Esa distancia radical entre el talante de Alcaraz y Sinner sustenta y alimenta la rivalidad entre los dos mejores tenistas del momento, una lotería ganada para los amantes de la raqueta por cuanto la longeva excepcionalidad del Big three (Djokovic, Nadal, Federer) hacía presagiar una época de orfandad por pura lógica. La aparición de los dos fenómenos le sienta al tenis mundial de maravilla. No hay mejor manera de seducir al público no entregado (los fieles no fallan nunca) para ampliar mercado. Los antagonismos funcionan como imanes. Sinner es el Borg del siglo XXI, un tenista moldeado en hielo. Alcaraz es como McEnroe, pero sin faltar.
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