La libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”. En estos tiempos en que avanza el autoritarismo relativizando libertades y valores, sobresale el recuerdo de Manuel Azaña, el presidente de la II República fallecido en el exilio francés el 3 de noviembre de 1940.
Frases como la citada son parte del legado del más intelectual de nuestros hombres de Estado.
Fue escritor y periodista antes que político y, al tiempo que dirigía los destinos del país, produjo notables obras literarias, como sus celebérrimos Diarios .
Como un tribuno romano, era también gran orador, y sus discursos congregaban multitudes. Uno de los más perdurables lo pronunció en Barcelona: “Paz, piedad y perdón”, en 1938, en plena Guerra Civil. Visto el resultado, lo oyeron, pero no lo escucharon.

            


