La tensión invadió el estadio en el tramo final de la segunda mitad. Nadie quería equivocarse pero el cansancio hacía mella y cada acercamiento suponía una subida cardíaca. Comparecía Abde, todo un demonio, pero apenas tocaba balón. Olmo, en cambio canalizaba la ofensiva española. La prórroga se dibujaba como un destino inexorable, por mucho que Olmo obligara a Bono a estirarse en un lanzamiento de falta. No había nada que hacer. El partido iba a durar media hora más.
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