Recuperada como dignísima residencia alternativa, Montjuïc ha estrenado nuevo césped y ha incorporado la Regidora de Bufandas, una figura que coordina los movimientos de una grada que acepta renunciar a su propia iniciativa. Confirmando la transformación de los estadios de fútbol en sucedáneos de platós de televisión, el espectáculo necesita un adoctrinamiento primario que, en colaboración con el insufrible speaker –“¡Venga, vamos, vamos!”, “¡Arriba, arriba!”–, organice la reactividad del público cual monitor hiperactivo de campamento.
Es la consecuencia de una situación financiera que nos exige renunciar a formas de romanticismo y autonomía que han pasado a la historia. La evolución de los tiempos incorpora tecnologías que provocan espejismos, como que la publicidad dinámica –antiguamente, publicidad estática– anuncie el nombre de Olivia Dean, de manera que los que vemos el fútbol desde casa no sepamos si solo la vemos nosotros o también los aficionados de Montjuïc (más de cincuenta mil, a precios razonables).
Tras un obligado parón por pubalgia, Lamine Yamal volvió a ser decisivo
¿Quién será Olivia Dean?, me pregunto. Es un cebo pensado para que consuma buscador de internet y me entere de que es una cantante de neosoul que debe formar parte del pack de promociones dictadas por el todopoderoso patrocinador musical. De hecho, es un día tan musical que la llegada del público se ha tenido que coordinar con el piromusical de la Mercè, que este año se inspira en el cancionero de Estopa. Teniendo en cuenta la dimensión simbólica del club y el poder del Ayuntamiento, habríamos podido incluir en el programa de fiestas un partido amistoso entre inspectores de obras municipales y directivos del club malabaristas de la justificación a plazos.
Pero volvamos a Montjuïc. Primera parte de fútbol excesivamente lento y tácticamente descompensado, marcado por el impacto de la lesión de Joan Garcia (y la recaída de Gavi), que ha reactivado los fantasmas más supersticiosos. La ambivalencia fatalista es una tradición –Santi Giménez lo escribe en el libro Nos crecen los enano s– que cada nueva lesión invoca. Hay una memoria de desgracias que, en el caso de los porteros, empieza a ser preocupante. ¿La segunda parte? El juego se acelera y, tras un parón por pubalgia –cuenta la leyenda que, cuando un jugador hispano-danés no pudo asistir a un entrenamiento por pubalgia y se presentó ante Johan Cruyff, el holandés le recomendó que dejara de follar de pie–, Lamine Yamal solo necesitó un minuto para fabricar un pase perfecto al que Lewandowski correspondió marcando el gol de la victoria.
Lamine Yamal ofreció a la afición el trofeo Kopa antes del partido
Era la confirmación del presagio espontáneo que el padre de Lamine Yamal expresó en París, en la gala del Balón de Oro. Transformada en consigna, la frase “Para bien o para mal, Lamine Yamal”, justifica una línea de merchandising de autoayuda con esta inscripción. Una frase que reafirme una idea que es simultáneamente primaria y metafísica. Negaré haberlo escrito, pero, a estas alturas aún no entiendo qué demonios significa eso de “para bien o para mal, Lamine Yamal”. Deduzco que debe referirse a las formas de incondicionalidad que los padres practicamos, a veces hasta traumatizarlos, con nuestros hijos.