En París, bajo un cielo despejado y temperaturas inusualmente altas para el otoño, el presidente Emmanuel Macron camina solo por la orilla del Sena. Aunque escoltado discretamente por sus guardias, su figura parece aislada, hablando por teléfono en un momento clave: el mismo día en que su primer ministro ha dimitido. La escena transmite una mezcla de introspección y urgencia, en una ciudad que también siente el calor político y climático.
A miles de kilómetros, en la Franja de Gaza, el sol cae con fuerza sobre los campos de desplazados en Deir el-Balah. Niños pequeños, con bidones en mano, se acercan a un charco de agua frente a tiendas de campaña improvisadas. La imagen es dura: la infancia atrapada entre la guerra y la escasez, mientras delegaciones de Hamás, Israel y Estados Unidos buscan una salida diplomática. El calor aquí no solo es físico, sino también humano, cargado de sufrimiento.
En Madrid, frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, miles de amapolas de papel cubren el suelo. Cada una representa una vida palestina perdida en los últimos dos años. El acto, organizado por la Comisión Española, es silencioso pero poderoso, un homenaje que contrasta con el bullicio urbano y el calor que no cede, incluso en octubre.
Mientras tanto, en Lake Placid, Estados Unidos, ciclistas de todo el mundo pedalean con fuerza en la Copa del Mundo de Mountain Bike. El terreno seco y polvoriento refleja cómo incluso los deportes al aire libre se ven afectados por las altas temperaturas. La resistencia física se mezcla con la resistencia climática.
Y en Italia, una vista aérea revela el nuevo circuito de pruebas Ferrari e-Vortex. Construido en tiempo récord, este trazado futurista de 1,9 kilómetros se extiende sobre 37.000 metros cuadrados. Las curvas peraltadas y el asfalto brillante parecen desafiar el calor, en una apuesta por la innovación y la velocidad en tiempos de transformación.




















