Regreso a Yalta (80 años después)

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Los dos mejores equipos de Crimea han sido absorbidos por Rusia

Una imagen de la fachada del estadio del equipo de fútbol de Sebastopol

Una imagen de la fachada del estadio del equipo de fútbol de Sebastopol

VASILIY BATANOV / AFP

Ochenta años después de la conferencia de Yalta en la que Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron las esferas de influencia una vez completada la derrota del nazismo, ahora los analistas hablan de un regreso a Yalta con Putin y Trump de protagonistas para crear un nuevo orden mundial basado en la fuerza y los valores de la ultraderecha. Gaza, Groenlandia, Canadá y Panamá para ti, Ucrania para mí, sus recursos minerales a medias como buenos hermanos, y que a Finlandia, Polonia y los países bálticos los defienda Europa y se las apañen como puedan.

Mientras tanto, al nivel más prosaico del fútbol, los dos mejores equipos de Crimea, el Rubin de Yalta y el Sebastopol, fueron absorbidos por Rusia en el 2023 (nueve años después de la invasión) y juegan en su cuarta categoría, pese a la oposición de la UEFA, mientras el resto compite en una liga crimeana reconocida por las autoridades deportivas europeas como un “caso especial”. Y en Ucrania muchos partidos se disputan al borde mismo de zonas de guerra, los jugadores son llamados a filas, la supervivencia de los clubs depende de la generosidad de sus mecenas (los ingresos por taquilla, derechos de televisión y patrocinios son ridículos) y ni el Shakhtar Donetsk ni el Dinamo de Kyiv están este año entre los mejores de Europa, un reflejo de sus pobres finanzas.

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La geopolítica afecta al fútbol, y lo hará aún más si Trump y Putin se reparten el mundo a su gusto y cambian los nombres en los mapas, y no solo el del golfo de México. No es por ser catastrofista, pero cuando los aficionados del Legia de Varsovia, el FC Riga, el HJK Helsinki y el Zalgiris Vilnius leen las noticias y ven lo que ha pasado con el Sebastopol y el Rubin Yalta, se ponen a temblar (en Canadá es distinto, porque sus equipos de hockey sobre hielo, baloncesto y béisbol están ya integrados en las ligas estadounidenses ya antes de que el país acepte la oferta de Trump de convertirse en el 51.º estado).

Crimea, a efectos futbolísticos, es una tierra de nadie, con el Yalta y el Sebastopol en la cuarta división rusa, pero sin permiso para participar en la Copa o ascender de categoría, con dos federaciones de fútbol y una Premier League crimeana organizada y financiada por Moscú y cuyos campeones no tendrían derecho a participar en las competiciones por muy buenos que fueran (que no es el caso). La inmensa mayoría de los jugadores son de etnia rusa (la mayoritaria, aunque las cuestiones de identidad nacional y cultural son muy complicadas en la península), con la excepción de un puñado de brasileños y ucranianos. Los estadios están decrépitos y el número de espectadores ronda entre los trescientos y los tres mil.

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En geopolítica, Yalta se asocia con la conferencia de 1945 y el visto bueno de Roosevelt a Stalin para que las naciones del este de Europa fronterizas con Rusia tuvieran regímenes afines a Moscú (poco después murió el presidente estadounidense y a su sucesor, Harry Truman, le pareció que había hecho demasiadas concesiones). En fútbol, con el Rubin, creado en el 2009, que se incorporó a la Premier crimeana tras la invasión del 2014 y hace dos años fue absorbido por Rusia contra las órdenes de la UEFA. En la historia, el primer asedio de Sebastopol fue en 1854-1855, durante la guerra de Crimea, a cargo de tropas británicas, francesas, otomanas y sardas, para neutralizar la amenaza para el Mediterráneo que constituía la Flota del Mar Negro, y el segundo, en la II Guerra Mundial, cuando las fuerzas del Eje lanzaron veinte mil toneladas de bombas y solo dejaron intactos once edificios. En fútbol, con el Sebastopol, cuya edición ucraniana murió en el 2014, y nació la rusa. Geopolítica y deporte. El balón también se adapta al nuevo orden mundial.

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