Con permiso de Cristóbal Colón

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El fútbol se abre paso en la Dominicana bajo la sombra del béisbol

Marcelo Neveleff es el seleccionador de la República Dominicana

Marcelo Neveleff es el seleccionador de la República Dominicana

Jerome Miron / Reuters

Cuando Cristóbal Colón se presentó en Quisqueya (“madre de todas las tierras”, en el idioma de los nativos) el 5 de diciembre de 1492, cambió el nombre de la isla por La Española, y llevó como “regalos” café, caña de azúcar, caballos, hierro, armas de fuego, el nombre de Dios y de los Reyes Católicos, y enfermedades varias. Lo que no descargó de la Santa María, la Niña y la Pinta fueron balones de fútbol y bates y pelotas de béisbol.

Fueron los cubanos, a finales del siglo XIX (durante la guerra de los diez años) quienes introdujeron el deporte de robar bases y golpear home runs, y en 1886 organizaron el primer partido documentado entre los equipos de Santiago y Angelina. Más tarde, la presencia de soldados estadounidenses durante la ocupación de la isla entre 1916 y 1924 afianzó la afición a ese deporte, que despierta pasiones y forma parte del dominican way of life.

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La Granada Company, una subsidiaria de United Fruit, fomentó el juego entre los trabajadores de sus plantaciones de caña de azúcar cerca de la frontera con Haití (que comparte la isla de La Española), para que pasaran el tiempo muerto, los seis meses al año en que no había nada que hacer en el campo, a la espera de la cosecha. El deporte cuajó tanto que no hay experiencia más auténtica que escuchar merengue y beber cerveza en el estadio de Quisqueya en un partido entre los Tigres del Licey y los Leones del Escogido, los dos equipos de la capital.

Ahora el fútbol intenta abrirse paso de la mano del entrenador argentino Marcelo Neveleff, con un equipo joven que se clasificó para las Juegos Olímpicos del año pasado y disputa por primera vez en la historia la Gold Cup de la Concacaf, que se celebra actualmente en los Estados Unidos y Canadá, y en la que ha tenido actuaciones más que dignas contra potencias como México (2-3) y Costa Rica (1-2). Objetivos más ambiciosos como una fase final del Mundial o la Copa América quedan para más tarde. En el país hay 15.000 jugadores federados, y el modelo de desarrollo a seguir es el de Uruguay.

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Pero crecer a la sombra del béisbol no es fácil. La República Dominicana es el país que más peloteros aporta a las Grandes Ligas después de Estados Unidos (108 en la actual temporada, con representantes en todos y cada uno de los equipos). Felipe Alou y Ossie Virgil fueron los que abrieron el camino en los años cincuenta, y en el Salón de la Fama están inscritos los nombres de David Ortiz, Adrián Beltré, Vladimir Guerrero, Pedro Martínez y Juan Marichal, y algún día lo estarán seguramente los de Albert Pujols, Sammy Sosa, Manny Ramírez, Robinson Canó, José Bautista y Melky Cabrera.

En la Liga de invierno (que comienza en octubre) juegan una combinación de jóvenes promesas que aspiran a triunfar en las Grandes Ligas y de veteranos que lo han hecho y ya están de salida, y el nivel es tan alto que para poder ser inscrito es necesario haber pasado al menos dos años en los equipos nodriza de las franquicias de Estados Unidos. Las dos grandes rivalidades son las de los Tigres del Licey (el club más antiguo, fundado en 1907, y el que más títulos ha ganado, 24) con las Águilas Cibeañas de Santiago, y con los Leones del Escogido, el otro equipo de Santo Domingo con el que comparten estadio. Los otros tres participantes son las Estrellas Orientales de San Pedro de Macorís, los Gigantes del Cibao de San Francisco y los Toros del Este de La Romana. Nombres todos ellos magníficos.

En Estados Unidos hay casi tres millones de dominicanos que buscan el american dream sin saber en muchos casos inglés, víctimas de la pobreza, el racismo y la xenofobia. Trump quiere a las estrellas del béisbol, pero el resto le sobra.

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