Silvia Serrat trabaja cada día detrás del mostrador del mercado de Sant Martí de Provençals (Barcelona). Tiene 51 años y hace más de 30 que es pescadera en este mercado de barrio. “Mis padres compraron una parada cuando se abrió el mercado y yo siempre había ido a ayudarles. Cuando tenía 19 años empecé a trabajar fija”, explica con orgullo en una entrevista para La Vanguardia.
Hace 30 años que Silvia Serrat vende pescado en el mercado de Sant Martí de Provençals.
“Mi padre trabajaba en el Mercado Central del Pescado y le ofrecieron comprar una parada aquí. Le pareció un barrio trabajador, donde se podía ganar bien la vida”, recuerda Silvia. Su historia refleja la lucha cotidiana de muchos comerciantes de barrio, que con perseverancia y discreción resisten ante la competencia de los supermercados, los impuestos y los nuevos hábitos de consumo.
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Oficios que resisten
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Sus padres se jubilaron y ella decidió continuar con el negocio porque “me encanta cortar pescado, despachar y hablar con la gente”. Ser agradable y tratar bien a los clientes es uno de los aspectos más importantes para trabajar en un mercado. A pesar de amar su oficio, también reconoce que es “difícil, sacrificado y muy esclavo”: “Empiezo a las siete de la mañana y a las ocho ya estamos vendiendo hasta las dos”.
Mi marido y yo nos conocimos en el Puerto de Barcelona y allí nos enamoramos
Trabajar de cara al público a menudo comporta vivir situaciones tanto inesperadas como surrealistas. “Cada día hay una anécdota diferente. Una vez nos robaron un rape del mostrador sin darnos cuenta”, comenta Silvia. Su trabajo como pescadera esconde también una preciosa historia de amor: “Mi marido y yo nos conocimos en el Puerto de Barcelona y allí nos enamoramos. Ahora él también se dedica a esto”.
Ser pescadera, un oficio sacrificado pero lleno de vocación
De esta manera, se puede decir que su marido “se dedicó al pescado por amor”. Él es quien compra en Mercabarna, aunque a veces también despacha en el mercado de Sant Martí de Provençals. Juntos han compartido años buenos y otros más difíciles, pero mantienen la parada con mucha pasión: “Antes nos ganábamos muy bien la vida vendiendo pescado, pero ahora es más una cuestión de fe que de dinero”.
Entre impuestos y costes pagamos unos 2.000 euros al mes por mantener la parada
Años atrás los pescaderos tenían fama de ganar mucho dinero. No obstante, la situación actual del comercio de proximidad es bastante complicada. “Las ventas cada día son más pequeñas porque la gente ha cambiado sus hábitos de alimentación, los impuestos son más altos y el pescado está más caro. Pagamos unos 2.000 euros al mes por mantener la parada, la cual no es una propiedad, sino una concesión”.
Antes, los pescaderos se ganaban muy bien la vida.
La merluza, el pescado más vendido en el mercado de Sant Martí de Provençals
Incluso, Silvia revela que hace unos años estuvieron a punto de cerrar: “Pagaba un seguro sanitario muy elevado y la parada no daba. Tuvimos que recortar y seguir como pudimos. Pero nunca hemos tenido deudas con proveedores. Eso es sagrado”. A pesar de las dificultades, ella es optimista y no cambiaría su oficio por nada: “Mi sueño es jubilarme aquí porque ser pescadera es lo que realmente me gusta”.
Después de tantos años, conoce bien los gustos de sus clientes. “La merluza es el rey del pescado. A todo el mundo le gusta y es lo que más se vende”, afirma. La clientela principal son mujeres de entre 50 y 80 años, aunque cada vez hay más gente joven, sobre todo los fines de semana: “Antes venían madres de familia, y ahora estas madres han envejecido y compran menos”. Lo que diferencia a Silvia es su calidad y buena atención.

