Ricky Rubio: aquel niño, este hombre

Opinión

Ricky Rubio: aquel niño, este hombre
Redactor de deportes

He tenido la oportunidad de conversar con Ricky Rubio en un par de ocasiones, y en ambas me han fascinado la profundidad de su mirada y la vulnerabilidad de un ser gigantesco.

Desde las limitaciones de un hombre de 1,70m como es mi caso, sus 1,88m son infinitos: en su presencia, siempre he tenido la sensación física de que podría aplastarme golpeándome con el puño de arriba abajo, como quien aplasta a una mosca.

Y sin embargo, no es así. 

Ricky Rubio jamás aplastaría a una mosca. 

Cuando nos habla, nos entrega el alma. Recuerda a su madre, Tona Vives, que falleció en el 2016, víctima de un cáncer de pulmón. Cuenta que recurre a la meditación para buscar la paz. Y se engrandece definitivamente al confesarnos que, en algunas ocasiones, se ha perdido en los laberintos de la mente.

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“Una de las noches en que estaba en el hotel, dije: 'no quiero seguir, no ya con el baloncesto, sino con la vida'. Puedo entender a la gente que está en el momento de éxito y se ha quitado la vida, la veo como gente normal que dice que no puede seguir. Hay un momento donde todo te pesa tanto...”, le contaba semanas atrás a Jordi Évole en La Sexta.

Ricky Rubio es mucho más que un baloncestista fabuloso, por mucho que sea así como le hayamos conocido. Es un empresario, también un alma altruista que creó una fundación para concienciarnos en la lucha contra el cáncer, y también un paterfamilias y un ser sufriente que bota el balón mientras explora en su alma. Puedo imaginarle sorteando el ruido interior mientras entrega una asistencia inverosímil, cada vez que se asoma a la cancha de baloncesto y repasa la felicidad de aquel niño que fue y la responsabilidad del hombre que es hoy.

Siempre he tenido la sensación física de que Ricky Rubio podría aplastarme como se aplasta a una mosca; pero no es así: él nunca aplastaría a una mosca

Para hallar la paz, no hay nada como regresar a los orígenes, volver al hogar. El desenlace, su vuelta al Joventut, es redondo. Todos ganan aquí. 

Ricky Rubio le entrega un chute de energía a la ciutat del bàsquet, que es como conocemos a Badalona, y le da esperanza al comprometido espíritu verdiblanco, y se reinventa, se da un espacio para disfrutar del baloncesto como no lo estaba haciendo en la selección española, ni en la NBA, y tampoco en su última aventura en el Barça, club que lo exige todo, mal refugio para aquel que pelotea en busca de la felicidad.

Quienes le admiramos aplaudimos este nuevo paso. En un baloncesto homogeneizado, de bloques similares, de jugadores prototípicos, tan sacrificados como obedientes, su juego nos da magia, me hace pensar en aquella etiqueta de la NBA: 'I love this game'. 

 

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