Cada mañana en Tokio me levanto muy prontito para levantar el mundo, como decía Pep Guardiola, y en la puerta del hotel me cito con Chema Rubí, compañero de Radio Nacional de España junto al que me he pateado medio planeta o más.
Medio dormidos nos damos los buenos días y luego echamos a caminar hacia el Estadio Nacional de Japón, que está en este mismo barrio tokiota, en Shinjuku, a un par de kilómetros.
Hoy vamos deprisa pues vamos justos porque en un rato es la salida del maratón masculino, y por el camino nos desperezamos repasando las cosas que pasan en estos lares, quiero decir en Europa, a 14.000 kilómetros de distancia y a medio día de jet lag.
La charla de hoy es inevitable.
Hablamos de las manifestaciones propalestinas y de los altercados en la Vuelta a España, y diciendo cada una la suya nos hemos puesto de acuerdo, como casi siempre.
Nos decimos que los enviados especiales a Tokio vivimos en una burbuja pero también que nos parece bien eso de que la gente salga a manifestarse y a protestar por lo que considera justo, y luego los maratonianos pasan ante nosotros, pasan volando sobre el asfalto tokiota, y así sin más nos olvidamos de todo y ya solo hablamos de atletismo.
En el grupo de cabeza van veinte maratonianos, gentes de medio mundo, hay una miscelánea de colores y razas en la cabeza, que ya no es solo negra.
Va el ugandés Victor Kiplangat, que defiende el título de Budapest 2023. Y etíopes que lucen marcas de 2h02m pero esta vez no chutan y al kilómetro 35 se han fundido. Va el italiano Aouani, uno de los emblemas de Asics. Y el japonés Kondo. También van dos israelíes que nacieron en Etiopía y fueron subcontratados por Tel Aviv, y el tanzano Simbu, y el alemán Petros.
(Lo que no hay son españoles, un sonrojo en estos tiempos pues no hace tanto, en los noventa y a principios de este siglo, en estas competiciones se lucían Abel Antón, Martín Fiz, Fabián Roncero, Julio Rey, Chema Martínez, incluso Ayad Lamdassem).
De entre todos ellos, cinco se plantan a las puertas del estadio, en el último kilómetro, y es algo lógico porque el ritmo nunca es excesivo, y cuando ya olisquean y rinden armas, se queda atrás Haimro Alame, uno de los israelíes-etíopes, que acaba cuarto (2h10m03s), y la cosa se reduce a tres candidatos al título y en el esprint final, a dos.
La lucha entre Alphonce Simbu y Amanal Petros es fascinante.
Acelera Petros, alemán de 30 años que nació en Eritrea y parece que va a llevarse el oro, pero reacciona Alphonce Simbu (33), el tanzano que había sido bronce en el Mundial del 2017 y que se lo cree más y no se rinde y le recorta cinco metros en un pispás y se le echa encima sobre los cuadros para llevarse la gloria.
Simbu gana por tres centésimas de margen, ambos marcan 2h09m48s, y me llevo las manos a la cabeza.
Este maratón parece el desenlace de un 1.500 o de un 100 (las tres centésimas son una minucia y un abismo, son menos que la ventaja que había separado a Seville y Thompson en el desenlace del 100 en la víspera), con Petros precipitándose al sintético en vano, una delicia para los sentidos que, por un rato tan breve como intenso, nos invita a olvidarnos de las cosas desquiciantes que siguen sucediendo en el mundo.