McDonald’s invade Francia ante el empobrecimiento de las clases populares

VISIÓN GLOBAL 

La cadena estadounidense de comida rápida lleva una estrategia muy agresiva de expansión en la Francia rural: el admirado ‘art de vivre’ francés se repliega ante los nuevos hábitos, forzados por el magro bolsillo

McDonald’s invade Francia ante el empobrecimiento de las clases populares
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McDonald’s invade Francia ante el empobrecimiento de las clases populares

AFP

Francia, patria de las estrellas Michelin, conserva todavía el aura de la alta cocina. El país se asocia a grandes chefs como Paul Bocuse o Alain Ducasse, a restaurantes legendarios como La Tour d’Argent o Maxim’s. La realidad cotidiana de millones de franceses de a pie, sin embargo, es mucho menos glamurosa. Los locales de comida rápida proliferan en toda su geografía.

McDonald’s invade Francia ante el empobrecimiento de las clases populares

Un restaurante de la cadena McDonald’s en la entrada de Toulouse 

JEAN-PIERRE MULLER / AFP

Hay aún resistencias puntuales a este tipo de locales, pero se valora el precio y la comodidad

La cadena McDonald’s, que tiene en Francia su segundo mercado mundial después de Estados Unidos, se muestra a la ofensiva para expandirse sobre todo en las áreas rurales en las que todavía no está presente. Se trata a menudo de zonas del país en crisis desde hace decenios, víctimas de la desindustrialización y del desmantelamiento de infraestructuras públicas, desde el tren a escuelas u hospitales. Esos territorios son fértiles para el crecimiento de la extrema derecha.

El aura de la alta cocina choca con el día a día menos glamuroso de millones de franceses

En la Francia empobrecida y en situación precaria, como sucede en otros mercados norteamericanos y europeos, las franquicias de fast food son atractivas para los consumidores de escasos recursos de todas las edades. Ir de vez en cuando a una hamburguesería es un pequeño lujo que se pueden permitir las familias humildes. Los niños están contentos porque siempre hay anzuelos para ellos, como pequeñas zonas de juego y juguetes. McDonald’s ha tenido el olfato, por ejemplo, de asociarse al universo Astérix, ofreciendo juegos y álbumes.

McDonald’s posee ya 1.560 locales en Francia. Ha abierto 30 nuevos este año y prevé inaugurar otros 20 antes de acabar el ejercicio. Su estrategia es adelantarse a la competencia, como Burger King y Kentucky Fried Chicken, en el ámbito de los pueblos y pequeñas ciudades de la Francia profunda. Los establecimientos tradicionales, como los bares o brasseries, sufren para poder competir en precio y servicio.

Nuevos locales ha abierto este año McDonald’s en Francia, que es su segundo mercado después de EE.UU.

Una nueva generación de franceses de las clases populares albergan menos prejuicios que sus padres a ir a cadenas extranjeras. Valoran la rapidez, el precio y la comodidad de los horarios, porque no cierran casi nunca y abren hasta muy tarde. Saben que no es lo más saludable, pero lo aceptan. Les resulta práctico. Ocurre lo mismo con las pizzas a domicilio. Los postes con la M amarilla de McDonald’s son omnipresentes y forman parte, por tanto, del paisaje francés, como los campanarios o los monumentos a los caídos en las dos guerras mundiales.

Con todo, sigue habiendo casos aislados de resistencia al avance del coloso yanqui de la comida rápida. Está pasando en Le Rouret, un pueblo del interior, de 4.200 habitantes, del departamento de los Alpes Marítimos, a una hora de Cannes. Existe una recogida de firmas –son ya más de 3.000– contrarias a la instalación de McDonald’s. En un reciente reportaje de la cadena pública France Info, varios de sus habitantes argumentaron que se trata de un pueblo con sensibilidad ecológica y que ofrece comida orgánica en las escuelas públicas. “Tenemos los valores del campo –decía una de las entrevistadas–. No queremos que haya niños obesos dentro de diez años”. Otros expresan el temor de que el local, abierto de noche, sea un punto de encuentro para el tráfico de droga, una lacra que golpea ya de lleno la Francia rural.

El alcalde de Le Rouret, el conservador Gérald Lombardo, se muestra prudente. Comprende el sentimiento de parte de sus vecinos, pero recuerda que no será fácil denegar el permiso de construcción, que se decidirá en breve, por el solo hecho de tratarse de un McDonald’s, en especial porque no se ubicará en el centro sino en un zona comercial de las afueras. La cadena se ha defendido recordando que creará cincuenta puestos de trabajo directo o indirecto, empleos que no requieren título y ofrecen horarios flexibles, ideales para estudiantes.

Es dudoso, si bien no puede descartarse, que el empuje de McDonald’s desate reacciones violentas como la del activista antiglobalización José Bové y sus seguidores, en 1999, cuando destruyeron un McDonald’s en construcción en Millau (Aveyron). Los franceses, con la autoestima baja por diversos motivos, no parecen ya muy dispuestos a una cruzada contra una invasión que socava su art de vivre muy respetable, pero cuyo bolsillo no puede financiar . Quizás piensan que es mejor rebelarse en las urnas.

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