A lo largo de los últimos 25 años se han venido produciendo cambios en la morfología de las calles comerciales de ciudades medias y grandes, e incluso en la mayoría de pueblos que contaban con un cierto tejido de establecimientos. Donde antes encontrabas tiendas de ropa, mercerías, zapaterías, perfumerías, tiendas de ajuar, cesterías, electrodomésticos, carnicerías, pescaderías, etcétera, y algún bar en medio, ahora es perceptible la existencia de negocios nuevos, de negocios que han cambiado de manos y en muchos casos, de locales vacíos. En la mayoría de pueblos pasa casi lo mismo.

Rebajas en una tienda de Madrid
Queda poca cosa de aquel tejido de negocios en que conocías al dueño, a los empleados y a sus sucesores, porque una parte importante del mercado ha adoptado formatos más competitivos, con concentración de oferta y más atractiva. En los ejes comerciales clásicos de las grandes ciudades encuentras algún superviviente de tiendas de toda la vida, pero dominan las marcas de franquicias que encuentras en cualquier otra ciudad del mundo. Las mismas que encuentras en los centros comerciales periféricos, donde hay hipermercados y grandes establecimientos con todo tipo de oferta, con el añadido de la restauración y un amplio abanico de entretenimientos.
Homogeneidad
En los ejes de las grandes ciudades encuentras alguna tienda de toda la vida, pero predominan las franquicias que encuentras por todas partes
Este cambio se ha producido en paralelo a la falta de relevo generacional y con el decreciente interés empresarial de la gente del país por los pequeños negocios urbanos. El resultado es el cierre de negocios históricos, sustitución de titulares, conversión de negocios en pequeños supermercados, bares, restaurantes, peluquerías, cosmética de uñas, tiendas de móviles... También es perceptible en otros ámbitos, como en el sector agrario.
¿Por qué? Un joven candidato a comprar un pequeño negocio como los que hemos puesto de ejemplo, o bien a relevar a los padres, antes de decidirse se hará de manera explícita o implícita cinco preguntas: ¿el trabajo que haré me resulta atractivo desde el punto de vista profesional?; ¿qué rentabilidad económica tiene el negocio y qué expectativas se avistan a medio y largo plazo?; ¿qué nivel de esfuerzo personal requiere este negocio en términos de dedicación, horarios, dureza física y emocional del trabajo...?; ¿tengo madera de emprendedor para asumir el riesgo, la incertidumbre que comporta ponerme ante un negocio?, y, ¿dispongo o no de alternativas profesionales que mejoren alguno de los cuatro factores anteriores? Si el candidato tiene alternativas y responde negativamente a uno solo de los factores (el trabajo no le hace el peso, poca rentabilidad, mucho esfuerzo requerido o aversión a arriesgarse), se decantará por las alternativas por poco que mejoren uno o varios de los factores negativos anteriores.
En cambio, la necesidad y la ausencia de alternativas atractivas, es lo que hace que muchos de los negocios en los que nos hemos referido hayan cambiado de manos y que se pueda hablar de un nuevo sector emprendedor, nuevos empleados y nuevos negocios familiares, pero este es un tema para tratar otro día.