Y tras el arreón de María Pérez, doble oro de la marcha como había sido doble oro en Budapest, por aquí viene Paul McGrath (23), otro marchador español apropiándose de un podio, es bronce.
Y van tres para el atletismo de nuestro país en Tokio.
Y van cinco para los marchadores españoles en dos ediciones: pocas veces una escuela ha convulsionado al resto de escuelas como lo hace la marcha española.
Desfila McGrath entre los paseos que acarician el Estadio Nacional de Japón, se siente heredero de las tradiciones.
En estas se han visto antes, marchando hacia la gloria, el difunto Jordi Llopart. Y Josep Marín, y Massana, Plaza y este Chuso García Bragado que por Tokio anda en estos días, estudiándolo todo. Y Paquillo y Miguel Ángel López y Álvaro Martín, el extremeño que había ganado todo hace dos años y lo mismo había hecho en el 2024, en los Juegos de París, antes de decir basta, a otra cosa, mariposa.
-¿Por qué empecé a marchar de crío? ¡Pues fue por todos ellos! -nos cuenta McGrath en la zona mixta, cuando todo ha acabado y ya tiene su bronce en el pecho-. Me inspiró Miguel Ángel López. Le vi ser quinto en unos Juegos (Londres 2012), y también todos los demás. Ponía la televisión y me decía: 'Si ellos han llegado, ¿por qué no voy a hacerlo yo? ¿Qué tengo de diferente?'.

Paul McGrath, en cabeza del grupo, este sábado en las calles de Tokio
McGrath, hijo de Gavà, alumno escolar en l'Hospitalet, hombre que frecuenta las alturas, en sus veranos en Font Romeu, sitúa su infancia en el 2012 y yo me siento mayor, pues en el 2012 ya lo era, ya era muy mayor, pero nada, que la vida sigue.
-Supongo que me queda mucho recorrido, aunque nunca se sabe, que no está claro qué va a pasar con la marcha -ironiza McGrath, grandullón que es con sus 184 centímetros, flaco pero muy alto como lo era Álvaro Martín.
El cuerpo se lo moldea la marcha, pero también la bicicleta, afición que cultiva e incluso exprime, y por los Pirineos serpentea con su bici, “que es un pepino”, y el maillot de Lidl que le regaló su amigo Juanpe López.
-La bici no me va nada mal. La uso como alternativa para no castigarme los isquiotibiales, que se me contracturan mucho cuando marcho.
Y cuando puede, asciende el puerto de Pailhères, lo asciende a cuchillo, que es como le gusta pedalear. Y si tiene tiempo, todavía se acerca a Plateau de Beille, a ver cómo suben Pogacar y Vingegaard, dueños del Tour, mientras le da vueltas a todo, los pulsos, los lactatos, los aparatos para medir la temperatura, la nutrición, los geles...
-Es que soy un friki de todo eso. La tecnología me permite pulir detalles y compararme con mi estado de forma en otros tiempos. Por ejemplo, en estos días sabía que llegaba mejor de forma que al Europeo de Roma del año pasado (plata en 20 km). Sabía que estaba para 1h17m, y si estás para esas marcas, estás para hacer grandes cosas.
En tal forma llega a Tokio que se lo cree del todo.
Delante se planta, grandote él, y su físico se destaca en la nube de pequeños especialistas, asiáticos y latinoamericanos en su mayoría, entre quienes va y viene el volátil Caio Bonfim, el brasileño que siempre pelea por todo y lo hace a su manera.
Ahora, el agónico Bonfim se descuelga, ahora reaparece en cabeza, ahora se descuelga otra vez y cuando le damos por muerto, reaparece de nuevo, firma un km en 3m36s y esprinta hacia el oro.
(Feliz como una perdiz, Bonfim cuenta que en el tercer kilómetro ha perdido su anillo de bodas: “Espero que, tras mi victoria, mi mujer me perdone”, ríe).
-En realidad, mi referencia era Yamanishi, el japonés -dice McGrath-. Yo estaba pendiente de él. Sabía que en algún momento lanzaría su cambio. Y cuando lo ha hecho, en el km 15, ha sido realmente duro. Y estaba por dejarle ir y pensar en la plata, pero entonces los jueces le han mandado al pit lane (tercer aviso: queda inmovilizado por dos minutos) y me he visto con opciones de ganar, y ahí he estado hasta que Bonfim me ha pasado como una moto.
(Entre ambos, entre el feliz Bonfim que perdió el anillo pero confía en el amor y el feliz McGrath, termina el chino Zhang).