Al pararse en un semáforo, Peter suelta el volante por un momento, se vuelve y me dice:
–Mañana (por hoy), el público de Wimbledon va a estar dividido. No sabrá si decantarse por Alcaraz o por Norrie.
–Hombreeee, Norrie es local, ¿no? –le observo–. Supongo que los londinenses se pondrán de su lado.
(Y sé lo que digo. La parroquia británica lleva tiempo esperando a un nuevo mesías: jamás se encumbraron Rusedski ni Henman, y Murray duró un suspiro, lastrado por sus artrosis de cadera).
–No sé, no sé. Alcaraz nos gusta mucho. Siempre está sonriente, siempre parece estar pasándoselo bien. Genera una atmósfera amable. Los ingleses le adoramos.
–¿Con Nadal pasaba lo mismo? –alargo el interrogatorio.
(Me encanta conversar con los autóctonos).
–Bueno, ambos son dos espíritus distintos. Alcaraz es un niño que disfruta de lo que hace. Nadal era un gladiador. Los dos estilos nos gustan. Quien no nos convence tanto es Djokovic.
–¿Y eso?
–Viene de otro país. Es más serio, se queja. Sonríe poco.
La charla se eterniza, pues el tráfico está pesado.
Peter me cuenta que fue arquitecto pero ya se ha retirado. Sus tres críos son mayores y se casaron. El mayor le ha hecho abuelo. En los veranos, Peter abandona su vida en York y viene a Londres, a ver Wimbledon y a conducir este vehículo. A los periodistas acreditados, nos lleva de aquí para allá.
–Pero por encima de todos, me quedo con Federer –me dice Peter ahora, de vuelta al tenis.
Cambio de decorado
En la primera media hora, De Miñaur aplasta al serbio; luego, es Djokovic quien envuelve al ‘aussie’
Me cuenta que llevó al suizo de aquí para allá hace unos pocos días. Me vengo arriba: ¡Federer iba sentado en mi asiento!
–Fue extraordinariamente amable, me preguntó por mi nieto, me preguntó por mi vida... Se me ganó, la verdad.
Cuando alcanzamos Wimbledon y me asomo al Centre Court, distingo al suizo en el palco vip: Federer presencia las cuitas de Djokovic y escucha sus reflexiones post partido, cuando todo ha acabado y el serbio, apurado, ha salvado el compromiso (1-6 y triple 6-4).
–Me hubiera gustado tener una volea como la tuya y la elegancia de un caballero. Es la primera vez que vienes a verme y he ganado. Perdí las otras dos veces. Es bueno corregir la racha –le dice Djokovic a Federer; el serbio se ha impuesto siete veces en Wimbledon; el suizo, ocho).
Pero antes, ha habido que jugar. Y durante media hora, Alex de Miñaur ha destrozado al serbio. Le ha caricaturizado. Le ha arrebatado la primera manga en un pispás. Le ha golpeado tan duro que nadie veía alternativas.
Nadie, salvo Djokovic.
¿Cuántas veces nos han contado esta historia?
Es la primera vez que Federer viene a verme y gano; las otras dos veces, perdí: es bueno romper esa racha”
El Djokovic (38) de ese primer set está muy lejos de ser el Djokovic que ha ganado 24 títulos grandes: le ha abandonado el servicio, no firma un solo ace, registra cuatro dobles faltas, está lento y fallón. No llega a las dejadas, se coloca demasiado lejos del bote. Cuando entrega el parcial, ha acumulado 16 errores no forzados.
De Miñaur (26), eterno aspirante a todo –si los británicos llevan esperando al profeta, los australianos están en las mismas–, galopa en la catedral del tenis. Galopa como los italianos.
Cronistas de Il Tennis Italiano o Il Messaggero viven en una nube. Para ellos, todo son vacas gordas: a primera hora, Cobolli derrota a Cilic (será el adversario de Djokovic en cuartos). Por la tarde, juega Sonego (pierde ante Shelton en cuatro sets). En el crepúsculo, es el turno de Sinner: al italiano, líder del circuito, se le abre el cielo. Cuando se veía dos sets abajo (3-6, 5-7 y 2-2), Grigor Dimitrov se revienta el hombro y, lloroso, abandona el escenario.
(...)

Alex de Miñaur abandona Wimbledon, este lunes
Me estaba yendo del partido, vuelvo al De Miñaur-Djokovic. El decorado cambia en el segundo acto, cuando el serbio se aquieta y aquel aussie que tanto galopaba se cae del caballo.
Cuánto pesa este Djokovic, perro viejo que se las sabe todas: envuelve la derecha, envuelve a De Miñaur, siempre esquivo en los grandes días. A sus 26 años, De Miñaur sigue topado. No alcanza la volada de Rafter o Philipoussis, tampoco la de Hewitt, su entrenador, el último número 1 de los australianos (lo fue en el 2001, poco antes de la era del Big Three).
De Miñaur pierde su lugar, queda atrapado en la telaraña de Djokovic, más concienciado en los momentos clave: el serbio reduce dramáticamente la cifra de errores (comete una media de nueve en los tres últimos sets) y, ante todos aquellos que quieren retirarle, anuncia que no va a ser tan sencillo.
Aquí acaba esta aventura de Jéssica Bouzas
Liudmila Sams onova termina atrapando a Jéssica Bouzas (22), la gallega que ha levantado el vuelo en Wimbledon pero ya no puede volar más, ha alcanzado su techo. Bouzas pierde ante Samsonova, rusa que juega sin bandera, consecuencia de la guerra de Ucrania y el sistema de dopaje de Estado que envuelven a Moscú (Medvedev, Rublev y Kachanov se encuentran en esa misma posición). Samsonova (26) se lleva los dos sets, un doble 7-5, y se adueña de este cruce de octavos de final, el tope de Bouzas en un Grand Slam.
El adiós de Bouzas deja al tenis español en manos de Carlos Alcaraz, nada nuevo bajo el sol. La derrota de Bouzas, sin embargo, es digna, muy luchada, condicionada por pequeños detalles. Ante una adversaria que acaricia el Top 10 (según el ranking WTA en vivo, Samsonova es la 17.ª del mundo), Bouzas firma 21 puntos ganadores, por los 23 de Samsonova, y comete 31 errores, solo dos más que su rival. El partido se le va en las dobles faltas (ocho) y, sobre todo, en los puntos de break desperdiciados: solo convierte tres de sus doce oportunidades.