Eloy en Puebla en 1986. Joaquín en Gwangju en 2002. Koke y Aspas en Moscú en 2018. Y Sarabia, Carlos Soler y Busquets el martes, en Doha. Los penaltis no son un lotería. No para España, a la que casi nunca le toca el número que lleva cuando se planta en los 11 metros. Sobre todo en los Mundiales, donde solo una vez le ha sonreído una tanda (contra Irlanda en Corea). Nunca más. La prórroga volvió a ser el preludio de una nueva pero vieja eliminación mundialista. Fue un quiero y no puedo. Fueron treinta minutos extra de crueldad pues se notaba que la roja detestaba llegar a la muerte súbita. En cambio, Marruecos parecía encantada con la posibilidad de jugárselo todo ahí. Ahora el plan se entiende todo a la perfección. Cada generación tiene su trauma, su ogro, sus miedos, su bestia negra y fantasmas. En 1962, la selección llevó a Chile a Luis Suárez, Gento, Puskas, Eulogio Martínez y Di Stéfano (que no jugó) y no pasó de tres partidos. Después vino el fallo de Cardeñosa. En 1994, dolió tanto el codazo de Tassotti como la parada de Pagliuca. La barrera de los cuartos de final era infranqueable. Todo pareció esfumarse cuando España se impuso en Sudáfrica. Pero desde Johannesburgo ha emergido un nuevo suplicio. Una tortura quizás aún más dolorosa al “se jugó como nunca y se perdió como siempre”. Las prórrogas y las tandas de penaltis se le atragantan a España. En esos once metros, el favoritismo se le gira en contra. Corea del Sur, Rusia y Marruecos parecían inferiores futbolísticamente y avanzaron aferrados a su portero. Tan cerca y tan lejos. Llevan de vuelta a casa y no a la siguiente ronda. Esta vez apuntaba a ser diferente pero no lo fue. En el último minuto de la primera parte de la prórroga Unai Simón se vistió de héroe. Ounahi dejó a Cheddira delante del portero del Athletic. En la ocasión más clara casi del partido, el delantero marroquí remató por abajo pero el guardameta mantuvo la calma, aguantó de pie, no se venció y sacó el disparo con la pierna derecha para evitar que Marruecos se adelantase. Guardó el empate. Pero la tanda no le tenía reservado ese papel de protagonista. Unai Simón no paraba un penalti desde agosto de 2021. Fue con la selección olímpica en los Juegos, en la final contra Brasil. En esos 16 meses, Bono, el portero marroquí del Sevilla, había evitado cinco penas máximas. La última en octubre, un mes antes de que empezase el Mundial, se la atajó a Gayà en el minuto 100. Es decir, que es de los que sabe jugar con los nervios de los lanzadores. El meta de España sí que detuvo el penalti de Benoun. El problema es que Bono los paró todos. Luis Enrique escogió a dos especialistas para empezar la tanda. Pablo Sarabia nunca había fallado un penalti en su carrera. Llevaba un pleno de aciertos en 16 penas máximas. Por su parte, Carlos Soler era el encargado de la disciplina en el Valencia hasta que se fue este verano al PSG. En su día, le hizo un hat-trick al Madrid con tres penaltis. Solo había errado dos de 19 intentos. Ambos fueron incapaces de batir a Bono. En 1986, unos meses antes del fallo de Eloy contra Bélgica en los cuartos de México, el Barça vivió la desastrosa en la final de la Copa de Europa de Sevilla, otro partido teóricamente desigualado que no pudo desequilibrarse, no se deshizo el empate y se fue a los penaltis. Duckadam se agigantó ante Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos Alonso padre, dejó al Barcelona en shock y dio al Steaua su gran trofeo continental. El portero rumano se convirtió en una leyenda negra barcelonista. Desde 2019, el Pizjuán es también la casa de Bono.
