Lamine Yamal revalida un viejo axioma que el fútbol se reserva para unos pocos: los elegidos. Los genios irrumpen pronto, no esperan a nadie y son reconocibles al instante. Hoy cumple 18 años, la mayoría de edad en términos legales y administrativos. Ya tiene los derechos y obligaciones de los adultos. Puede votar, conducir y manejar la cuenta bancaria, por ejemplo. Se despide de la adolescencia, pero los adolescentes no suelen cargar con las responsabilidades que le han correspondido a Lamine: erigirse en el líder del Barça, uno de los clubs más demandantes de éxito en el mundo, lograrlo en un periodo de extrema inestabilidad y transformar el proceso depresivo en un estado de felicidad.
La precocidad en el fútbol se asocia a la expectativa, desarrollo y decantación final. Es decir, a un proyecto. Hasta los mejores proyectos, los que confirman las previsiones, requieren de tiempo y paciencia. El Barça sabe bastante de estos asuntos. Iniesta y Xavi, dos jugadores que impresionaron desde la niñez, dejaron una huella indeleble después de enfrentarse a periodos de incertidumbre y críticas.
En la primera oportunidad, Lamine Yamal tiró la puerta de una patada, como los más grandes
Lamine Yamal quiere figurar en otra categoría, la más escasa del fútbol, apenas habitada por una docena de jugadores, quizá tan solo tres si nos ponemos estrictos: Pelé, Maradona y Messi. Una primera característica les define: el impacto instantáneo. Pelé nunca fue proyecto. Apareció en el Mundial de 1958 con 17 años y en cuatro partidos apagó la luz a estrellas como Garrincha o Didí. En Argentina, el gran debate previo al Mundial de 1978 pasaba por establecer los méritos de un crío de 17 años para ingresar en la selección. Se llamaba Diego Maradona. Menotti no le reclamó en la convocatoria definitiva. La polémica permanece. Nunca se apagará.
El debut de Messi como titular en el Barça –Trofeo Gamper, 2005, frente a la Juve– figura como un capítulo esencial de su fabuloso recorrido. Nadie escapó al asombro de sus habilidades, ni el curtido Fabio Capello, nada propenso al elogio. Solía reservarlos para él mismo. “No he visto nada igual”, declaró después del partido. Probablemente, dos o tres generaciones de aficionados al fútbol piensan lo mismo.

Un grafiti de Lamine Yamal en Barcelona
Como ellos, Lamine Yamal no ha sido un proyecto. Agarró la primera oportunidad y tiró la puerta de una patada, como solo pueden hacerlo los más grandes del fútbol. No han pasado dos años de la edición 2023 del trofeo Gamper. Dirigido por Xavi Hernández, el Barça se enfrentó al Tottenham. Dos goles del equipo inglés provocaron el desánimo. Se escuchaban quejas y algunos silbidos. En el minuto 80, Xavi hizo el octavo cambio: Lamine Yamal por Eric García.
A Lamine le bastaron 10 minutos para convertir el más tristón de los partidos en una fiesta inenarrable. Dio vuelta al Barça como un calcetín. Destruyó a Reguilón, el lateral izquierdo del Tottenham, como después destrozaría a la mayoría de sus marcadores. El Barça ganó 4-2 y Lamine Yamal participó en las jugadas de los tres últimos goles. Tres semanas antes había cumplido 16 años. Tres semanas después debutó en la selección española. Dos años más tarde, ha ganado el 80% de los títulos a los que cualquier gran jugador aspira: Liga, Copa y Supercopa con el Barça, Eurocopa y Liga de las Naciones con la selección española. Le faltan por apuntarse el Mundial y la Champions.
Fuera de Pelé, ningún jugador tan joven ha producido un impacto tan significativo. El Barça es otro desde la irrupción de Lamine. Atrás queda la melancolía y el desencanto. Se nota a la legua la ebullición del equipo, encabezado por un futbolista que hoy cumple 18 años y llevará en la espalda el 10 de Messi. Nadie podrá lucirlo mejor y con más méritos que Lamine Yamal.