Nada detiene ya a María Pérez (29), dueña de este tiempo, ni siquiera el aviso que los jueces le muestran pronto, antes del décimo kilómetro.
Ni se inmuta ni se irrita esta andaluza menuda, de profunda mirada, y más ancha que larga se va a por su tercer título mundial, esta es la confirmación de que ya nada le queda pendiente, ahora que piensa en alargar su aventura un poquito más, acaso hasta los Juegos de Los Angeles 2028, antes de ser madre y luego, basta.
Para montar la crónica, a desmano y a deshora, hay que bajar al ruedo.
Abandono la tribuna de prensa y me sumerjo en la avenida que se tiende a las puertas del Estadio Nacional de Tokio: hay un chirimiri matinal, el termómetro marca 26ºC y un 83% de humedad y la gente sabia de la marcha atlética, gente como Chuso García Bragado, Josu Gómez y Pepe Peiró, me dicen:
-Con esta humedad, van a derretirse unos cuantos.
García Bragado asiente.
Y cuando ve pasar el grupo de los hombres, con dos japoneses y un alemán en cabeza y el canadiense Dunfee temporalmente descolgado, pura táctica la de este tipo flaco y afilado como un pararrayos, Bragado me dice:
-Esta carrera la gana Dunfee.
Y dicho y hecho, a los 25 kms, el japonés Kawano zigzaguea y ni siquiera termina, y Evan Dunfee (34) se tira encima de todos, fiero y determinado, para capturar el oro, el segundo podio de su carrera.
(Daniel Chamosa caza una sexta plaza, Miguel Ángel López es 12.º y Manuel Bermúdez, 13.º).
Luego, cosas de World Athletics, que ha decidido juntar las categorías masculina y femenina en un único disparo de salida, en el estadio aparece María Pérez, portando la bandera del país en la mano, y Raúl Chapado, presidente de la Española, sufridor cuando ondean las tarjetas y los avisos, respira aliviado: la granadina ya tiene su oro.
(Y para los detallistas, un dato singular: María Pérez acaba 21.ª entre todos los competidores, incluidos los hombres; había cincuenta inscritos...).
Implacable, María Pérez une este título a los dos que había recogido en Budapest, hace un par de años, y cuando nos reunimos con ella en el vientre del estadio y le digo: “siempre gana usted”, contesta:
-No siempre es así. Pero he sabido jugar bien con la climatología.
-¿En qué sentido?
-He visto lo que pasaba alrededor. He visto cómo caían algunos, con calambres, y yo me iba diciendo: 'Que no me pase a mí también'. Porque competimos en condiciones extremas, el factor riesgo es elevado, y yo me he ido adaptando a la presión, la que me ponían Kimberly García (la peruana, leyenda en su país, doble campeona en Eugene 2022, solo puede ser décima) y Paula Torres (la ecuatoriana es bronce), que se entrenan juntas y nunca sé si tienen algún plan preparado.
-Es que íbamos viendo desfallecer a muchos y a muchas, la gente vomitaba. He visto a Christopher Linke (14.º) parado en el avituallamiento, desparramándose todos los líquidos sobre la cabeza, madre mía, cómo iba el pobre -interviene Raquel González, que es sexta, un puesto por delante de la tercera española, Cristina Montesinos, y desesperada va pidiendo aguas-: o me dan un botellín, o seré yo quien se acalambre.
En la línea de meta, quien se desparrama es la italiana Antonella Palmisano, campeona olímpica en Tokio 2020, que ahora es plata y ni desatarse los cordones puede.
-Palmisano y yo nos entrenamos juntas y hay que ayudarse -dice María Pérez, que le ha abierto tres minutos de margen y se arrodilla: es ella quien le desata las zapatillas a la italiana-. Entre las dos, nos hemos ayudado mucho en la preparación de estos Mundiales. Somos rivales pero al final somos compañeras. Que una compañera ayude a la otra no debería ser un acto tan extraño, ¿no?
(A Palmisano se la llevan en silla de ruedas).
En los avituallamientos, la actividad es frenética.
Jacinto Antón, el técnico de María Pérez, rellena las gorras con cubos de hielo, recarga los botellines de bebida energética y, cuando su pupila pasa ante él, le vocea:
-¡Vas bien, vas bien!
Los pensamientos fluyen: el sacrificio, las horas invertidas en el lago Matemale, en los Pirineos, y en Sierra Nevada, y en la cámara de calor del CAR de Sant Cugat, cámara de torturas que simula circunstancias extremas y allí dentro, los marchadores marchan, pedalean, sudan, estiran y se lamentan:
-En la cámara de calor nos apretamos, nos manejamos a 32ºC, y a 34ºC y a 35ºC, y se pasa mal -dice María Pérez-. ¡Pero aquí me ha servido de mucho!
(El sábado vuelve a escena, ahora en los 20 km).