La jerga financiera ha creado un par de nuevos acrónimos alrededor de las formas de trabajo de la actual Administración republicana que preside Donald Trump, el Potus –president of the US–: estos son Taco y Abusa.
El presidente de los cuatro shocks económicos: guerra arancelaria, recortes fiscales, desregulación y control de la inmigración, ha arrancado la legislatura con fuerza centrándose en el fuerte desequilibrio comercial de EE.UU. con el resto del mundo. La fijación de aranceles sectoriales, generales, tanto a amigos como a rivales geoestratégicos bajo fórmulas discutibles, tuvo su culmen el día de la Liberación. En ese momento, las propuestas presentadas llevaron a los mercados a descontar escenarios recesivos e inflacionistas para Estados Unidos: los aranceles los pagan los americanos, dañan la confianza de hogares y empresas y empujan los índices de precios al alza. Un daño autoinfligido para lograr revertir el fuerte déficit comercial y recaudar, a partir de los aranceles, unos recursos muy necesarios para unas arcas públicas debilitadas.
Brendan Smialowski
EE.UU. en este tiempo ha señalado que estaba negociando y que podía permitirse cierto daño en la espera de los resultados. Negociando, sí. Pero con un estilo en el que siempre ha parecido, parafraseando al Financial Times, que Trump se echaba atrás después de cada anuncio: Trump always chickens out (Taco). Anuncios que duraban unos pocos días, incluso unas pocas horas. Después de varias idas y venidas, el mercado ya ha entendido cómo le gusta negociar a EE.UU. Primero lanza una amenaza, y después recula, habiendo alcanzado, quizá, algún objetivo. Pero no pudiendo evitar el daño a los mercados ni a la confianza de los agentes.
Ha habido otro momento crítico. Ese en el que el mercado ha conocido el umbral máximo del dolor para la Administración republicana. El mercado, en concreto los llamados bond vigilantes, a la vista de las propuestas económicas y la gestión de la negociación arancelaria, empezó a añadir presión a la situación en un punto algo menos visible para la calle: los bonos americanos y el dólar. Claramente, los bond vigilantes, en una lectura acertada de los anuncios del presidente Trump, castigaron al dólar e hicieron subir la rentabilidad de los bonos. Este último elemento es especialmente doloroso en la medida en que no ayuda en la gestión del enorme déficit americano. El castigo a los treasuries implica una prima de riesgo adicional (menos confianza) por la menor fiabilidad de la economía americana como puerto seguro para los inversores. A los bond vigilantes no les ha hecho mucha gracia la amenaza a la independencia de la Reserva Federal, la trayectoria de la deuda americana ni la pérdida de la última calificación AAA para la renta fija del país.
El efecto ha sido una reversión de los flujos de inversores. Antes se invertía en Estados Unidos buscando el excepcionalismo americano, cuyo exponente máximo han sido las Siete Magníficas. Ahora vemos claramente como muchos inversores buscan cualquier cosa menos EE.UU. –y de ahí el tercero de los acrónimos: anything but USA (Abusa)–, provocando salidas de flujos hacia otras áreas geográficas donde no existan las dudas que persisten sobre los activos americanos.