Una obsesión por los detalles más mínimos puede transformar por completo la forma de trabajar de alguien, y en el caso de Woody Allen, ese rasgo se convirtió en una constante a lo largo de su carrera.
En una entrevista concedida a Rolling Stone en 1987, recordaba cómo podía parar una grabación solo porque una figurante llevaba una prenda que correspondía a otra época, aunque jamás fuera a aparecer en pantalla
No quería moverse mucho
La elección de Nueva York como plató era fruto de la comodidad más que del arte
Esa misma meticulosidad convivía con una sorprendente despreocupación, porque también admitió haber terminado antes una jornada de rodaje solo para llegar a tiempo a ver un partido de los Knicks por televisión. Entre ambos extremos se dibujaba un retrato peculiar: alguien capaz de alternar un rigor obsesivo con una flexibilidad absoluta cuando sus prioridades personales se imponían.
Durante aquella conversación en su estudio de montaje, Allen se mostró abierto a hablar de su rutina creativa y explicó que “escribir un guion me toma algunos meses y después más algunos para filmar y editar”. Lo comparaba con otros oficios y aseguraba que un taxista trabajaba mucho más que él, ya que siempre encontraba huecos para tocar el clarinete, salir a cenar o ver a sus amigos. Ese equilibrio entre trabajo y ocio era, según él, lo que le permitía mantener el hábito de estrenar una película cada año sin sentirlo como una carga.

Su manera de trabajar combinaba disciplina y tiempo para disfrutar de la vida
El cineasta también reconoció que, a veces, tomaba decisiones por pura comodidad. Comentó que “sé que filmo en Nueva York porque es más cómodo”, aun sabiendo que rodar en otro lugar podría mejorar el resultado final. Aun así, prefería no desplazarse horas de viaje y recrear cualquier ciudad en unas calles de Manhattan. Era consciente de que esa facilidad podía restar calidad a sus películas, pero no parecía importarle demasiado.
Amigos disponibles
Su grupo de actores habituales facilitaba rodajes ágiles y cambios de última hora
La relación con sus actores habituales fue otro de los temas centrales de la entrevista. Señaló que “es más fácil trabajar con amigos y conocidos”, ya que podía llamarlos en cualquier momento para rodar una nueva idea sin complicaciones de agenda. De hecho, muchas de las variaciones de Hannah y sus hermanas surgieron sobre la marcha gracias a esa disponibilidad.
Su apego a Nueva York quedaba patente en cada respuesta. Allen dejó claro que no soportaba el campo y que se sentía perdido fuera de la ciudad. Contó que le resultaba insoportable pasar una noche en Connecticut y que lo tranquilizaba saber que, si a las dos de la madrugada le apetecía una sopa china, podía salir y encontrarla en un restaurante abierto. Esa necesidad de opciones inmediatas reforzaba la seguridad que le daba vivir en Manhattan.
Al final, cuando le preguntaron cómo quería ser recordado, volvió a su ironía característica y dijo que “preferiría vivir en mi apartamento. Eso es lo que me gustaría”. Una respuesta que resumía bien su visión de la fama: útil para conseguir mesa en un restaurante, pero irrelevante frente a su deseo de seguir con su vida cotidiana en la ciudad que nunca quiso abandonar.