Àngels Truncal, pescadera durante 40 años: “Después de cuatro generaciones, cerraré cuando me jubile, los jóvenes de ahora prefieren la oficina a levantarse a las 3 de la mañana para ir a la lonja para escoger y negociar pescado”
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Su bisabuelo compró la primera parada de Santa Caterina y después de 40 años al servicio de la clientela de todas partes, el histórico puesto de pescado y marisco Truncal Franquesa bajará la persiana cuando el Ángeles es jubile

Àngels Truncal con una de sus hijas en su puesto del mercado de Santa Caterina de Barcelona

A las siete y media de la mañana, el mercado de Santa Caterina todavía no es el hormiguero de selfies y bolsas de papel que será más tarde. Hace frío, hay hielo, cajas que pesan y manos que ya saben qué tocar y qué no. Pese al auge imparable de súper e híper, respaldados por los gigantes de la industria alimentaria, una tropa de autónomos sigue luchando cada día por sacar adelante un negocio que es solo el escaparate visible de mucho esfuerzo, horas y, sobre todo, confianza en la tradición y en un producto fresco de primera calidad.
Es el caso del Ángeles Truncal, pescadera de 64 años, con cuatro décadas de oficio en la espalda. Sin embargo, la historia de la parada es mucho más amplia. “Mi bisabuelo compró la primera parada de marisco de Santa Caterina justo cuando se inauguró el mercado”, relata en una entrevista con RAC1.cat.
Ahora, sin embargo, la historia se acaba con ella. “Cuando me jubile yo, esto se acaba”, suelta, como quien constata una evidencia. Los hijos han estudiado, han escogido otros caminos. Y ella lo entiende: “Antes tener una parada en el mercado era garantía de trabajar mucho y de ganarte bien la vida. Ahora es muy complicado. Ahora yo estoy subsistiendo”, revela.
Decadencia de un barrio sin vida local
El diagnóstico de Àngels no es solo económico, es social y urbano. Santa Caterina está en el corazón de Ciutat Vella, pero ella lo describe como un territorio sin raíces: “Es un barrio que está muy lleno de pisos turísticos… no hay barrio. No hay barrio. No hay barrio”. Y eso, para una parada de toda la vida, es mortal.
Añade otro factor clave: la accesibilidad. La Via Laietana, “la arteria para llegar al mercado”, entre obras, carriles y cambios, ha ido reduciendo el radio de clientela: “Toda la vida ha venido gente de El Masnou, de Sarrià, de la Bonanova, y ahora… hemos perdido a muchísimos clientes”. La gente sigue yendo, dice, pero ya no por rutina, sino por decisión: “La gente que viene a verte es porque tiene la buena voluntad de venir”.

Toda la vida ha venido gente de El Masnou, de Sarrià, de la Bonanova, y ahora… hemos perdido muchísimos clientes
A pesar de la presencia de un supermercado dentro del mercado, Àngels encuentra una grieta para resistir: “Al principio no podían, pero ahora tienen producto fresco, de todo, menos pescado”, explica. Su argumento es simple: quien quiere comer bien acaba volviendo al profesional. “Como en el mercado, en ningún sitio. El pescado, en ningún sitio”.
Las nuevas generaciones y la cultura alimentaria
Si alguien todavía idealiza el oficio, el Ángeles lo baja en el suelo con una lista que parece un turno de fábrica: “Mi marido se levanta a las 3 de la mañana… se va a Mercabarna... Tienes que luchar para buscar un buen pescado, el mejor precio”. Y después, cargar, descargar, hielo, limpiar, preparar, marcar precios, IVA, y vender.
Con estas condiciones laborales, la caída de los márgenes y la subida de impuestos, son poquísimos los jóvenes que quieren continuar con este tipo de oficios tradicionales. “Para abrir la parada necesito unos 600 euros semanales, los jóvenes prefieren estar a una oficina con un salario garantizado, y lo entiendo”, explica el Ángeles.

Los jóvenes de ahora tienen una mentalidad diferente: comprar sano es invertir en salud y ellos lo pagarán más adelante
El mismo pasa con los hábitos de consumo. La incidencia de los ultraprocesados en España se ha triplicado en los últimos 30 años. La economía tiene que ver: según la última investigación de la UCO, el coste mensual de una dieta saludable por persona es de unos 216 euros —en los que los ultraprocesados a duras penas concentran el 8% del presupuesto—, enfrente de los 181 euros de la canasta convencional, donde los productos procesados llegan al 33%.
“Ir al mercado es tiempo, paciencia y después dedicarte a cocinar, los jóvenes de ahora tienen una mentalidad diferente, no están dispuestos a hacer este esfuerzo, pero comprar sano es invertir en salud y lo pagarán más adelante”, advertía Àngels.
Modelo de subsistencia
Àngels se ha reinventado como ha podido: redes sociales, reparto de pescado a domicilio y una base de clientela de edad avanzada que le es fiel y agradecida. Con todo, la clave sigue siendo el trato personalizado: “Quitamos todas las espinas, damos recetas, preparamos el pescado para congelar, hacemos paquetes para arroces, productos especiales para niños… y la gente sonríe y al final siempre vuelve”, relata con una sonrisa.
En Santa Caterina, el hielo se funde cada día. Pero hay paradas como la suya que aguantan porque alguien, durante 40 años, ha decidido que el detalle también alimenta. Y que el pescado, si es de verdad, no admite nada que no sea conocimiento y un tacto completamente profesional.