Òscar Cadiach: “Y si te dormías, era dulce muerte”

Alpinismo

El legendario alpinista revive para ‘La Vanguardia’ aquella ascensión al Everest, la primera de un catalán en la cima del mundo; cuarenta años más tarde, entrega su archivo a la Casa de l’Ardiaca

Oscar Cadiach, primer alpinista catalán que ascendió al Everest, entrega su archivo a la casa Ardiaca.

Òscar Cadiach posa para ‘La Vanguardia’ en la Casa de l’Ardiaca de Barcelona, el pasado jueves 

Mané Espinosa

Hay magia en la Casa de l’Ardiaca, templo de pensadores y turistas.

Sus muros conversan con la Catedral mientras las voces se apagan en el Patio Renacentista. Japoneses tiran fotos susurrándose al oído palabras incomprensibles y en el umbral, Gemma Subirà, responsable del Fondo del archivo, recibe a La Vanguardia, nos ofrece un tour y nos presenta a Òscar Cadiach.

En realidad, Óscar Cadiach (72) no necesita presentaciones para La Vanguardia (Rosa M. Bosch, nuestra especialista en montañismo, le ha tratado en infinidad de ocasiones), pero los formulismos son un bien necesario en la civilización y este hombre, alpinista legendario, es una personalidad imprescindible en este lugar, aquí y ahora: este jueves, Cadiach entrega parte de su archivo personal a este gran archivo de Barcelona.

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–Mis cosas estaban de aquí para allá; en este lugar estarán muy bien atendidas –se justifica.

Òscar Cadiach comparte fotos, mapas, recortes de diarios, la portada de La Vanguardia del 21 de octubre de 1984 que rememora su ascensión al Nanga Parbat, incluso la matrícula de un coche nepalí que había encontrado monte arriba en los ochenta, que luego guardó en la mochila y se trajo consigo.

(...)

Caminando junto a Cadiach y Subirà, recorremos estas salas elegantes y angostas, entre estanterías de maderas nobles repletas de libros, y al final desembocamos en una sala con vistas a la plaza de la Catedral, y Subirà dice:

–Aquí es donde Cadiach, nuestro archivero particular, ha pasado el verano: él se ha encargado de ordenar el material antes de entregárnoslo. Y ahora les dejo a solas con él, hablen entre ustedes.

Y se retira y Cadiach sonríe y empieza a hablar de aquel día, de aquella ascensión al Everest, hace ya cuarenta años, la primera de un catalán en la cima del mundo, y su discurso, salpicado de cifras y pensamientos, atraviesa las paredes de la sala, nos teletransporta al techo del mundo:

–Cuando tenía nueve años, mis padres me regalaron un libro, La conquista del Everest.

–¿Y...?

–Eran dibujos, palabras... No sé cuántas veces lo leí. Muchas. Todo aquello se me quedó grabado en el cerebro. Y cuando a los seis años mi madre me llevó de excursión, ahí me inicié en mi mundo.

Llegó la negra noche. Montamos el vivac más alto de la historia. Excavamos en la nieve, sin sacos ni tiendas”

Òscar CadiachAlpinista

–Era usted un crío...

–Con nueve años, ya subía al Puigmal con algunos amigos y acampábamos un par de noches. Y a los catorce, escalaba.

Tan profunda era su vocación juvenil que enseguida se formaba como Técnico Superior de Deportes pues quería explorar en la fotografía, dar conferencias, ser guía, liderar grupos de escalada...

(Y todo eso sigue haciéndolo hoy: este verano organizaba un trekking en el monte Kenia y otro en el Montblanc, y aún dirige Esports K2, la tienda que fundó en Tarragona hace ya 42 años...).

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Al fin nos lleva al Everest, cuarenta años atrás.

Nos habla de sus dos intentonas fallidas antes del ataque decisivo, el del 28 de agosto de 1985, cuando su pareja, embarazada, le esperaba en casa y él quería apresurarse, regresar a Catalunya antes de que el bebé naciera: a las ocho de la mañana estaba al pie del segundo escalón, y tardó dos horas en reptar por una pared de cuarenta metros, y seis horas más en coronar al fin (junto a Carles Vallès, Toni Sors (DEP), Shambu Tamang, Ang Karma y Narayan Shrestha).

–El drama fue el descenso.

–¿...?

–Nos alcanzó la negra noche. Montamos el vivac más alto de la historia. Excavamos en la nieve. No teníamos sacos ni tiendas, solo hambre y sed: no había provisiones, aquello no estaba previsto. Desde la base, el médico nos llamaba cada veinte minutos, nadie podía dormirse. Dormirse era rendirse a la muerte dulce. En esa noche hubo de todo, el viento, la luna, nevó, -25ºC. Al alba necesité evacuar, me desnudé de medio cuerpo, fue un dispendio enorme. Lo pagué caro, pasé dos horas en un coma profundo, con alucinaciones. Tardé en volver en mí, pero lo hice, y aquí estoy.

(...)

Llaman a la puerta.

Es Gemma Subirà, que viene a recoger a Cadiach. Decenas de oyentes le están esperando en el auditorio. Ahora, la leyenda repetirá para ellos todo aquello que ha compartido con nosotros, lector.

Parapetados entre cuatro paredes, al escucharle, todos despertarán en la inmensidad blanca.

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