Antonia dell’Atte está destrozada. El último de los grandes modistas nos ha dejado hoy a los 91 años y ella llora convencida de que le debe algo intangible e impagable. La relación entre ambos fue más allá de lo profesional: convertirse en musa de un creador cuyo apellido es un significado le generó una devoción que será eterna. Si la industria de la moda queda huérfana, la profunda e incurable herida en el corazón de Antonia es un involuntario homenaje al hombre que la rescató dos veces. Hemos hablado con ella y por lo genuino de su testimonio, a borbotones y sin necesidad de preguntas ni acotaciones, lo transcribimos textualmente.
“No tenía que haber muerto, él para mí es eterno. Yo iba a estar con él en breve, en Milán, festejando los 50 años de su trayectoria… Quería que estuviese a lado y para mí esto es una... [solloza] no sé cómo explicarte, es un dolor muy fuerte porque yo no tuve un padre y él lo fue en cierta forma. Un padre que me ayudó a entender la vida, a ser seria, a reforzar que fuese una mujer luchadora y valiente.
“Cuando me separé, fue la primera persona que me ayudó. A primeros de los 90, cuando me estaba separando en España, él me llamó de nuevo y pude volver a trabajar porque él me ayudó. Me rescató. Y me rescató de todo: del dolor, de la decepción, de la humillación que sentía en aquel momento. Él me dio dos vidas: me convirtió en modelo y me rescató cuando más lo necesitaba. Te juro que es un dolor insoportable.
“Él me adoraba también porque era una mujer, así me lo decía, que se hacía respetar. “Eres una mujer luchadora y de una belleza desarmante, eres genuina, veraz, Antonia”. Porque a él le gustaba la mujer que sabe lo que quiere, la mujer con dignidad, trabajadora, que vive respetándose y respetando a los demás.
Era una leyenda, viva, real. La elegancia personificada, la discreción, la sobriedad... Y creo que algo he aprendido de esto. Giorgio deja un legado inmortal. Es el último de los grandes. Giorgio te amo al infinito”.