Los himnos, todavía

Por la escuadra

La previa del partido de la selección española contra Georgia incluyó los protocolos habituales de entusiasmo patriótico. Impaciente, el público no tardó en hacer la ola cuando el resultado aún era de 0-0. Es el reflejo de una (in) cultura futbolística en la que el juego es un elemento secundario de la experiencia y el entretenimiento, sobrevalorados hasta la náusea. Por suerte, el partido acabó bien, con una victoria a la que Pedri contribuyó de manera relevante. España volvió a jugar bien y administró con talento y determinación las ausencias por lesiones. Son ausencias provocadas por las contradicciones y paradojas de dos calendarios que se sobreponen con una crueldad asimétrica: el de los clubs, que pagan casi toda la fiesta, y el de las selecciones, que militarizan las convocatorias para evitar deserciones y objeciones incómodas.

Una vez más, el público de la selección española volvió a demostrar que no se sabe su propio himno. Hace décadas que pasa. Suena el himno, y al no tener letra, las referencias métricas son melódicas. La estructura no engaña: se repite la primera estrofa (sin letra) dos veces y a continuación se encadena con el sucedáneo de estribillo, que también suena dos veces. En total, cuatro fragmentos perfectamente diferenciados.

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Pues bien: en cada partido, suena la primera estrofa y, en vez de repetirla disciplinada y patrióticamente, muchos espectadores atacan el estribillo. ¿Alguna hipótesis de porque pasa eso? Es evidente que el himno español tiene plomo en las alas. Entre los que lo consideran una herencia militar –en concreto, granadera–, los que entienden que no representa los sentimientos de un estado plurinacional y la ausencia absoluta de una tradición pedagógica que, como sucede en otros países, incluya el himno en los programas escolares desde la primera infancia, es lógico que la interpretación del himno español siempre sea una chapuza vagamente polifónica.

El juego, sin embargo, está muy por encima de esta circunstancia. La selección sigue ofreciendo un fútbol que, para los culés españolizados, nos proporciona la doble satisfacción de compartir planteamientos futbolísticos parecidos entre los del club y la selección y, al mismo tiempo, la posibilidad de ver que se puede jugar muy bien sin Messi (en la época de la victoria del Mundial y las Eurocopas) y ahora tener que aprender a jugar con y sin Lamine Yamal.

ELCHE (ALICANTE), 11/10/2025.- Los jugadores de España momentos antes del partido de fútbol ante Georgia, de la fase de clasificación para el Mundial que se disputa este sábado en el estadio Martínez Valero de Elche. EFE / Pablo Miranzo.

Los internacionales españoles, el pasado sábado el Elx

Pablo Miranzo / EFE

En Francia, que es un país de triste actualidad a causa de una decadencia feroz instigada por los populismo, la crisis de los valores republicanos y la política antropofágica, incluso un himno como La Marsellesa ha vivido épocas de conflicto. A pesar de tener letra, no la cantaban ni Zidane ni Anelka, que llegó a decir que si le obligaban a cantarla, se marcharía del equipo. Y en la época de Nicolas Sarkozy una parte importante del público no solo no la cantaba sino que la abucheaba y pitaba estrepitosamente. Excepción emocionante: el día que, tras los atentados de París de noviembre del 2015, cuando Francia tuvo que jugar contra Inglaterra en el estadio de Wembley, todo el público cantó, a capella y sin equivocarse en la letra, el mismo himno que tanto nos emociona, snif, en la película Casablanca.

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