Para ir haciendo boca, abro juego con una reflexión de John McEnroe.
La leí hace cuatro días.
Big Mac dijo:
–Este Carlos Alcaraz, con 21 o 22 años, es el chico más talentoso que he visto en una pista de tenis.
Y ahí dejó eso.
Sigo con otras reflexiones. Anteayer, Jannik Sinner decía:
–Entre otras cualidades, Alcaraz es un magnífico restador.
(Y el murciano, ese talento que lleva días presionando al italiano, este Alcaraz que aspira a recuperar el liderato del ATP, le da la razón a Sinner: tan pronto como arranca su compromiso de cuartos ante Jiri Lehecka, Alcaraz rompe el servicio del checo en el primer juego del primer set; y 41 minutos más tarde, repite la operación en la apertura del segundo).
Según crece el choque, arrecia una tormenta en la mente de Lehecka: no hay manera, con Alcaraz no puede
Venga, ya hemos calentado motores.
Aportaremos nuestro granito de arena: con el cráneo pelado (disparatada cortesía de Álvaro, su hermano mayor, todoterreno que oficia de sparring y también de peluquero sobrevenido), con la camiseta de tirantes y con el extraordinario tono muscular, Alcaraz (22) no solo parece un tenista. Parece un gato con una raqueta.
A los 58 minutos, Alcaraz resta con un revés a dos manos, ajusta el bote en una esquina de la pista y descoyunta a Lehecka, que se encoge de hombros y empieza a desesperarse: su discurso interior emerge al exterior. Discute con su palco, golpetea contra el muro, amenaza con arrojar la raqueta.
¡Qué tormenta se va formando en la mente de Lehecka!
Porque esta vez el checo, tenista que sube y baja, montaña rusa, está jugando bien: apenas ofrece fisuras, sirve correctamente, aguanta los intercambios. ¿Y qué? Pues que eso y la nada es lo mismo.
Lehecka juega bien, aunque Alcaraz lo hace mejor.
Y el checo ya no sabe hacia dónde tirar.
(Por la mente me ronda el pensamiento de McEnroe: “Alcaraz es el chico más talentoso de 22 años que he visto en una pista de tenis”).
En estos días en Flushing Meadows, el gato Alcaraz desfila en carroza. Deja momentos icónicos. No solo se rapa la cabeza. Cuando se mide a Rinderknech, en los octavos del domingo, golpea por detrás del cuerpo en una subida a la red, se lleva el punto y el episodio recorre las redes sociales.
Y cuando se mide a Lehecka, cuando se mueve sobre las líneas, Alcaraz se estira como un chicle. Cuando arranca hacia adelante o hacia atrás, sus tendones son muelles. Alcanza los derechazos de Lehecka (poca broma con el checo, es la 21.ª raqueta del mundo). Alcanza sus saques. Soporta los rallies y lo decide todo. Cuándo se alarga el intercambio, cuándo se acorta el punto ejecutando un ganador. O una dejada.
Lehecka juega de maravilla, pero no hay manera. No tiene nada que hacer. A la 1h17m encaja el cuarto ace de Alcaraz y listos, el murciano ya tiene dos sets en el saco.
–A veces, cuando llego a casa, mi hermano pequeño me saca los mejores puntos. Celebro que los disfrute él y que también los esté disfrutando el público de Nueva York –le dice a Sam Querrey a la 1h58m, tras apuntarse el tercer parcial, cuando Lehecka ha salido de escena y todo ha acabado.
Para entonces, Alcaraz ya se ha plantado en las semifinales, son las terceras que disputa en Flushing Meadows (suyo es el título del 2022, su primer grande, había sido semifinalista también en el 2023), y persiste en su acoso a Sinner.
¿Y Sinner?
Por ahora, resiste el reto. Ayer, el italiano se paseaba ante Bublik (le castigó con un triple 6-1; Bublik siempre es un jeroglífico: en junio, sobre el césped de Halle, el kazajo había tumbado a Sinner) y ahora prepara un compromiso agridulce para la parroquia italiana: en cuartos se medirá a Lorenzo Musetti. Y tras ese reto solo puede quedar uno (un italiano, se entiende).