Cascos, botas, monos de trabajo. Las ropas, colgadas de las perchas y alzadas en el aire, parecen hombres desinflados. Esta recreación de un vestuario minero es lo primero que los visitantes se encuentran en La Fábrica de Luz. Es, junto con La Térmica Cultural, una de las dos antiguas centrales térmicas de carbón restauradas y musealizadas en Ponferrada. En ellas es ahora la cultura lo que combustiona. Y no sólo aquí, en la capital de la comarca del Bierzo, en León, sino también en otros 197 municipios, casi todos de menos de cinco mil habitantes, con los que la Fundación Ciudad de la Energía, Ciuden, organismo responsable de ambos museos y dependiente del Instituto para la Transición Justa, ha firmado convenios de colaboración.
En el ámbito cultural, estos acuerdos han dado lugar al programa Dinamiz-ARTj, que está llevando a estos municipios grupos de música y teatro, entre otras propuestas escénicas. “Es una apuesta por dinamizar las zonas de transición justa y hacemos unas mil actuaciones todos los años. Hemos convertido estas dos antiguas centrales térmicas en centros culturales”, dice Yasodhara López, directora de Ciuden.
Locomotora en La Fábrica de Luz
La Recicladora Cultural es otro de los proyectos. Se trata, con una idea de sostenibilidad, de la reutilización de exposiciones en municipios de transición justa y de reto demográfico. Transición justa, que es como denominan a los territorios en los que se han cerrado minas y centrales térmicas dentro de un proceso de descarbonización y de cambio a fuentes de energía renovable.
La primera de las dos centrales que se recuperó fue La Fábrica de Luz, una pequeña térmica de los años veinte, propiedad de la Minero Siderúrgica de Ponferrada, MSP. Antes de su apertura como museo en julio de 2011, la central era una construcción devorada por el óxido y el olvido. Su restauración, que recibió un Premio Europa Nostra a la conservación del patrimonio, permite descubrir cómo se producía electricidad con la quema del carbón.
Voces mineras
La visita en La Fábrica de Luz va del muelle de carbones a la nave de calderas y a la nave de turbinas, con su maquinaria original. En el recorrido no sólo acompañan sonidos dispuestos para evocar la actividad —una locomotora Baldwin silbando vapores, una tolva descargando carbón—, sino también testimonios de trabajadores y trabajadoras que cuentan sus vidas a través de pantallas en las que se les ve a tamaño natural. Ahí están las tres hermanas Silván —Esther, Rosa e Inés—, que cuentan cómo estaban deseando casarse para dejar la mina, porque también las mujeres trabajaron en el sector, especialmente en los lavaderos de carbón. O las historias de Roberto Alonso, ferroviario del P onferrada-Villablino, conocido como Ponfeblino, que transportaba hasta aquí el carbón desde la comarca de Laciana.
La reciente exposición dedicada a Sorolla
“Además de para la electricidad, el carbón era fundamental para el ferrocarril y también para las calefacciones”, cuenta Eduardo López Domínguez, guía del museo y que procede de una familia minera, ya que es nieto de picador. “Las minas trajeron riqueza y vinieron personas de todas las provincias a trabajar aquí. También trajeron mestizaje cultural, con personas de Cabo Verde, Pakistán, Polonia y Ucrania”, añade.
⁄ En la nave de calderas las temperaturas solían estar por encima de los cuarenta grados
El rojo de los ladrillos refractarios es el color predominante en la nave de calderas, donde los operarios trabajaban en tres turnos para alimentar un fuego que parecía eterno. Desde la apertura del museo, entre las calderas se hacen conciertos, presentaciones de libros y charlas. Aquí las temperaturas solían estar por encima de los cuarenta grados, pero era peor todavía en la nave de turbinas, la última que se visita, donde se podían alcanzar los cincuenta. El ruido que provocaban las turbinas, que ahora parecen ballenas dormidas, era ensordecedor.
Cultura incandescente
“Éste es un edificio de los años cuarenta y se han mantenido sus características. Fue la primera central térmica de Endesa, que nació aquí, en Ponferrada, en el año 1944”, dice Concepción Fernández, directora del área de Museos, Patrimonio y Cultura de Ciuden. Estamos en el amplio y blanquísimo vestíbulo de la antigua central térmica de carbón Compostilla I, convertida ahora en La Térmica Cultural. Está sobre una pequeña colina, a diez minutos a pie desde La Fábrica de Luz.
Se inauguró en marzo del 2023. En la fachada del edificio, también blanca con predominio del vidrio y el acero, se puede leer este eslogan: “cultura incandescente”. Por la noche, esta fachada se ilumina con luces de colores. A sus pies se encienden también las de Ponferrada, dividida por el río Sil y oxigenada por la respiración verde de los pinos y castaños del monte Pajariel, mirador de la ciudad y lugar habitual de paseo y de rutas en bici.
⁄ Helechos traídos desde Australia y Nueva Zelanda contrastan con los restos industriales de hormigón
Antes de entrar en el edificio de La Térmica Cultural, ya hay elementos en su jardín que nos hablan de su condición industrial. Son turbinas y transformadores de la última central térmica del Bierzo, Compostilla II, en la cercana localidad de Cubillos del Sil. Una central que cerró en 2020 y cuyo desmantelamiento todavía se está produciendo. Junto a ella, la Fundación Ciudad de la Energía, Ciuden, tiene otra sede dedicada a sus programas de investigación, desarrollo e innovación.
Fábrica de Luz, antigua central térmica de carbón
En la antigua central térmica de carbón Compostilla I, ahora La Térmica Cultural, se quemaba antracita. Es el tipo de carbón que da nombre a su auditorio, con capacidad para doscientas personas. Cada semana, este auditorio acoge alguno de los espectáculos del citado programa Dinamiz-ARTj, además de utilizarse para conferencias, ponencias de congresos o la grabación de programas de radio, entre otras actividades.
A otros tipos de carbón aluden distintos espacios del museo, como la sala Lignito, en la que se puede conocer el funcionamiento de una central térmica a través de una experiencia realizada con gafas de realidad virtual, y la sala Hulla, para exposiciones temporales. Actualmente acoge una de Redeia, la matriz de Red Eléctrica, titulada “Conectados al futuro: la transición energética”.
Pero si hay un espacio verdaderamente singular en La Térmica Cultural —y el más buscado para las fotos— es el de la sala Calderas, donde está el Fuego Verde, un jardín interior de helechos arborescentes que supone un guiño a los orígenes del carbón. Estos helechos traídos desde Australia y Nueva Zelanda contrastan con los restos industriales de hormigón de la sala y recuerdan que especies similares cubrían las cuencas mineras del Bierzo y Laciana en el periodo Carbonífero, y que son el germen de los yacimientos de carbón en ambas comarcas. El interiorista mexicano Jerónimo Hagerman, fallecido en febrero de 2023, diseñó esta instalación.
Sorolla y flamenco
La luz mediterránea ha llegado hasta la sala Condensadores de La Térmica Cultural con la exposición dedicada al pintor Joaquín Sorolla y que ha sido la joya del museo en esta temporada. Esta muestra, titulada Sorolla a través de la luz. De la tradición a la modernidad, finaliza este domingo. En ella se han podido ver algunas obras que no habían sido expuestas antes en España, como La red y Retrato de Federico Suárez , cedidas por el Museo Universidad de Navarra, así como Duelo en una hostería , de la colección Pérez Simón, y Puerto de Valencia , proveniente de una colección privada.
Recreación de un vestuario minero
“El reto era integrar estas cuarenta obras originales en un lugar industrial como es esta sala, y creo que lo hemos conseguido”, dice Eneas Bernal, coordinador de la muestra y programador cultural en Ciuden. La exposición se ha completado con una experiencia de realidad virtual y con un cubo sensorial en el que se proyectan pinturas de Sorolla.
Desde su apertura, la Térmica Cultural también ha arriesgado en sus propuestas y una buena muestra es el festival flamenco Bierzo al Toque, que el pasado mes de julio celebró su tercera edición. La sala Turbinas , en la primera planta del edificio y con un aforo de 1.300 personas, volvió a llenarse de nuevo para el que se ha convertido ya en el principal festival de flamenco del noroeste peninsular. Entre otros artistas, el público disfrutó en esta edición del cante preciso de Carmen Linares y de la guitarra de Tomatito, a la que hasta los helechos arborescentes, agitando sus frondas, parecían acompañar al compás.
