La W del MWC

Hace 19 años el Mobile World Congress (MWC) aterrizó en Barcelona procedente de Cannes. Llevaba el críptico nombre de 3GSM y todo el mundo lo conocía como el congreso mundial de los móviles. Ganaba quien lo tenía más pequeño. Era una época optimista en que Nokia dominaba el mercado y todos éramos jedis sacando el móvil del bolsillo y desplegándolo al vuelo. Llegaron los móviles inteligentes en la edición de 2008 y con ellos descubrimos que llevábamos un ordenador en el bolsillo que, además, también hacía llamadas. Pasó a ser el congreso del mundo móvil. Hoy, en un mundo más móvil que nunca, la W de mundial es aún más relevante: el MWC ya no es sólo una feria de tecnología, sino también uno de los escenarios del debate geopolítico.

Por si no fuese evidente, quedó claro en los discursos inaugurales de las autoridades. El Rey de España, Felipe VI, mencionó explícitamente el apoyo a Ucrania ante la agresión rusa, y en clara alusión a las cartas del reciente encuentro Trump-Zelenski, apeló a la única carta importante: la de Naciones Unidas. El president Salvador Illa subrayó la defensa de la multilateralidad y el respeto al derecho internacional. El propio ejecutivo en jefe de la GSMA, John Hoffman, admitió públicamente que la geopolítica ahora marca la agenda tecnológica.

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Ambiente en el congreso de telefonía móvil 

Mané Espinosa / Propias

La evolución tiene una explicación sencilla: las empresas más poderosas del mundo hoy ya no son petroleras ni bancarias, sino tecnológicas, casi todas norteamericanas: Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Amazon y Meta (las GAFAM), las cuatro últimas presentes en el MWC. Estas compañías concentran un poder que excede su influencia económica y dominan el mundo digital en que vivimos; desde los sistemas operativos móviles hasta los servidores donde almacenamos nuestros datos más sensibles, pasando por las aplicaciones que los gestionan.

Esta hegemonía digital no es trivial, especialmente para Europa. La UE está en una posición delicada: depende, por un lado, de los chips fabricados por Taiwán (sobre todo TSMC, responsable del 90% de los semiconductores avanzados globales) y, por otro, de los servicios digitales norteamericanos, principalmente de las GAFAM. Esta dependencia expone a Europa a un riesgo grave en caso de conflicto geopolítico.

Imaginemos una escalada con Estados Unidos. ¿Qué pasaría si, de repente, Amazon decidiera apagar el acceso a los servicios en la nube que alojan los datos de la mayoría de los estados europeos? ¿O si Elon Musk cerrara su red de telecomunicaciones por satélite Starlink en plena guerra, como ya sucedió en Ucrania? ¿Qué pasaría con el sistema GPS, controlado íntegramente por el ejército estadounidense, si Europa se posicionara contra intereses estratégicos de Washington?

Advertencias

El precedente de Starlink en Ucrania o el de X en las elecciones estadounidenses nos recuerdan que el control tecnológico es un arma política

Estas preguntas no son hipótesis remotas. Brendan Carr, secretario de Estado de Telecomunicaciones de EE.UU., advirtió explícitamente durante el MWC que, en oposición a la Ley de Servicios Digitales (DSA) europea, la administración Trump está a favor de “la libertad de expresión”. Alguien debería explicarle que ambas cosas no son mutuamente excluyentes. Anteriormente, el propio Trump ya había advertido que cualquier intento europeo de exigir moderación de contenidos en X o en Facebook sería tratado con hostilidad, llegando a amenazar con la imposición de aranceles. El precedente de Starlink en Ucrania o el de X en las elecciones estadounidenses nos recuerdan que el control tecnológico es un arma política.

Al otro lado del Pacífico, las cosas tampoco están mucho mejor y podrían empeorar. La empresa taiwanesa TSMC invertirá hasta 165.000 millones de dólares en la construcción de tres plantas de fabricación de chips avanzados en Arizona. Trump calificó esta decisión de “jugada tremenda”. Pero al afianzar su posición en EE.UU., también debilita la de Taiwán; si TSMC puede satisfacer la demanda estadounidense desde territorio americano, los incentivos para proteger Taiwán disminuyen. Y la China comunista está a escasas 100 millas náuticas.

Si ya era evidente que Europa debía avanzar hacia la soberanía tecnológica, ahora es perentorio. Por soberanía tecnológica entendemos no depender exclusivamente de las GAFAM en software, ni de empresas taiwanesas para los semiconductores o chinas en ámbitos críticos como infraestructuras digitales. Esto lo debemos hacer entre todos: ciudadanos, empresas e instituciones.

Proyectos como el superordenador MareNostrum 5 del Barcelona Supercomputing Center, que participa en el diseño del primer chip europeo, o la iniciativa europea GAIA-X para crear nubes digitales soberanas, abiertas y federadas, marcan el camino a seguir. La promoción del software libre e interoperable es también fundamental: cuanto más software propietario estadounidense usamos, más control cedemos sobre nuestros datos y, por ende, más poder otorgamos. Cada clic en una GAFAM podría volverse contra nosotros en caso de conflicto.

¿Significa esto que debemos dejar de usar aplicaciones y servicios digitales estadounidenses? Yo no iría tan lejos, pero debemos estar preparados. Al fin y al cabo, la administración Trump ya ha amenazado con represalias comerciales frente a regulaciones europeas. Podría parecer exagerado, pero en caso de conflicto cuesta imaginar al gobierno danés tuiteando y comprando Tesla para su cuerpo diplomático, mientras Musk pide la invasión de Groenlandia en X.

Evolución

En 19 años el Mobile World Congress ha pasado de los móviles a ser uno de los escenarios del debate geopolítico

Si bien un hipotético EUexit digital tendría costes económicos elevados, no hacerlo podría ser mucho peor: quedar atrapados eternamente entre dos grandes superpotencias digitales. Es un dilema complejo que debería ayudarnos a despertar del sueño digital.

El mundo de hace dos décadas se parece muy poco al actual, tanto como aquél lejano 3GSM al MWC, que es hoy la gran plaza del mercado geopolítico global. Quizá pronto no lo diferenciaremos mucho de una cumbre internacional. Es la nueva realidad de un mundo multipolar y digitalmente dividido, donde la W del MWC es más frágil que nunca.

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