Los únicos que son felices son los que tienen sus mentes fijas en algún objeto que no sea su propia felicidad
John Stuart Mill
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Como John Carlin nos habla de la felicidad que siente cuando está contemplando deporte, me voy a la pista 18 de Wimbledon. Me voy a contemplar el tenis vintage de Martina Hingis.
Hingis tiene ya 44 años y un brillante pasado como tenista. En los noventa ganó cinco títulos del Grand Slam, uno de ellos en Londres. Fue la líder de la WTA durante 209 semanas seguidas.
Hoy ya está retirada del tenis profesional, pero aún luce una figura afilada y resplandece en las exhibiciones de dobles, como ahora junto a Cara Black. Martina Hingis parece feliz al jugar al tenis, y su felicidad sobrevuela el perímetro rectangular de la pista, genera una atmósfera beatífica.
Todos somos dichosos mientras vivimos esas escenas, lo son incluso sus rivales y víctimas, Radwanska y Rybarikova, tenistas derrotadas que se marchan sonrientes cuando todo ha acabado. A estas alturas de su vida ¿qué importa el resultado?: están sanas, en forma, su economía está a buen resguardo, el deporte solo es salud para ellas, el deporte es felicidad.
Sigo dándole vueltas a todas estas cosas un par de horas más tarde, cuando me asomo al Centre Court y contemplo a Carlos Alcaraz, el talento murciano que se lo pasa pipa mientras despedaza a Cameron Norrie para proyectarse a la semifinal de Wimbledon (6-2 y un doble 6-3).
Alcaraz vive el deporte como lo viven el contemplativo John Carlin o, ahora, la otoñal Martina Hingis. Alcaraz es Carlitos, ya no es un niño pero es disfrutón (él mismo repite ese palabro como si se hallase en un mantra), y ese rasgo le distingue: así vive el deporte, así todos los días y en todo momento, también bajo la presión de un Grand Slam.
En contraste, Cameron Norrie es zurdo y melancólico.
Esos dos elementos no están relacionados, pero son ciertos y por eso los enumero de corrido.
Norrie (29) también es el 61.º del mundo y una vez, hace tres años, jugó las semifinales aquí mismo, en la catedral del tenis.
Fue su momento de gloria y también el último gatillazo del tenis británico, huérfano desde los años de Andy Murray.
Ovación
El juego del doble campeón conquista a la parroquia londinense, que le ovaciona tanto como a su hombre
(Con todo lo que había sido en los tiempos de Fred Perry o a finales del siglo XIX, cuando el mayor Walter Clopton Wingfield patentaba este deporte).
Hace un año largo, en las entrañas del Trofeo Godó, el lánguido Cameron Norrie me contaba que él se sentía de muchas partes, y de ninguna:
–Nací en Sudáfrica, me crié en Nueva Zelanda, estudié en Estados Unidos, me formé como tenista en Londres, soy ciudadano británico, soy una buena combinación –se reía.
Será británico o será lo que sea, pero las circunstancias no le acompañan. Dos días atrás, Peter, el chófer de mi VTC, me anticipaba que el público iba a estar dividido este martes:
–Norrie es uno de los nuestros, pero Alcaraz nos cae muy bien, es un gran chico.
Cameron Norrie, este martes en el Centre Court de Wimbledon
Tal cual.
–Woooow –grita una fan londinense, sentada a mis espaldas, cada vez que Carlitos nos dedica un momento Alcaraz.
–What? –vocea otro tras un derechazo del murciano.
(Esta vez ya abundan esos puñetazos; según avanza en el torneo, Alcaraz va soltando el brazo: por momentos sirve a 217 km/h).
Descreídos, quince mil londinenses observan cómo la segunda raqueta del mundo, el campeón del 2023 y el 2024, hace añicos a su hombre.
Alcaraz se apropia de los dos primeros sets en 1h08m, la concurrencia no espera ningún milagro, se limita a disfrutar del show sin seguir el marcador, y el doliente Norrie se va en silencio, resignado y abandonado a su suerte.
Sus opciones son nulas ante un talento en estado de gracia, este Alcaraz que ha encadenado 22 victorias consecutivas, incluidos tres torneos (Roma, Roland Garros y Queen’s): le endosa trece aces, le gana el 89% de los puntos que se juegan con su primer servicio, no le concede un solo punto de break.
Futuro inmediato
En la semifinal, Alcaraz se medirá a Taylor Fritz, el pegador de los 79 aces en cinco partidos
Contemplo a la feligresía conforme abandona la catedral. Aunque ha perdido su hombre, todos desfilan felices, en paz. Sí, Carlin está en lo cierto: ver deporte es felicidad, o eso debería ser, pase lo que pase.
(En la semifinal del viernes, Alcaraz se mide a Taylor Fritz, el pegador de los 79 aces, los que ha sumado en sus cinco choques: salen a 15,8 por partido; ante Mpetshi Perricard se fue hasta los 29 y ante Diallo, hasta los 25).



