China no cede y aplicará un recargo del 50% en los aranceles a los productos estadounidenses, a partir de esta misma medianoche. Una réplica exacta al aumento anunciado horas antes por Donald Trump en el gravamen a las mercancías chinas. Decía Gandhi que el ojo por ojo terminaría por dejarnos ciegos y ese parece el destino del comercio internacional. Oscuro y sin su antigua brújula.
En Pekín, el ministerio de Exteriores había avisado a primera hora que tomaría medidas “enérgicas”, después de que el presidente estadounidense doblara la apuesta proteccionista, castigando a los exportadores chinos con un impuesto aduanero acumulado del 104% desde febrero. Los exportadores estadounidenses a China, por su parte, se enfrentan ya a un 84% acumulado, al que debe añadirse, en determinados sectores, entre un 10% y un 15%, procedente de las dos primeras represalias de Pekín, de carácter selectivo.
Está por ver ahora, no solo la reacción de los mercados, sino también del propio Trump, que este miércoles se jactaba de la forma más zafia del número de mandatarios mundiales que estos días le reclaman al teléfono: “Me besan el culo, me dicen que sí a todo”.
El presidente chino, Xi Jinping, no es uno de ellos y hoy ni siquiera le ha mencionado, en su primera aparición desde el incremento arancelario. “Debemos fortalecer los lazos estratégicos con los países vecinos”, ha dicho, en su línea habitual de que “el mundo es una comunidad de futuro compartido”.
Desde su gobierno, mientras tanto, se difundían hoy vídeos de Xi de los últimos años, seleccionados para la ocasión. “La economía china no es un lago, sino un océano”, dice en uno de ellos el secretario general del Partido Comunista de China (PCCh). “Si no hubiera vientos y mareas, no sería un océano. Pero China estaba aquí hace cinco mil años, aquí seguimos y aquí seguiremos”.
Las bolsas, en rojo
Un mensaje en la misma línea combativa de los portavoces de su gobierno, que aseguran que “China está dispuesta a ir hasta el final” y que “está preparada para la guerra, para cualquier tipo de guerra”.
Pero la fanfarronería de Trump prefería no verlo, a primera hora del miércoles: “Los chinos buscan un acuerdo desesperadamente, pero no saben ni cómo empezar”. El fondo y las formas del inquilino de la Casa Blanca están logrando evaporar el caudal de simpatía hacia su país en varias partes del mundo, empezando por Asia, donde ha castigado hasta a sus más estrechos aliados con aranceles de más del 24%. A este mazazo a sus industrias debe añadirse la humillación que destilan sus palabras para los dirigentes más contemporizadores, en Japón, Taiwán, Corea del Sur e incluso Vietnam.

Un trader observa pantallas que muestran datos financieros en la Bolsa de Valores de Nueva York
“No se debe privar al pueblo chino de su derecho legítimo al desarrollo y no se deben violar los intereses de seguridad y desarrollo de China”, ha dicho el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lin Jian. El primer ministro, Li Qiang, se ha referido explícitamente a China y Europa como guardianes de la libertad de comercio y de las reglas universales, frente al proteccionismo, tras la llamada mantenida con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
“No queremos una guerra comercial”, declara el ministerio de Comercio, “pero el Gobierno chino no se quedará cruzado de brazos” dice, si se lesionan sus intereses y su “derecho al desarrollo”. “Tenemos la voluntad y los medios para responder con firmeza y luchar hasta el final”.
“Ventajas mútuas” comerciales
A pesar del lenguaje retador de algunos de sus portavoces, el gobierno chino se resiste a abandonar la senda de la razón. Hoy ha publicado un Libro Blanco en el que expone las “ventajas mutuas” del intercambio comercial. EE.UU., dice, exporta hoy a China siete veces más que en 2001, cuando Pekín ingresó en la Organización Mundial del Comercio.
Pero estas cifras difícilmente cambiarán la percepción de que las deslocalizaciones a China fueron la gota que colmó el vaso de la desindustrialización de Occidente. Asimismo, EE.UU. cree que Xi Jinping no cumplió con su compromiso de comprar más productos estadounidenses al final del primer mandato de Trump. Pekín le echa la culpa al parón de la covid.
En las actuales circunstancias, un acuerdo sobre TikTok -propiedad de la china ByteDance- en EE.UU. parece imposible. Pero en Pekín no pierden la esperanza de que las circunstancias cambien de forma no menos abrupta. “La historia ha demostrado que la cooperación entre China y Estados Unidos es mutuamente beneficiosa, mientras que la confrontación es perjudicial para ambas partes”, insiste el Libro Blanco.
“La humanidad vive en la misma aldea global y ningún país puede prosperar en el aislamiento. El proteccionismo es un callejón sin salida”, dijo el ministro chino de Comercio, rompiendo una lanza a favor “de la Organización Mundial de Comercio y de la estabilidad de las cadenas de suministro globales”.
“La coexistencia pacífica”
Pero la retórica china sobre “la coexistencia pacífica” y “el respeto mutuo” suena tan hueca en Washington como la retórica estadounidense acerca de “los derechos humanos” en Pekín. Más ahora. El secretario de Estado, Pete Hegseth, ya avisó de que “hay un sheriff nuevo en la ciudad”. Y el mundo observa boquiabierto un duelo más propio de una película del Oeste. O de sus equivalentes cinematográficos chinos, en los que vuelan por los aires dagas y espadas. Encima, con los papeles cambiados, con el magnate Donald Trump como campeón del proteccionismo y de la tentación autárquica y el comunista Xi Jinping como apóstol del libre comercio (sobre todo, en casa del vecino).
Aunque en las películas por lo menos alguien sale ganando. En este enfrentamiento solo está claro que se perderán puestos de trabajo en prácticamente todas partes y que muchos fabricantes -empezando por las multinacionales estadounidenses en Asia- se van a pillar los dedos, como les va a suceder a los importadores. Por no hablar de los consumidores estadounidenses, votantes o no de Trump, a los que se les viene encima un tsunami de inflación. Como un impuesto encubierto, masivo y universal. Ninguna broma en un país, como EE.UU., donde el salario mínimo lleva congelado desde la primera legislatura de Barak Obama.
No forma parte de la mentalidad asiática humillar al rival. No está escrito en esta historia que uno de los dos “emperadores” haya de terminar desnudo a ojos del mundo. Pero China sospecha que un país como EE.UU., que solo fabrica un 1% de los pares de zapatos que calza, es un país que en realidad va descalzo y todavía no lo sabe.