En la subversión está el latido de todos los grandes cambios culturales. En el fútbol, también. De esa fractura con las convenciones ha tratado la excepcional temporada del Barça, constatada en las estadísticas con el doblete en la Liga y la
Copa, éxito que no explica, ni de lejos, el alcance de la
revolución de un equipo que ha enganchado por la pechera
al fútbol y lo ha sacudido sin contemplaciones.
Un proceso subversivo tiene que ser rápido, contundente y rompedor. Necesita cautivar y desprenderse del orden establecido. Exige energía, irreverencia y convicción. Demanda, por tanto, la pasión juvenil que habita en las ideas transformadoras. Y cómo ocurre en el arte en general, la subversión suele arrancar en marcos físicos muy concretos. En el caso del Barça, la Masia.
Desde la irrupción del Ajax a finales de los años 60, no se recuerda un equipo tan irreverente y pop
Este Barça cubre todas las casillas que le convierten en portavoz de un nuevo tiempo.
Ha alterado con estrépito el paisaje del fútbol. Ni se le esperaba, ni había sospecha de su propuesta, alejada de las convenciones que presiden los modelos vigentes. Lo incuestionable de su éxito no impide que los sectores más resistentes de la crítica le midan por sus defectos y olviden sus extraordinarias virtudes. No quieren, en definitiva, reconocer el impacto de la subversión.
Desde la irrupción del Ajax a finales de los años sesenta, y aquello significó una revolución en toda regla, no se recuerda un equipo tan irreverente y pop como el Barça. Es atrevido y vibrante, inclasificable en los rígidos márgenes del fútbol actual, sometido al imperio del algoritmo y la data. Como aquel inolvidable Ajax, integrado por una mayoría de jugadores nativos de Ámsterdam, la matriz futbolística del Barça es de carácter local, si se toma a la Masia como la expresión contemporánea de lo que antes se llamaba la calle.

El Real Madrid, que venía de ganar la Liga y la Champions, se reforzó con Mbappé con la intención de ser invencible, pero el Barça, liderado en el campo por el adolescente Lamine Yamal, le ha barrado el paso
Es curioso como muchos de los grandes equipos de la historia proceden de un entorno familiar: el Bayern casi barrial de los años 60, los Busby Babes del Manchester United, el Barça de Guardiola o el Milán que pergeñó Arrigo Sacchi con Baresi, Maldini y Costacurta como garantes defensivos. A Flick le corresponde el inmenso mérito de lanzar a su equipo a una aventura genial, imprevista por todos, excepto por sus jugadores, que no han parado hasta convertir al Barça en la gran sensación del fútbol mundial.
No hay aventuras verdaderas sin símbolos que las trasciendan. En este caso, Lamine Yamal, el más joven del equipo, jugador deslumbrante que se ha adelantado por mucho a la cadencia natural de las trayectorias. Si no es el mejor futbolista del planeta, lo parece. Pertenece al limitado registro de genios que elevan el juego a cotas insospechadas. Por edad, influencia y audacia, Lamine Yamal es el líder de un equipo que ha decidido saltarse todas las convenciones, saludado por un éxito de consecuencias enormes, tanto para el club, que recupera el fulgor perdido cuando más lo necesitaba, como para sus grandes rivales.
Los éxitos no tienen una magnitud equivalente. Muchos no alteran el paisaje. Satisfacen a sus parroquias, pero dejan al fútbol como está. No generan un seísmo a su alrededor, como sí lo provocó el Barça de Guardiola, que produjo un efecto estrepitoso en el Real Madrid. Regresó Florentino Pérez de sus cuarteles de invierno para detener la hemorragia que se avecinaba. En juego estaba el liderazgo no en la escena nacional, sino en la planetaria, con todos los flecos económicos y comerciales que esa batalla significaba. No se detuvo en barras: fichó a Cristiano Ronaldo, Kaká, Benzema y Xabi Alonso en primera instancia, luego a Özil, Di María y a la némesis de Pep: Mourinho.
Florentino, que no se inquietó por la Liga que ganó hace dos años el Barça, sí que percibe ahora la amenaza de un rival que cuestiona sin complejos
su ideario. Los fichajes se suceden en el Madrid. Frente al cómodo establishment de las
estrellas, un equipo eligió la revolución y arrasó. El viejo régimen toma nota.