Querido lector, voy a invertir la página contigua de este diario en hablarle de la última y accidentada etapa de la Vuelta a España, mutilada a ocho kilómetros de meta, pero esa deriva me duele, y por eso prefiero aprovechar esta Escuadra para revivir otros tiempos del ciclismo.
Prefiero retroceder hasta 1989.
Este viaje en el tiempo no es caprichoso, sino circunstancial, cosas de la tecnología, un buen regalo en esta época digital. Cuando nos tumbamos en el sofá y agarramos el mando a distancia, podemos revisar cualquier episodio del pasado, pues todo está documentado y bien empaquetadito. Eso hice hace un par de noches. Trasteando en las plataformas, me topé con un documental. Se trata de LeMond, un americano en París.
¡Wow, para un cincuentón aficionado al ciclismo, ese documento es un tesoro!
El relato es un retrato a tres bandas, nada que ver con este ciclismo monologuista en el que siempre gana Pogacar y si no está Pogacar, gana Vingegaard.
Los ciclistas lucían cintas en la cabeza. Las ruedas llevaban tubulares. Los pedales eran calapiés
Tres personalidades concurren en el inicio del Tour de 1989 y uno de ellos, el campeón de 1988, se despista en los prolegómenos de la crono inicial, comparece tarde en la salida y desperdicia 2m40s: es Perico Delgado, y desde ese momento ya va a destiempo, siempre va fuera de la pelea por la victoria final.

Greg Lemond, entre Laurent Fignon y Perico Delgado, en el podio de París en 1989
El combate se cierra a dos.
De un lado está el irascible Laurent Fignon, que es francés y murió joven y también es puñetero y a nadie le cae bien, ni siquiera a los aficionados franceses. Y del otro, Greg LeMond, único estadounidense que ha ganado un Tour pues Armstrong y Landis son tramposos probados y borrados.
LeMond va y viene, al principio había sido amigo de Hinault y luego, víctima del caimán, y ahora es víctima de Fignon, que trampea y manipula a la opinión pública y se descuelga y resucita y se desmonta al final, tras un desenlace de infarto (tras la crono que cierra la carrera, LeMond se apunta el título por ocho segundos sobre el francés, el margen más corto nunca visto en el Tour).
Y mientras el relato progresa, me sumerjo en las imágenes. Son hipnóticas.
Los ciclistas lucen cintas en la cabeza o pedalean melena al viento. Las ruedas son finísimas y llevan tubulares. Los pedales son calapiés. Los cuadros son de acero. Veo camisetas de Renault, recuerdo que tuve una de esas, me recuerdo que debo hurgar en el fondo del armario.
Reviviendo 1989, me digo que aquel mundo era entonces mejor, tanto que los aficionados podíamos centrarnos solo en las personalidades de los ciclistas, pero en realidad soy un ingenuo pues ya entonces se desmantelaba la Unión Soviética, se vaticinaba la guerra de Yugoslavia y asistíamos a la primera Intifada, aperitivo del desastre que vivimos hoy en Gaza.