En el verano de 1972, el púgil estadounidense Muhammad Ali ya era inmensamente famoso. Ocho años antes había conquistado el título mundial de los pesos pesados ante Sonny Liston y había anunciado su conversión al islamismo y repudiado el nombre con el que fue mundialmente conocido, Cassius Clay. “Era mi nombre de esclavo”, explicó. También se había visto despojado del título por declararse objetor de conciencia y negarse a formar parte de las fuerzas armadas durante la guerra de Vietnam. Había regresado a los cuadriláteros en octubre de 1970 y había sufrido la primera derrota, ante Joe Frazier, después de 30 combates invicto. Luego recuperaría el título mundial, combatió otras veces con Frazier y coprotagonizó la legendaria pelea con George Foreman en Kinsasa. Pero nuestra historia, como señalábamos, se sitúa en los primeros días de agosto de 1972, cuando Muhammad Ali pasó por Barcelona para un combate de exhibición con el argentino Goyo Peralta.
El loco de Louisville , como le denominaba la prensa, aterrizó en Barajas el sábado 29 de julio, poco antes de las doce de la noche. Procedente de Casablanca, donde había disputado otra pelea similar, en Barajas pasó el control de pasaportes y embarcó en el golfo , el vuelo nocturno que enlazaba Madrid y Barcelona, a donde llegó a las tres de la madrugada. Iba acompañado de un séquito reducido de sólo diez personas, entre ellas su preparador, Angelo Dundee, su esposa Belinda y su madre, Odessa.
Llegó con su séquito de diez personas, se alojó en la Rambla y dio una rueda de prensa en Jorba Preciados
Su visita fue un constante show , digno de la fama que le precedía. La única recepción oficial se llevó a cabo en el ayuntamiento barcelonés, donde Félix Gallardo, primer teniente de alcalde, le hizo entrega de una reproducción de la fuente de Canaletes. Alojado en la Rambla, en el hotel Manila (hoy Le Méridien), fue allí donde atendió a la prensa y, como ya había sucedido en sus primeras declaraciones a pie de avión tanto en Madrid como en Barcelona, despreció a quienes se le dirigían como Cassius Clay que era la denominación que utilizó de forma prácticamente unánime toda la prensa española. Le preguntaron cómo un pacifista como él podía ser boxeador (“yo soy un deportista, no un asesino, no salgo al ring a matar a nadie”), le pidieron cómo acabar con la droga (“todavía no soy presidente, pregúntenle a Nixon”) y señaló que no tendría inconveniente en enfrentarse algún día con el guipuzcoano José Manuel Ibar Urtain, en aquel momento uno de los principales pesos pesados europeos. El combate Ali-Urtain nunca llegó a producirse, por fortuna para el morrosko de Cestona seguramente.
Cuando se cansó de responder, Ali empezó a gritar: “¿Dónde está Peralta, dónde está? Y tras dar varias patadas a las sillas y arrancar los carteles que se habían dispuesto en las paredes desapareció. Queda constancia del menú que se zampó Clay aquel día: dos platos de lubina a la plancha, un solomillo con patatas fritas y cuatro copas de sangría. “Luego eructó, costumbre muy sana, y se fue a la habitación con su mujer”, señaló la crónica del especialista en boxeo del Dicen , José Luis Marco.
El pesaje oficial se efectuó el día del combate a las 12.30 de la mañana, en la terraza de la planta sexta de los almacenes Jorba Preciados, en el Portal de l’Àngel. Alí dio 99 kilos por los 90,2 de su rival. Para aquel 1 de agosto se programó una atractiva velada de cinco combates en la plaza de toros Monumental, a partir de las 22.15 horas. Doce mil entradas a la venta y prácticamente lleno. En el caso del combate estelar se anunció así: “Muhammad Ali (Cassius Clay), excepcional excampeón mundial de los pesados, contra Goyo Peralta, el científico as argentino”. Ocho asaltos de dos minutos.
El organizador de la velada era el aragonés Luis Bamala, excampeón de Catalunya de lucha libre y uno de los grandes promotores de aquellos tiempos. Su hija Marta –dato anecdótico que quizá no aporta nada, pero nos sitúa en la época– estaba casada con el futbolista Jesús Glaría, entonces jugador del Espanyol después de un largo paso por el At. Madrid y tristemente fallecido en accidente de circulación a los 36 años, en 1978.
A decir de la crítica especializada, el combate de exhibición fue un gran espectáculo. “Fue algo delicioso, algo increíble en un peso pesado que roza los cien kilos y mide un metro noventa, porque Clay se mueve a mayor velocidad que un peso pluma y saca las manos con una rapidez supersónica. Pasaron volando los ocho asaltos (y pico, porque en el quinto el hombre de la campana estaba tan embelesado que se olvidó de tocarla a tiempo)”, reseñaron entre José Canalis y Carlos Pardo en el Mundo Deportivo .
Entre los asistentes al combate se hallaban, y subieron al ring a saludar, José Legrá, Pedro Carrasco y Urtain. Muhammad Ali se negó a estrechar la mano de éste último. Huyó, sin ni siquiera cruzar la mirada. Uno perseguía y el otro se escabullía. “Era un juego del escondite, con obstáculos en forma de fotógrafos, mánagers, segundos, locutores y auxiliares, una escena digna de los Hermanos Marx. El espectáculo estaba bien organizado”. Entre los locutores, por cierto, la filmación del NO-DO muestra a Joaquim Maria Puyal retransmitiendo el combate.
Al día siguiente, el loco de Louisville abandonó Barcelona y se dirigió a Teherán, qué tiempos, para otra exhibición sin duda remunerada con alegría.


