Cuando los espectadores vaciaron las gradas del estadio Arthur Ashe, incluido Donald Trump, el presidente abucheado, o el genial Bruce Springsteen, odiado a su vez por Trump pero al que la concurrencia brindó una larga y sonora ovación, la pista se convirtió en una fiesta.
La fiesta de Carlos Alcaraz. Había champán, abrazos, muchos abrazos, risas de felicidad, y fotografías.
Además de la familia, de su equipo, de los organizadores, de los patrocinadores o de amigos (la conexión Bizarrap), cualquiera que se precie y pasaba por el lugar quería retratarse con el fenómeno murciano de la raqueta (y colgarlo de inmediato en las redes o eso carece de valor), en ese mismo lugar donde hacía escaso rato el murciano se había coronado con su segundo US Open, su sexto título de Grand Slam.
Estar ahí abajo crea una extraña sensación, casi mística. ¿Cómo es posible que en este rectángulo Alcaraz y su alter ego Jannik Sinner puedan no ya devolver, sino simplemente ver esas bolas que van a más de 200 kilómetros por hora? Un milagro que el papa León XIV debería plantearse ahora que santifica al primer milenial.
En esta nueva época de prodigios deportivos, donde los adolescentes o poco más han decidido ponerse el mundo por montera, Alcaraz, a sus 22 años, solo 22, recuperó el cetro de número uno del mundo. Atención, recuperó, porque ya lo ostentó hace dos años.
El murciano considera que su mejor versión aún no ha llegado porque es demasiado joven
No ocultó que ese era uno de los objetivos que se marcó para esta temporada. También quiere ganar los cuatro Grand Slam. Le falta Australia. “Los quiero ganar, pero no mi importa si soy el primero. Lo importante es lograrlo”, subrayó.
Le arrebató el número uno al italiano Sinner, que a sus 24 años perdió este domingo frente a su amigo español y dejó también de ser el líder.
Nadie puede evitar hablar de esta nueva rivalidad, ni los propios protagonistas. Mientras Alcaraz flotaba entre abrazos y fotografías, Sinner se confesaba ante la prensa. “Carlos te saca de la zona de confort”, remarcó. “Es muy simple, él es un jugador diferente, no tiene debilidades”, matizó. “Ha mejorado después de Wimbledon (allá ganó el italiano), le doy mucho crédito, ha manejado la situación mejor que yo”.
Acribillado por las preguntas de los periodistas italianos respecto a los fallos que había cometido, Sinner cerró su comparecencia con una frase: “No soy una máquina”.
En su turno, Alcaraz estuvo en sintonía. Aunque su entrenador Juan Carlos Ferrero calificó su partido de perfecto, el pupilo replicó que él no es perfecto. “Tener tu mejor versión a los 22 años es complicado. Siento que es mi mejor versión en lo que llevo de carrera, pero todavía no he llegado al 100%”.
“No soy una máquina”, responde Sinner, que reconoce la superioridad de su rival y amigo
En un aparte, dijo algo que recordó, sin su sentido gamberro, a Nick Kyrgios, que en su día se burló de Rafa Nadal porque en su vida no había nada más que tenis. Alcaraz reivindicó perseguir su sueño, pero no a costa de su felicidad, de su familia y amigos. Un tipo extraordinariamente normal.