No es ninguna mentira que encontrar un trabajo es toda una odisea para cualquier ciudadano, incluso para aquellos que tienen estudios universitarios, máster o doctorado. Sin embargo, hay un colectivo para el que abrirse camino hacia el mundo laboral, es un trayecto lleno de trabas, prejuicios e incluso, muchas veces, marcado por condiciones muy difíciles; los inmigrantes.
A través de Metrópoli Barcelona, conocemos el caso Guarish, un ciudadano de origen senegalés que pasó toda su juventud en Barcelona; cursó Estudios Hispánicos y más adelante estudió en la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras finalizar sus estudios, decidió volver a su país de origen, pero los conflictos políticos y la inestabilidad económica le obligaron a volver a España. Gracias a la ayuda de su hijo, consiguió un pasaje y pudo volar desde Egipto a Barcelona. “Me insistió mucho en que tenía que salir de allí porque la situación era bastante peligrosa. Gracias a él, hoy estoy aquí”, afirma.

Guarish reflexiona sobre la situación económica de España.
Los jóvenes tenían acceso a una vivienda; en cambio, ahora no pueden
Durante sus 20 años cotizados, una de las diferencias más abismales que ha encontrado entre ambas épocas es que antes el salario era suficiente para acceder a una vivienda propia. “Podías trabajar lo mínimo y permitirte una vivienda. Los jóvenes tenían acceso a una vivienda; en cambio, ahora no pueden. Era una época en la que trabajando fines de semana, ocho o nueve días al mes, cobrabas unas 30.000 pesetas y una habitación costaba 5.000 pesetas”, afirma. En aquel entonces, con un salario de 180,30 euros, pagaba un alquiler de 30 euros, compartiendo con dos personas más. “Un piso de tres habitaciones valía 20.000 pesetas”, aclara.
Con el paso del tiempo, Guarish se ha dado cuenta de que el dinero se ha ido convirtiendo el eje central de la ciudad. Actualmente, todo cuesta más y con la especulación de la vivienda y los bajos salarios, muchos jóvenes se ven obligados a compartir piso, o incluso a vivir con los padres. “Llevo en España desde 1978. Toda mi juventud la he vivido aquí. En aquel entonces, España era muy diferente a lo que es ahora. Era mucho más familiar y mucho más compacta como nación,” explica.
Era una época en la que trabajando fines de semana, ocho o nueve días al mes, cobrabas unas 30.000 pesetas
Mientras trabajaba, Guarish tenía una discapacidad que, en un inicio, nunca le fue reconocida, por lo que tuvo que seguir trabajando pese a sus dificultades. “Nunca había cogido el paro, ni tampoco me gusta estarlo. Ahora por fin ya me han reconocido la discapacidad, pero tuve que estar muy mal”, aclara.
En cuanto el proceso de adaptación a la ciudad catalana, admite que fue un proceso difícil: “Barcelona es complicada incluso para su propia gente. Imagínate para un extranjero. Es complicadísima”, confiesa.
Entre todos los cambios que ha observado en la ciudad, hay otro que le ha resultado especialmente curioso, y es la gran cantidad de bares en cada calle. “Está enfocada a una clase específica, una clase que viene a gastar dinero. Se convirtió en una ciudad de servicios en vez de una ciudad industrial o una ciudad de trabajo”, afirma. Con esta crítica, Guarish reflexiona la falta de mano de obra debido a que la necesidad de la ciudad ha ido evolucionando, convirtiéndose en un lugar de servicios.
Además, señala que lo que más le sorprendió de la ciudad fue el gran número de bares que hay en cada calle. “Tiene muchos bares, eso sí que me impactó. Y eso está mal para los jóvenes, para el futuro de los jóvenes. Porque faltan industrias. No sé si lo notan ustedes”, concluye.