Luis Enrique y sus respetables demonios

Gol Sur

Luis Enrique y sus respetables demonios
Corresponsal en África Subsahariana

El hombre vino asustado hacia mí, dispuesto a delatar al diablo. Yo había llegado una semana atrás a una República Centroafricana rota, que se retorcía en una guerra civil desencadenada, donde hermanos y vecinos se mataban sin piedad. Aquel hombre, dueño de una tienda de móviles, me vino a buscar porque tenía pruebas de la maldad: un joven rebelde, me contó, había ido a su tienda a exigirle que liberara la memoria de su móvil porque ya no tenía espacio para más fotos. Al descargar el contenido, encontró imágenes de torturas y de ejecuciones, así que copió disimuladamente aquellas pruebas en un pendrive y me lo entregó para ver si podía hacer algo. Al regresar a mi habitación y descargar el USB en mi ordenador, me hundí en un mar de atrocidades, donde aparecía el rebelde sonriente en primer plano junto a cadáveres frescos o heridas abiertas. Pero junto a aquellas fotos negras, había otras humanas: aquel mercenario conservaba fotografías de sus amigos de adolescencia, vídeomensajes de amor a su novia o fotografías de un bebé, quizás su hijo o un sobrino, rodeado de corazones. También había fotografiado unas flores lilas especialmente bonitas.

Aquel día en República Centroafricana, frente a aquellas fotos de un rebelde asesino, aprendí que casi nadie es totalmente perverso.

Durante años me convencí de que el PSG era el club más odioso del fútbol moderno, con permiso del Real Madrid

Por suerte, el fútbol permite tomarse menos en serio la vida y bajar a un terreno digerible nuestras contradicciones.

Lo confieso: durante años me convencí de que el París Saint-Germain era el club más odioso del fútbol moderno, con permiso del Real Madrid, cuyo título es vitalicio.

La prepotencia millonaria de su dueño, la apuesta caprichosa por coleccionar estrellas, además del robo de Neymar o el abrazo de boa constrictor a nuestro Messi, convirtieron al equipo parisino en una suerte de club diablo, que forzaba rivalidades (el odio de su afición al Barça tiene algo de sobreactuación) sin historia ni identidad detrás.

Y entonces llegó Luis Enrique y lo fastidió todo. El asturiano, mi jugador favorito de adolescente por su carácter desafiante y su lucha innegociable, ha sido capaz de desvestir al PSG de purpurina, desdramatizar la marcha de Mbappé, y ha construido un equipazo que juega como si todos fueran soldados. Evidentemente hay chequera en el césped, pero Lucho ha sabido hacer del PSG una máquina de jugar al fútbol donde las estrellas juegan al servicio del colectivo. Ver presionar a Dembélé, la apatía hecha jugador en Can Barça, como si se muriera de sed es incluso emocionante.

Luis Enrique no ha conseguido que deje de ver al PSG como un club antipático pero sí que reconozca en su once a un equipo respetable, casi de época. Y que, cuando lo ganan todo, chasqueé la lengua y piense para mis adentros: “Estos diablos se lo merecen”.

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