El Barça ofrece emociones que los amantes del fútbol y los expertos en cardiopatías agradecen. Si la temporada pasada el equipo se arriesgaba a dejarse marcar uno o dos goles para luego remontar, ahora se empeña en dejarse empatar la ventaja conseguida para motivarse con la posibilidad de, como ayer en Balaídos, llevarse los tres puntos. Con más energía que en jornadas anteriores y el oficio intimidante de un Lewandowski hambriento, el Barça mantiene la doble intriga como identidad narrativa: aún no sabemos si la mejoría será definitiva o si, por el contrario, se inspirará en lo que Lenin inmortalizó en su Un paso adelante, dos atrás.
El simulacro de entrenamiento público ante 23.000 aficionados en el nuevo Camp Nou y centenares de periodistas sirvió para confirmar que las obras no son una leyenda urbana. También para recordarnos que el sentimiento de pertenencia es el factor intangible que sostiene el pasado, el presente y el futuro del club. Otra constatación: para llegar al final de este proyecto tendremos que tragarnos sapos tan tóxicos como las denuncias por explotación laboral, difíciles de compaginar con la ya grotesca retórica de los valores. Unos sapos fáciles de explotar por los grupos de oposición, que pronto volverán a reunirse para, ya veremos cómo, desmentir las acusaciones de sabiondos y listillos.
El Barça convirtió el simulacro del viernes en un acto de afirmación de marca
Con una insistencia que replica las tabarras gregarias tipo promoción del Lux de Rosalía, el Barça convirtió el simulacro del viernes en un feliz acto de afirmación de marca. El intangible sentimental y los mecanismos de la percepción vencieron a la duda racional sobre los costes de la obra o la subcontratación como una forma sofisticada de cinismo para rehuir responsabilidades. Salvando las distancias, lo que en el Mundial de Qatar nos parecía un atentado contra los derechos humanos, ahora se convierte en mal menor al servicio de una causa mayor.
La máscara no fue un obstáculo para un sólido Eric Garcia
Mientras tanto, en Manchester, Pep Guardiola celebró sus mil primeros partidos como entrenador. Su club resumió la efeméride con un acertado “Mil veces Pep”. Para celebrarlo, el calendario escogió un Manchester City-Liverpool jugado bajo una intensa lluvia y con, of course, un primer gol de Håland. El equipo de Guardiola jugó persistentemente al ataque, con un Nico González plenipotenciario en el centro del campo y un Doku que ilumina la idea de jugar desde las bandas por dentro (suponiendo que eso signifique algo). Justo antes del gol de Håland, la defensa del City trenzó una jugada memorable. Desde la línea de fondo y con el balón controlado y combinaciones de distancia corta y máxima precisión, salió con el suficiente control y visión para culminar un ataque decisivo. No fue una decisión espontánea, sino el resultado de una idea obsesivamente trabajada. Para celebrar el gol de Håland, Guardiola sonrió, saltó con los puños cerrados. Su lenguaje no verbal era el mismo de cuando hace casi cuarenta años –¡Goteborg!–, celebraba la clasificación con una sonrisa y una alegría proféticas. Entonces era recogepelotas. La historia, a veces, nos regala momentos de una coherencia creativa que solo podemos interpretar desde la identificación sentimental.

