Si a los 65 años el príncipe Andrés tenía alguna esperanza, por remota que fuera, de dejar de ser un proscrito en la familia real británica, toda posibilidad se ha esfumado con la publicación hoy de un libro que –confirmando todas las sospechas ya existentes– lo presenta como un arrogante, un abusador, un depredador sexual, un sucio y un corrupto, además de un ingenuo que se dejó engatusar por Jeffrey Epstein. La salida del libro coincide además con el abrumador resultado de una encuesta de YouGov que revela que dos tercios de los británicos desea que se le despoje de sus títulos reales.
The rise and fall of the house of York (El ascenso y la caída de la casa de York), de Andrew Lownie, es el resultado de años de investigación y cientos de horas de entrevistas con diplomáticos, colegas de Andrés en la Navy y personajes de su círculo social, y sale a la luz a pesar de haberle sido negado el acceso a todo tipo de documentos oficiales sobre su papel como embajador comercial del Reino Unido, sus dudosas finanzas, su vida sexual y su relación con Epstein, que llevan aún el sello de top secret para que no salpiquen a la monarquía y el Estado.
El libro sale a la luz a pesar de haberle sido negado el acceso a todo tipo de documentos oficiales
En el libro, al duque de York no hay por donde cogerlo. Su presunción y arrogancia ya le valieron la enemistad de sus compañeros de colegio en Escocia (entre los que figura el autor del libro), que en los partidos de rugby no perdían la oportunidad de darle un puñetazo o meterle el dedo en el ojo.
A partir de ahí, una anécdota tras otra sobre sus malos modos y su suciedad. El libro se hace eco de la teoría de que perdió la virginidad con solo once años y a lo largo de su vida se ha acostado con más de mil mujeres, muchas de ellas prostitutas a las que llevaba al palacio y hacía que se sentaran a cenar con la reina Isabel, mientras les metía mano por debajo de la mesa. Tras sus juergas, dejaba toallas y kleenex manchados de semen en el suelo para que los recogieran sus sirvientes. El príncipe pervertido es uno de los motes que le ha puesto la prensa, mientras que el personal a sus órdenes lo llama con absoluto desprecio Su majestad el bufón.
La falta de respeto absoluta por sus subordinados ha sido una tónica constante en su vida, señala el libro, con ejemplos tan flagrantes como haber despedido a una persona por tener en la cara un lunar que le producía repugnancia, a otro por llevar una pajarita de plástico y no de seda en una función, y llamar en público imbécil a un tercero por no referirse correctamente al título oficial de su abuela, la reina madre.
El hijo favorito de Isabel II es descrito como un adicto sexual que se ha acostado con más de mil mujeres
Solía decirse que el ejército hacía de uno un hombre hecho y derecho, pero no fue su caso. En una misión a las Malvinas, mientras los miembros del destacamento comían las aburridas raciones del rancho, él se zampó un menú propio de restaurante con estrella Michelín que se había hecho llevar. Cuenta el libro, que ha sido serializado en el diario The Daily Mail, que sus dos grandes hobbies son montar a caballo y el golf, deporte en el que hace que los demás se dejen ganar (igual que Trump), y que sus subalternos recojan las pelotas de los hoyos.
No mucho mejor parada sale Sarah Ferguson, de quien está divorciado hace muchos años, pero viven juntos (y al parecer en perfecta armonía) en su residencia de Windsor, cuyo mantenimiento cuesta 300.000 euros al año que no se sabe de dónde salen. Lo que el libro sugiere es que el rey Carlos y el príncipe Guillermo, a pesar de tenerlo proscrito como miembro oficial de los Windsor, le pasan dinero bajo cuerda, igual que hacía la reina Isabel. La duquesa de York se habría gastado treinta mil euros de una tacada en los grandes almacenes Bloomingdale’s, y una vez despertó a una sirvienta a las cuatro de la mañana para que pusiera una lechuga en hielo. La consideración hacia los demás tampoco parece su fuerte.
Andrés se aprovechó de sus viajes (pagados por el erario) como “representante para comercio internacional” pasándoselo pipa, contratando prostitutas (solo en Bangkok llevó a su cuarto a cuarenta mujeres) y haciendo negocios más que dudosos con millonarios extranjeros, obteniendo préstamos, recibiendo regalos y vendiendo influencia ante la corte de la reina Isabel, que no ignoraba las andanzas de su hijo favorito y le permitía todo. Un angelito.
Y todo esto contado por Andrew Lownie, que se define como monárquico y conservador. ¡Qué descubriremos cuando la biografía se la haga un republicano!