El fútbol moderno se juega y se arbitra en riguroso diferido. Existe un decalaje entre la vida y el marcador. Hay que esperar, poner en pausa las emociones. Y si celebras en directo puedes quedar desfasado en cuestión de segundos. Todo se decide lejos del césped y a cámara lenta, lo que desnaturaliza lo que sucede en el estadio. Cinco veces rectificó Soto Grado sus juicios en vivo a instancias del VAR. Por recomendación desde el pinganillo, dejó sin efecto un penalti que él ya había señalado, anuló tres goles por fuera de juego gracias al semiautomático y después acabó decretando pena máxima por un impacto con el brazo de Eric Garcia tras dos rebotes. Es la nueva religión, la de las repeticiones y las imágenes congeladas.
Como todo en el campo hay que cogerlo con pinzas, lo único que queda o lo que más pesa son las frases de la previa de Lamine Yamal. Aunque fuese en un tono desenfadado dentro del espectáculo que es la Kings League de Piqué. Pero el joven delantero del Barcelona, desafiante y desacomplejado, estaba en el punto de mira de los madridistas.
Guardaespaldas
Raphinha, vestido de calle, tuvo que bajar para interponerse entre su compatriota y su compañero
El día que retrasaron la hora, pareció que volvían los tiempos del inefable Mourinho a los clásicos entre el Barça y el Madrid. Al chaval estar en el centro de la exposición pública igual no le ayudó para desplegar su mejor juego. Sus dos chuts, uno en la primera parte y otro en la segunda, no cogieron puerta. Y solo se marchó en la mitad de los ocho regates que intentó en el encuentro.
Pero toda la tensión acumulada durante la semana –e incluso de la temporada pasada, con cuatro triunfos blaugrana– fue una evidencia que explotó con el pitido final. Nadie fue a afearle a Pedri la acción que le costó la segunda amarilla. Muy pocos de los locales fueron a celebrar el triunfo con su afición. Todos querían pasar cuentas con él, con Lamine Yamal.
Desviados
Al 10 del Barça le pesó estar en el centro del huracán: sus dos disparos no cogieron portería
Desde los más veteranos a un sospecho habitual. Carvajal fue el primero que le buscó, haciendo con la mano el gesto que imita una boca que se abre y cierra, como si hablase (demasiado, se entiende). El capitán del Madrid quiso darle una lección de humildad a su compañero en la selección. En esas llegó corriendo desde su área el portero Courtois que dio varios empujones con la intención de llegar hasta Lamine Yamal, al que ya lo estaban separando y apartando hacia el vestuario. El delegado Carles Naval, Casadó, De Jong e incluso Dro le sacaron de la tángana multitudinaria que se había formado.
Pero en su camino al túnel, le llamó la atención Vinícius, de los que les cuesta saber ganar, ya con chanclas pero que no quería dejar pasar la oportunidad de decirle cuatro cosas. De nuevo el mismo gesto: la boca. Y varias amenazas de dímelo dentro y ahora te veo. Eso encendió todavía más el ambiente hasta el punto de que tuvieron que llegar Raphinha –compatriota de Vinícius– y Rüdiger, ambos vestidos de calle, para evitar que la sangre llegase al río. También intervino la Policía para separar. Señal de que Lamine Yamal se había convertido en el enemigo público número 10 del Bernabéu. Con solo 18 años.
