istoría, un nuevo sello dedicado a la novela histórica canónica. La apuesta de Istoría —que nace a partir de “una demanda por una novela histórica pura”, o sea, no mezclada con otros géneros— se centra en novelas que narren hechos históricos significativos —una revuelta, una invasión, un asesinato— con libertad narrativa, pero con una sólida base documental.
Títulos como el clásico El lazo de púrpura, de Alejandro Núñez Alonso, sobre la antigua Roma, o La mano negra, de Daniel Corpas, ejemplifican esa vocación de fidelidad histórica y literatura.
El responsable del sello, Roger Domingo, expresa que hay muchas novelas que se presentan como históricas, y sin embargo no respetan los códigos del género: “El lector lo nota y demanda rigor”.
En este punto entra invariablemente el factor humano. Belén López Celada, directora editorial de Planeta, Ariel, Crítica y Península, lo resume así: “Nada funciona si la historia no tiene alma”. Con todo, el éxito radica en contar bien: “Cuando una novela deja poso, la conversación entre lectores hace el resto. Produce una satisfacción especial recomendar un libro que, además de estar bien contado, está bien documentado”, dice. No en vano uno de los fenómenos literarios más constatables de los últimos años ha nacido este 2025: Por si un día volvemos, de María Dueñas, una historia sobre la emigración española a Orán que ha atrapado a cientos de miles de lectores.
La presencia en estas novelas de materiales adicionales —notas del autor, bibliografías, árboles genealógicos— enriquece la lectura. “Hace más accesible la historia sin perder profundidad. Hay novelas que compiten directamente con el ensayo”, afirma Gasch. En muchos casos, lo superan en capacidad de impacto, porque el ensayo es a veces un género que “puede resultar un tanto pesado”.
Ese equilibrio entre emoción y precisión también lo encarnan libros como El asesinato de Aristóteles, de Marcos Chicot, una intriga filosófica y política que sitúa al lector en el corazón de la Grecia clásica. O, también en Planeta, El sueño de Troya, de Alfonso Goizueta, que reconstruye los días del hallazgo arqueológico más célebre de la Antigüedad a través de una historia de ambición y deseo.

Según Belén López Celada, nada funciona si la historia no tiene alma
Y en esa línea, destacan figuras ya consagradas como Santiago Posteguillo, con su épica trilogía sobre Trajano o el reciente Roma soy yo (Ed. B) —que han convertido el pasado romano en un fenómeno editorial de masas—. Al igual que Ildefonso Falcones, cuya novela, Esclava de la libertad (Grijalbo), aborda la esclavitud en la Cuba colonial, tras el largo superéxito de La catedral del mar.
En el catálogo de Edhasa encontramos ejemplos a raudales. Hijos de la luna, de José Zoilo, se sitúa en la cultura argárica, un periodo del que apenas disponemos documentación. “Zoilo aquí lo ha inventado casi todo, pero lo hace creíble. Esa es la clave”, dice Fernández. Para el editor, el reto es que la documentación no sepulte la narración. “El exceso de erudición mata la novela”, sentencia. (Y probablemente también el ánimo del lector).
Asimismo se ha advertido en los últimos años una renovación del público. “La novela histórica se ha rejuvenecido y feminizado”, apunta Daniel Fernández. Lo confirma Carmen Romero, que menciona casos de su catálogo como el de Inma Aguilera, con La dama de la Cartuja o Andrea D. Morales, con La biblioteca de Córdoba, autoras nacidas en los noventa y que ambas están conectando con lectoras jóvenes. El éxito de Aguilera —fue la novela debut más vendida en España el año pasado— demuestra que el género no tiene por qué ser académico ni solemne. “El escritor, ingeniero e historiador Luis Zueco, por ejemplo, escribe una novela muy cercana al relato de aventuras, con mucha acción. Y eso atrae a lectores jóvenes”, explica Romero. “Lo maravilloso de los libros es que pueden abrir nuevas tendencias. Zueco puede escribir sobre los orígenes de la cartografía y ser un éxito, mientras que Aguilera puede ambientar su novela en una fábrica de vajillas del siglo XIX y convertirse en la revelación del año”.
El mundo editorial español gira en buena medida en torno a los premios, y el género histórico no podía quedar fuera de ellos. En catalán, Columna convoca desde 1998 el premio Néstor Luján, exclusivamente dirigido a la habilidad del novelista histórico. Sus numerosas reediciones confirman la vigencia del género. Un título como Francesca de Barcelona, de Laia Perarnau —la historia de una médica del siglo XIV que ejerce como comadrona porque no puede hacerlo legalmente—, que lo obtuvo el 2022, es prueba del poder narrativo que encierra lo específico. “El último ganador del Néstor Luján, Ernest Prunera, aborda en Quan s’allunyi la tempesta un personaje original en una época poco tratada, la caída del Imperio carolingio. Estos vacíos requieren la habilidad del novelista para ser llenados con credibilidad”, asegura Gasch.
Edhasa organiza desde 2007 el Premio Edhasa Narrativas Históricas, consolidado como uno de los galardones más prestigiosos del panorama hispano, que han obtenido autores como Francisco Narla con Laín, el bastardo; Emilio Lara con Tiempos de esperanza, y, en la última convocatoria, Pilar Sánchez con El cantar del Norte. A este se suman otros certámenes no poco relevantes, como el Premio de Novela Histórica Ciudad de Úbeda.
El mundo editorial español gira en buena medida en torno a los premios, y el género histórico no podía quedar fuera de ellos
El galardón literario español mejor dotado y más vendido ha mostrado también estar atento al género. Paloma Sánchez Garnica obtuvo el Premio Planeta en 2024 con Victoria, tercer volumen de una trilogía que tiene como eje el Berlín de la época nazi; Luz Gabás fue Premio Planeta en 2022 con Lejos de Luisiana — sobre un amor imposible en la Luisiana colonial—; y resultó premiada con el mismo galardón en el 2020 Eva García Sáenz de Urturi con Aquitania, epopeya histórica de intriga medieval y envenenamientos palaciegos.
En el ámbito hispano, un referente de novela histórica ineludible —tal vez el mayor referente— ha sido Alatriste, el personaje ficticio ambientado en la España del Siglo de Oro y protagonista de la serie de novelas Las aventuras del capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte, con más de 20 millones de ventas en todo el mundo. “Su irrupción fue un punto de inflexión”, sostiene Pilar Reyes, directora de la división literaria de Penguin Random House-. En un momento —a mediados de los años noventa— en que la literatura española apostaba por la experimentación formal, Arturo Pérez-Reverte recuperó la tradición de la novela que cuenta con aliento clásico”. Para Reyes, Alatriste también respondía a una inquietud sobre cómo se enseñaba la historia en las escuelas: “Es un personaje con una corporeidad casi real, como el Lazarillo o la Celestina. Ese vínculo emocional ha contribuido a construir un mercado sólido para el género”. El regreso del capitán, un exsoldado de los Tercios de Flandes que trabaja como espadachín a sueldo en la España del siglo XVII, ya está en marcha: la nueva entrega, Misión en París, llegará en septiembre, casi tres décadas después de la primera.

Según Pilar Reyes, la irrupción del capitán Alatriste marcó un punto de inflexión
Esta feliz sintonía entre el saber y el entretenimiento se ha visto favorecida por fenómenos paralelos: redes sociales, pódcast o series. “Todo eso ha acercado la historia a nuevos públicos”, sostiene Belén López Celada. Pero en el origen de todo seguimos encontrando lo de siempre, la experiencia de la lectura. Y cuando la calidad narrativa se une al rigor documental, se produce algo difícil de replicar en otros géneros: una lectura viva y profundamente humana.