Y ahora resulta que la nube está en las nubes

Baúl de Bulos

El gran apagón que padecimos durante unas interminables horas el 28 de abril fue un primer aviso a navegantes de lo que se avecina

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Martín Tognola

Apagón tras apagón, nos encaminamos hacia el apagón definitivo, el de Dios es Cristo, que muy probablemente significará no sólo que lo más íntimo de nuestras vidas sea borrado de un plumazo y para siempre, sino que nuestra civilización se convierta en humo, puro humo, que diría Guillermo Cabrera Infante. No sería la primera vez.

Ahora bien, resulta que la nube que contiene nos guste o no, todos nuestros datos y secretos, no es etérea, que es lo que veníamos pensando, tontos de nosotros, sino que es demasiado real, palpable; unos inmensos centros de datos y servidores repletos de máquinas, lucecitas y cables. Y susceptibles en cualquier momento de ser intervenidos o destruidos por sus amos.

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El gran apagón que padecimos durante unas interminables horas el 28 de abril fue un primer aviso a navegantes de lo que se avecina. El mes pasado, hubo otro al bloquearse una parte importante de la red de Amazon Web Servicies. De golpe y porrazo, millones de personas se quedaron sin blanca puesto que el pago con móvil o tarjeta se les fue retirado, entre otros muchos inconvenientes.

Ahora, uno empieza a entender la inclusión en el kit de supervivencia que nos recomienda Bruselas de dinero en metálico, además de velas, pilas, latas de sardinas y agua mineral, a fin de encarar con cierta compostura al menos las primeras 72 horas la catástrofe anunciada pero cuya fecha de estreno aún se desconoce.

Hasta hace poco, la seguridad nacional se basaba en recolectar inteligencia sin llamar la atención y saber guardar un secreto, tanto en casa como en el extranjero. Se trataba de un mundo sigiloso, aunque, cuando hacía falta, despiadado. El Servicio de Inteligencia Secreto británico, más conocido como MI6, que vela por la seguridad mediante el espionaje del Reino Unido en ultramar, lejos de permanecer en el anonimato, goza de fama mundial gracias a James Bond o las novelas de John le Carré.

El MI6 nació en 1909 y su primer director, sir Mansfield Cummings, que no tenía ni zorra de lo que se esperaba de él, se instaló en el pequeño despacho que se le fue asignado, con mesa, silla y teléfono, pero este novedoso artilugio nunca sonó, por una buena razón: ¡su existencia era un secreto de Estado! Puro Monty Python, sí. Pero así son los ingleses.

Ya hace tiempo que el MI6 busca y encuentra nuevos reclutas en las redes, como si se tratase de informáticos o mayordomos. Desde el final de la - ¿primera? - guerra fría, se les prohíbe a los agentes el empleo de cualquier tipo de tortura al tiempo que les obligan, al menos sobre el papel, a actuar en todo momento con total transparencia y responsabilidad. Mas dada la complejidad del mundo actual, cabe preguntarse si lo dicen en serio. Al fin y al cabo, los secretos de Estados secretos son, al menos durante algún tiempo.

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Pero desde que mora en la nube la inteligencia que aportan los agentes a sus gobiernos, en realidad ya no hay secretos, puesto que la nube es propiedad de particulares, algunos con nombre y apellidos, que también atesoran nuestras conversaciones privadas, fotos y gustos, incluso o, sobre todo, los más inconfesables.

Cuando se incendió hace dos mil años la gran biblioteca de Alejandría, Occidente, lo que ahora entendemos por Occidente, se quedó huérfano de un inmenso acervo cultural en gran medida irreemplazable, o que tardaría siglos en recuperarse, aunque sólo fuera en parte.

Y si algún día se encendiera o se esfumara la nube, fuera por arte de magia o por los designios de un autócrata maligno desbocado con inversiones en Marte, nos veríamos de nuevo ante una catástrofe de parecida magnitud, que ni la inteligencia artificial podría en mil años reemplazar. ¿Es eso lo que queremos? Con cada día que pasa queda más claro que vivimos en las nubes de los amos de la nube con la que nos quieren dominar. Dicho de otra manera: no nos esteramos de nada.

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