La voz incómoda, inconformista y humanista del abogado Francisco Barbudo: “De no actuar así estaría fallando a la gente que dio la cara contra el franquismo”
Abogado
Barbudo reivindica una práctica jurídica basada en la honestidad, el pensamiento crítico y la defensa de colectivos vulnerables
Francisco Barbudo, penalista de Barcelona
Francisco Barbudo (Rubí, 1994) es abogado penalista y fiscalista. Desde adolescente sintió una vocación clara por la abogacía, movido por un fuerte sentido de la justicia y una facilidad natural para defender a quienes pedían su ayuda. Tras formarse en Derecho y completar un máster, inició su carrera en varias empresas del sector jurídico, pero pronto descubrió que aquel entorno encorsetado —marcado por reglas estrictas y un corporativismo que no compartía— no encajaba con su manera de entender la profesión.
Esa necesidad de ejercer “con libertad y sentido crítico” lo llevó a abrir su propio despacho, donde ha construido una práctica basada en la coherencia personal, el compromiso social y la defensa honesta del cliente. En este tiempo ha consolidado un perfil muy marcado. Rechaza defender fondos de inversión o empresas especulativas en el sector de la vivienda o sanidad y reivindica el papel del derecho como herramienta al servicio de las personas y no del poder.
¿Cómo empezó su trayectoria como abogado y en qué momento decidió hacer las cosas a su manera?
Desde adolescente sentía que tenía madera de abogado. Siempre he tenido un fuerte sentimiento de justicia y me he encontrado cómodo hablando en favor de quienes me pedían ayuda, así que para mí la conexión con la abogacía era evidente desde muy joven. Cuando terminé la carrera y el máster empecé a trabajar en varias empresas, pero con el tiempo me di cuenta de que no me gustaban sus modus operandi: demasiadas reglas, demasiadas directrices y un corporativismo que te obligaba a seguirlas estuvieras o no de acuerdo. Yo necesitaba ejercer esta profesión con libertad y con sentido crítico, y entendí que la única forma real de hacerlo era por mi cuenta.
No es un camino fácil, lo digo sin tapujos. Hay momentos duros, como en cualquier inicio. Pero esa fase ya la pasé y hoy estoy exactamente en el rumbo que quiero, trabajando con clientes con los que me entiendo muy bien y con unos resultados que, sinceramente, han sido muy positivos profesionalmente.
Muchos abogados evitan ciertos temas por miedo a perder oportunidades. ¿Qué le lleva a usted a abordarlos sin temor?
En esta profesión el rigor es básico, eso lo tengo claro. Pero para mí no es suficiente. También considero fundamental atreverse a hablar de temas controvertidos, denunciar injusticias que está sufriendo mucha gente y que una gran parte de la sociedad no se atreve a abordar o directamente mira hacia otro lado. Vivimos en una sociedad muy individualista, centrada en el propio interés, y eso hace que muchas personas prefieran no incomodarse con determinados temas.
¿Qué sucede? Que para hablar de todo esto tienes que tener mucha confianza en ti mismo, mucho fundamento y conocimiento. Porque te vas a encontrar a personas que te rechacen, tanto en lo profesional como en lo personal, y te vas a sentir incomprendido en más de una ocasión. Y aun así, creo que es lo que hay que hacer.
Además, mucha gente confunde osadía y atrevimiento con perder las formas. Yo mismo me he equivocado muchas veces y, cuando ha tocado pedir perdón, lo he hecho. Y si tengo que volver a hacerlo, lo haré. Esas situaciones me han enseñado a identificar rápidamente cuándo alguien se equivoca de buena fe y cuándo, en cambio, estamos ante personas que solo miran por sus propios intereses sin importarles el respeto hacia los demás.
Desde hace muchos años tengo un referente muy claro, Julio Anguita. Siempre he admirado su integridad y la elegancia con la que hablaba. No necesitaba elevar el tono para que se le escuchara, y aun así convencía. Para mí representa exactamente lo que debe ser un líder, alguien que habla con propiedad, con fundamento y con honestidad. Es una figura que siempre he tenido muy presente y a la que seguiré admirando.
El cliente sabe lo que quiere, pero no cómo puede conseguirlo; nuestro deber es decirle la verdad, no darle la razón
¿Cómo le ha ido este primer año y medio por su cuenta y cómo se ve en un futuro profesionalmente?
El balance ha sido muy positivo, mejor de lo que esperaba, aunque también he pasado momentos muy duros. La vida de autónomo y de emprendedor no es fácil, y menos en España. Puede haber semanas en las que no te llegue ningún cliente y hay que estar preparado mentalmente para gestionar esta inestabilidad.
Aun así, es cuando más realizado me he sentido. Estoy ejerciendo la profesión que me apasiona, en libertad, pudiendo decidir sobre mi tiempo y sobre mi economía. Ese es el camino en el que quiero seguir también en los próximos años: mantenerme fiel a mi manera de ejercer y seguir construyendo un proyecto propio en el que creo profundamente.
Si tuviera que elegir un perfil de cliente que no acepta bajo ninguna circunstancia, ¿cuál sería y por qué?
Como he comentado, nunca defenderé a fondos de inversión ni a especuladores en el ámbito de la vivienda y de la sanidad. Para mí son una de las principales fuentes de problemas en la sociedad actual, y no me sentiría coherente aceptando un caso así.
De hecho, hace poco se me planteó la posibilidad de defender en juicio a un fondo de inversión especulador con la vivienda. Y dije que no de inmediato. No tuve ninguna duda, porque mis principios van por delante de clientes de ese perfil profesional.
Además, sigo muy de cerca casos relacionados con este tipo de prácticas, tanto aquí como fuera. Me interesa especialmente cómo operan estos grupos y el impacto real que tienen en la vida de las personas. Por eso, cuando digo que no voy a defender a fondos de inversión, no lo digo como una frase hecha, lo digo porque tengo claro qué papel juegan muchos de ellos en problemas sociales muy graves.
Comprometido con los derechos humanos, Francisco Barbudo reivindica un ejercicio del derecho al servicio de la gente
¿Qué consejo le daría a un joven abogado que empieza hoy y siente que todo está “copado” por generaciones de profesionales anteriores?
Le diría que, si siente que la abogacía es realmente su vocación, tire hacia adelante sin dudarlo. Pero que lo haga sabiendo que es un camino largo, muy duro y con muchos altibajos. No es una profesión sencilla, y menos cuando empiezas. Te vas a encontrar con personas que te jugarán malas pasadas, y eso se nota especialmente cuando eres el primer abogado de tu familia o de tu entorno, como fue mi caso. Esa soledad a veces pesa, pero también te hace más fuerte.
Para mí, un abogado que vale la pena no es solo el que conoce la ley, sino también la realidad. Es fundamental saber de historia para poder hablar con propiedad de cualquier tema jurídico. Hace poco, en una intervención con el catedrático Saura, él también insistía en esto. Y tenía razón: entender el contexto histórico te da una perspectiva que no se aprende solo en los códigos.
También creo que es importante tener nociones de economía, cultura general y todo aquello que te permita comprender mejor el mundo en el que ejerces. En mi caso, además de penalista, soy fiscalista, y eso me ayuda a interpretar muchas situaciones con más criterio. La abogacía no va solo de saber la ley, sino de entender el entorno, a las personas y las implicaciones reales de cada decisión.
Nunca defenderé a fondos de inversión ni a especuladores. No puedo participar en aquello que considero dañino para la sociedad
¿Hay algo que haya aprendido de los clientes que le haya hecho replantearse su manera de ejercer?
Los clientes me han enseñado a ser escéptico. El cliente sabe lo que quiere, pero no sabe cómo puede conseguirlo ni cuáles son realmente sus probabilidades de éxito. Y para mí, el mejor abogado no es el que presume de ganar muchos casos, sino el que vela por los intereses y el bienestar de su cliente.
Un abogado no puede decir que sí a todo. Si actúas así, desde mi punto de vista, te conviertes en un picapleitos. Nuestra labor es hacerle entender al cliente cuáles son sus mejores vías y acciones, cuáles son las opciones reales que tiene delante y hacerle ver la realidad de su situación. No se trata solo de explicarle la ley y ya está, sino de saber interpretar el caso, el contexto y las consecuencias.
Todo esto es mucho más difícil en la práctica de lo que parece. Requiere honestidad, criterio y también saber decir “no” cuando toca, aunque eso implique dejar escapar a un cliente. Pero creo que es la única forma seria y ética de ejercer esta profesión.
¿Cuáles son los asuntos que más le cuesta llevar?
Sin ninguna duda, los asuntos que más me cuesta llevar son los de violencia de género, tanto cuando actúo como acusación como cuando actúo como defensa. Es un ámbito del derecho en el que, en muchos casos, resulta imposible saber con total certeza qué ocurrió; solo la persona denunciante y la persona investigada conocen realmente los hechos.
En mi experiencia particular me he encontrado injusticias en ambas direcciones. No voy a entrar en matices, pero sí tengo claro que, con el criterio que me dan mi trayectoria como jurista y mi vida personal, he apoyado y apoyaré todos los avances y reformas feministas que se han hecho en los últimos años, porque son un bien para la sociedad. Y exactamente lo mismo con los avances dirigidos a los colectivos LGTBI y otras capas sociales que históricamente y en la actualidad soportan una mayor carga y presión social.
Además, formo parte de la Comisión de Derechos Humanos del Ilustre Colegio de Abogados de Terrassa. Desde ahí, junto con mis compañeros, trabajamos para apoyar reformas y medidas que protejan a mujeres, a personas LGTBI y a otros grupos históricamente discriminados. Es una parte de la profesión que me importa mucho y en la que creo profundamente.
Con todo, apoyo y apoyaré todos los avances y reformas feministas que se han impulsado en los últimos años. Creo firmemente que educar en valores feministas es clave para construir una sociedad más justa y para entender con propiedad la complejidad de estos casos. Esa mirada no es opcional, es necesaria.
Francisco Barbudo, abogado penalista, cuyo principal referente intelectual y ético es Julio Anguita
Respecto a temas de derecho internacional, ¿cuál cree que son los desafíos que afronta la justicia internacional para poder dar respuesta a los conflictos y guerras que se están sucediendo?
Es una cuestión muy compleja y difícil de resolver, pero como jurista puedo decir algo con claridad, que el sistema judicial internacional, tal y como está ahora, no es capaz de dar respuesta a corto plazo a todas las masacres y tragedias que están ocurriendo en el mundo. Aun así, siento la obligación moral de hacer todos los esfuerzos posibles para hablar en favor de aquellas sociedades que actualmente están siendo víctimas de dichas masacres.
Quiero mostrar toda mi solidaridad —y lo digo con conocimiento de causa— con el pueblo palestino, porque me duele profundamente lo que está pasando. Me indigna ver a gente que mira hacia otro lado o que justifica estos crímenes. Invito a cualquier persona que lea esto a revisar la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada en 1948 y todavía vigente. Es un texto muy fácil de leer, seas jurista o no. Si lo lees y luego ves lo que está sucediendo, entiendes perfectamente la gravedad de la situación.
Aunque no tengo tanta información sobre todos los escenarios, también quiero solidarizarme con quienes están sufriendo en territorios como Ucrania, Sudán o la República Democrática del Congo, el pueblo Saharaui o las mujeres en Afganistán, donde también se están cometiendo actos inaceptables por parte de personas que están en el poder. Es doloroso ver que, en pleno siglo XXI, sigan ocurriendo estas barbaridades.
¿Cree que muchas leyes se convierten en instrumentos de poder más que de justicia?
Históricamente, la ley siempre ha sido una herramienta de poder para las clases más pudientes de la sociedad. Eso es una realidad. Afortunadamente, en España vivimos en un Estado democrático de derecho y, en los últimos años, ha habido un Gobierno de coalición que, se esté más o menos de acuerdo con él a nivel estatal, ha intentado aprobar leyes en apoyo a los grupos más vulnerables. Aun así, queda muchísimo camino por recorrer, especialmente en todo lo relacionado con el derecho internacional y los conflictos que afectan indirectamente la vida de mucha gente en España.
Hay leyes que, para mí, son un ejemplo claro de cómo el derecho puede convertirse en un instrumento de poder. La Ley de Extranjería es una de ellas porque trunca vidas y priva de libertad a personas que lo único que quieren es vivir dignamente y construir un futuro para ellas y para sus familias en un país como España. Eso es gravísimo.
En mi trabajo he logrado parar extradiciones de personas con familiares aquí, gente que estaba a punto de ser expulsada. Y lo digo porque creo que muestra muy bien la distancia que puede haber entre lo que debería ser una ley y lo que realmente hace.
Como ciudadano y como abogado que apoya a los colectivos históricamente más vulnerables seguiré aportando mi grano de arena para que las cosas avancen y progresen en esa dirección. De lo contrario, sentiría que estoy fallando a mis principios y también a mis familiares y a muchas otras personas que en épocas pasadas dieron la cara contra el franquismo para intentar dejar un mundo mejor.
Lección de Vanguardia
“No traiciones nunca a tus principios. Como ciudadano y como abogado feminista que apoya a los colectivos históricamente más vulnerables, tengo el deber de aportar mi grano de arena para que las cosas avancen en la dirección correcta. De lo contrario, sería un cobarde, porque estaría fallándome a mí mismo y también a mis familiares, que en épocas pasadas dieron la cara contra el franquismo para intentar que el mundo fuera un lugar mejor. Ese compromiso, con la justicia y con la gente, es lo que debe guiar siempre nuestro trabajo”.
Más información