En el 2018, Axel Pons (33) se preguntaba cosas.
Era modelo profesional, se había titulado en Business Engineering School por La Salle y pilotaba motos de Moto2.
Lo tenía todo.
O al menos, eso parecía.
–Bueno, lo que no tenía era la felicidad –me cuentan quienes le trataban de cerca.
–¿Y ahora?
–Ahora, cuando podemos verle a través de las redes sociales, comprobamos que le brillan los ojos.
(...)
En el 2018, Axel Pons y otros dos amigos se subían a un avión desde Barcelona, rumbo a Filipinas, y luego alcanzaban la isla de Siargao.
Buscaban dos semanas de vacaciones, pero a la hora de volver, Axel Pons dijo:
–Yo me quedo.
–¿Y eso?
–He descubierto que hay otras vidas más fáciles.
Se quedó por un año. Ya entonces se había descalzado.
No ha vuelto a calzarse.
Me cuentan que los padres, Sito Pons (doble campeón mundial de 250cc en los años ochenta) y Laura Ramon, fueron entonces a verle a Siargao, y que así advirtieron que su hijo era feliz y que la gente local le quería.
Compromisos publicitarios (una nueva campaña) iban a hacerle volver a Catalunya, pero aquí le sorprendió el confinamiento del 2020, y el encierro aceleró su cambio espiritual.

Axel Pons, en el 2010; tras él a su izquierda, su padre, Sito Pons
Cuando todos pudimos regresar a las calles, Axel Pons se fue al Monasterio de las Carmelitas de la Inmaculada, en Barcelona. Pasó una tarde conversando con la superiora, una mujer de 87 años. Ella le explicó su proceso hacia la religión y él, sus inquietudes. La monja le aconsejó visitar el Santuario de la Cueva de San Ignacio, en Manresa.
Desde Barcelona, Axel Pons viajó a pie –siempre definitivamente descalzo– hasta la cueva. El abad le invitó a quedarse por dos semanas. Sorprendido por el abanico de inquietudes que envolvía a aquel joven tan joven, el abad iba a proponerle enfrascarse en un exploración para analizar todas las religiones. Meses más tarde, Axel Pons alcanzaba Dag Shang Kagyu, templo budista en Panillo (Huesca, en el valle de Benasque, cerca de Graus).
Pasó tres meses en un retiro de silencio.

Axel Pons, durante su peregrinaje en Pakistán, semanas atrás
Al salir, regresó a Catalunya. Se retiró a la casa familiar en Girona. Trabajó el campo. Se conectó a la naturaleza. Estudiaba y escribía. Quienes le leían dicen que nunca hubieran imaginado semejante calidad en sus textos, semejante profundidad.
–Quería saber de todas las culturas, quería tener más contacto con la gente de a pie.
El peregrinaje
En marzo del 2023, Axel Pons partió desde Girona a la India: se fue a pie, descalzo, con dos mudas, casi sin dinero
En marzo del 2023, Axel Pons partió desde Girona, rumbo a la India.
Aquel viaje no ha acabado.
Se fue a solas, descalzo siempre. Llevaba una mochila, dos mudas, una libreta para escribir, un iPad para ir revisando los trayectos y algo de dinero en efectivo.
–Se fue sin tarjetas de crédito y sin móvil.
–Y sin dinero, ¿cómo come?
–Estudió todas las plantas, es vegetariano, come lo que encuentra en los caminos.
–¿Y dónde duerme?
–Duerme donde cae la noche. Lleva una hamaca para el verano. En el invierno duerme en su tienda de campaña.
Acampa cerca de ríos o del mar. Se baña todos los días.
A menudo se baña al alba, en las aguas del monte, heladas.

Axel Pons, en su faceta de modelo, en el 2019
Caminando descalzo, alcanzó Italia. Allí se subió a un ferry, rumbo a Croacia. Siguió a pie hacia el oeste: Montenegro, Serbia, Macedonia...
En aquellos días, un conocido fue a buscarle. Intuía que Axel Pons se encontraba en Macedonia, pero no sabía cómo localizarle. Los lugareños le guiaron hasta él.
–Todo el mundo sabía quién era Axel –nos cuenta este conocido–. La gente le contaba sus vidas y él les escuchaba.
Axel Pons siguió adelante: Grecia, Turquía...
En el Camino Licio de Turquía, de alma similar al Camino de Santiago, se le juntaron otros peregrinos. A Axel Pons le gusta generar ayuda y bondad. Acepta a quien quiera acompañarle. Desde hace ocho meses, le acompañan dos caminantes, un hombre y una mujer.

Axel Pons, junto a un río, semanas atrás
Cada mañana, al salir el sol, Axel Pons hace yoga. Por la tarde, medita. En el intermedio, avanza. A menudo visita las mezquitas locales. En un pueblo turco, el imán le bautizó como Isa.
Significa Jesús en árabe.
–Para hacer la meditación, se levanta a las cinco de la mañana. Si no, la gente la interrumpe: son muchos lo que se quieren retratar con Isa.
Isa pasó tres meses en Irán, y en mayo alcanzó Pakistán. Como ningún occidental puede recorrer ese país así como así, la policía escoltó a la comitiva hasta Islamabad.
Hace cinco meses, Isa acampó en la base del Himalaya.
Le entrevistaron en medios locales, fascinados por el personaje.
Su popularidad trascendió, se agigantó.
Su imagen empezó a proyectarse en las redes sociales. Isa no tiene Instagram ni TikTok, ni nada por el estilo (su desinterés en la materia es radical), pero quienes le siguen publican reels e historias. Algunas de ellas alcanzan los 17 millones de visualizaciones.
(Lector, puede usted verle en @northpakistantour o en @with_akuu_; ambas son cuentas de Instagram).
Hoy sigue en Pakistán, a la espera de un permiso para acceder a la India, su destino.
Había intentado hacerlo por el norte, por Cachemira, pero la frontera está cerrada a causa de los conflictos bélicos entre ambos países y ahora ha emigrado al sur, lejos del frío. Aguarda un permiso para seguir adelante.
Cuando llama a casa, solo habla de cosas buenas. Lo hace cada quince días, lo hace cuando puede. Sin móvil y sin Telegram (está bloqueado en Pakistán), contacta desde algún bar, o cuando puede compartir Internet. A veces habla con Edgar (30) y Lucas (23), sus hermanos pequeños.
En este recorrido, Isa ha profundizado en los idiomas de los países que va explorando.
Ha aprendido turco.
Puede hablar en urdu.
Fuentes próximas dicen que la familia de Isa se siente orgullosa por la experiencia que está viviendo el personaje.
(En los últimos días, la historia de Axel Pons ha proliferado en los medios españoles).
–A los padres les duele todo lo que se está escribiendo de él. Axel Pons no es alguien que se tomó un tripi y ha perdido la cabeza –me cuentan–. Es un hombre que ha conectado íntimamente con el mundo rural y con la naturaleza. Es un hombre que ha leído, ha estudiado, ha meditado y ha salido a buscar la felicidad. Desde luego, ver algo así en esta sociedad y a su edad no es un hecho común. Cuando sus padres le miran, ven que le brillan los ojos. Y todos los padres quieren la felicidad de sus hijos.
–Y mientras viaja, ¿no siente miedo? –pregunto a mi interlocutor.
–Cuando le preguntan por el miedo, Axel Pons responde: ‘Si vas con amor, solo recibes amor’. Esa es su filosofía.