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El nuevo club de las ocho de la mañana

Management

Oriol Montanyà Profesor de la UPF-BSM

“¿Cómo estás?”. “Muy liado, pero bien”. Probablemente, esta sea una de las microconversaciones más repetidas de nuestro tiempo. Y bajo la apariencia inofensiva de la respuesta se esconde una idea profundamente arraigada: la de confundir la actividad con el valor personal. De hecho, decir que estamos ocupados parece haberse convertido en un imperativo para demostrar que somos útiles, eficientes o incluso importantes. Es como si responder simplemente “muy bien” resultara sospechoso de algo.

El mito del club de las cinco de la mañana resume a la perfección esta cultura, ya que promueve levantarse antes que nadie, entrenar, meditar y empezar a trabajar cuando aún no ha salido el sol. Es una especie de liturgia moderna que convierte el sacrificio en virtud. Basta observar cómo muchos de sus seguidores presumen de formar parte de él, convencidos de que hacerlo ya es sinónimo de éxito performativo.

Sin embargo, frente a este paradigma, la escritora británica Emily Austen propone una alternativa provocadora en su nuevo libro Smarter: el “club de las ocho de la mañana”. El título está cargado de ironía porque, en realidad, no defiende esa hora en concreto, sino la idea de que cada persona encuentre el ritmo que le permita trabajar con equilibrio y calidad. Lejos de ser una apología de la pereza o un refugio para los indolentes, su planteamiento defiende que trabajar con más inteligencia (y no necesariamente con más horas) es una forma más sostenible y, al mismo tiempo, más productiva de vivir.

Una persona entrenando

Justin Paget / Getty

Y conviene decir que Austen habla desde la experiencia. “Durante diez años también formé parte del club de las cinco de la mañana y era un desastre. Iba agotada, con exceso de cafeína, persiguiendo mi día todo el tiempo”, confiesa la autora. Una reflexión que conecta con otras voces que han analizado el cansancio como uno de los grandes síntomas de la sociedad contemporánea. La investigadora Anne Helen Petersen, por ejemplo, ha demostrado que las generaciones nacidas a partir de 1981 son de las más fatigadas de la historia. Y según sus estudios, la causa es clara: “Hacerlo todo no solo parece posible, sino obligatorio. Esto ha creado un entorno en el que descansar se percibe como una pérdida de tiempo, mientras que el trabajo y la perfección se han convertido en el valor supremo”.

En este contexto, Smarter nace como una respuesta a la constante necesidad de validación externa y reivindica uno de los conceptos más potentes del libro: el “permiso”. Permiso para romper con el ritmo frenético, para recuperar el propio compás y para dejar atrás la culpa permanente. En realidad, el mensaje no consiste en renunciar a la excelencia, sino en cambiar sus reglas, aumentando los niveles de conciencia y coherencia.

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Para lograrlo, la autora aporta algunas claves concretas: centrarse en los objetivos de alto impacto y reducir la ineficiencia del multitasking; planificar de forma holística, combinando trabajo y descanso, o reservar espacios dedicados a la formación continua y al crecimiento personal.

Y quizá esta revolución silenciosa también empiece por gestos pequeños. Por ejemplo, responder de otra manera cuando nos preguntan cómo estamos. Cambiar aquel “muy liado, pero bien” por un sencillo “muy bien, gracias”. Sería una forma simbólica de dejar de buscar en la sobreocupación la mirada aprobatoria de los demás y empezar a valorar el equilibrio como la expresión más auténtica del éxito.