Quienes se dedican al estudio del pasado corren muchos riesgos. En la mayoría de los casos, claro está, no se trata de riesgos físicos. Sin embargo, estos ahí están, y, además, tienen el vicio de incrementarse conforme lo hace la distancia temporal entre los investigadores y sus temas de estudio. Sobre todo, si estos últimos se centran en aspectos culturales. Todo esto se debe a una razón muy sencilla: por muy universales que parezcan los temas a tratar, lo cierto es que cada sociedad los vive a su manera. Al final, cuanto más diferente de la suya propia es esa sociedad, más difícil le resulta al historiador comprender la mentalidad de sus gentes.
Esto sucede, precisamente, en el caso del estudio de las mentalidades de quienes vivieron en el Occidente europeo durante la Edad Media. Y es lo que ha provocado, justamente, que muchos especialistas se hayan apresurado a calificar los bestiarios medievales como meras obras “seudocientíficas”.
En busca de las propiedades y del significado de los animales
Cuando pensamos en un bestiario medieval, inmediatamente lo relacionamos con las representaciones de bestias en las paredes o en los altares de las iglesias. Pero, sobre todo, con las de las miniaturas de los códices. En especial, aquellos que se conservan todavía en las bibliotecas universitarias de Oxford y Cambridge.
Desde luego, sus diseños resultan bellos y atractivos. Recientemente, el Museo Episcopal de Vic, en Catalunya, ha organizado una exposición sobre el bestiario medieval que, como era de esperar, ha sido un éxito de público.
Para nosotros, que vivimos en el siglo XXI, los animales y los monstruos del bestiario medieval pueden llegar a resultar casi tan curiosos y fascinantes como los dinosaurios. En cambio, a los autores de aquellas obras y al público al que iban dirigidas, las bestias les interesaban sobre todo en la medida en que podían conocer sus características y sus propiedades, y, tal vez, incluso, su significado oculto. Esto incluía tanto a los animales reales como a los que hoy se consideran seres fantásticos.
Entre estos últimos se encontraban las sirenas, sobre cuyo aspecto no parece haber consenso. En el bestiario que Philippe de Thaün escribió durante la primera mitad del siglo XII, este poeta anglonormando afirmaba que tenían “forma de mujer hasta la cintura, pies de halcón y cola de pez”. Según el anónimo autor (¿o autora?) del llamado Bestiario de Cambridge, también del siglo XII, eran “mortíferas” mujeres aladas. Para el francés Pierre de Beauvais (1206), por contra, las había de tres tipos: “Dos de ellas son mitad mujer y mitad pez, y la otra, mitad mujer y mitad ave”.
            Ilustración de una sirena en un bestiario del siglo XIII
En lo que sí había acuerdo era en lo peligrosas que eran. Así, si para Philippe de Thaün simbolizaban la riqueza, y sus cantos, su capacidad de arrastrar al hombre hasta ahogarlo, para el autor del Bestiario de Cambridge eran seres maléficos que asesinaban a los incautos que caían dormidos a causa de sus “deliciosos” cantos.
Herederos del 'Fisiólogo'
La descripción física que se da de las sirenas en el Bestiario de Cambridge es un calco casi exacto de un texto anterior. Solo se le añaden las palabras “dice el Fisiólogo”. De modo muy similar, al referirse al grifo, criatura en parte águila, en parte león, Pierre de Beauvais dice basarse en “el Fisiólogo”. Lo mismo hace cuando explica las particularidades de ese híbrido entre gallo y serpiente que es el basilisco, “que arroja veneno por los ojos”.
Su contemporáneo Guillaume le Clerc, clérigo normando residente en Inglaterra y autor del que probablemente sea el bestiario del que se han conservado más copias, el conocido como Bestiario Divino, afirma que el Fisiólogo “nos recuerda que existe una bestia maligna y villana, cuyo nombre en griego es ‘hiena’”. Aunque, eso sí, no se refiere a aquel con el mismo nombre que emplea Beauvais. En vez de Fisiólogo usa el de Bestiario.
Sin embargo, no hay que confundir lo uno con lo otro. El fisiólogo es un compendio de saberes que no solo incluye bestias, sino también piedras y plantas. El bestiario es una especie de enciclopedia que se ciñe exclusivamente al mundo de los animales y de los monstruos. El contenido de este último, eso sí, puede consistir en una ampliación o en una reelaboración del texto del primero. O, al menos, del conjunto de relatos que en el siglo XII era conocido con el título de Fisiólogo, o Physiologus.
Lo cierto es que el Fisiólogo que sirvió de base a los autores de los primeros bestiarios de la Europa occidental era una traducción al latín de una versión primitiva cuya autoría se ignora, y de la cual no se ha conservado ni un solo manuscrito. La fecha exacta en la que se compuso también es una incógnita. Solo se sabe que fue redactada en griego, tal vez en Alejandría o en algún lugar de Siria, y que su versión latina ya estaba en circulación en tiempos del teólogo Rufino de Aquilea (345-411).
            Animales como el leopardo o el camello en el 'Bestiario de Rochester'
Así pues, en Europa, los bestiarios aparecieron en el siglo XII en cierta manera como traducciones parciales o textos derivados del contenido animalístico del Fisiólogo latino. Por su parte, los capítulos dedicados a piedras y plantas darían lugar a los lapidarios y a los herbarios medievales.
Bestiarios y derivados
En definitiva, bestiarios, lapidarios y herbarios compartían una misma fuente principal. Los primeros fueron ganando fama y difusión, dando pie a una tradición textual cuya vida se alargó hasta los siglos XIV y XV. De esto último son buena muestra tanto el Bestiario de Gubbio como el Bestiario Catalán del siglo XV e inspiración toscana. Ambos muestran claros paralelismos, como puede verse en el apartado que sus autores dedican a hablar de la pantera. Para ellos, de su boca emanaba un “perfume” tal que atraía a los demás animales, excepto a la serpiente o el dragón, que, según el de Gubbio, “es el enemigo traidor”.
Los bestiarios también inspiraron parte del contenido de otro tipo de obras enciclopédicas muy apreciadas. Es el caso de los Libros del Tesoro (o, simplemente, del Tesoro). Su autor, un notario y embajador florentino que vivió en el siglo XIII y que respondía al nombre de Brunetto Latini, los escribió en francés con el fin de llegar así al público de las altas esferas laicas. Y lo logró. Consta que la biblioteca personal del rey Martí I de Aragón (1396-1410), por ejemplo, contaba con al menos dos ejemplares del Tesoro de Latini.
En él tampoco se renuncia a hablar de criaturas que, a nuestros ojos, son sin duda imaginarias. De nuevo hay que volver aquí sobre las sirenas. Acerca de ellas, Latini decía que “tenían alas y garras en representación de Amor, que vuela y hiere; y que vivían en el agua, porque la lujuria está hecha de humedad”.
¿Seudociencia?
Basándose una vez más en el Fisiólogo, Philippe de Thaün escribió que el cachorro de león nacía muerto, pero que resucitaba al tercer día gracias a los repetidos rugidos de su progenitor. “Sabed que la leona representa a la Virgen María”, afirmaba, “y el leoncillo a Cristo, que murió por los hombres (...) Entendemos por el rugido del león la virtud de Dios”.
Para estudiosos como el norirlandés C. S. Lewis (sí, el amigo de Tolkien y autor de las Crónicas de Narnia) o la argentina Nilda Guglielmi (traductora al castellano de la versión latina del Fisiólogo), este tipo de comentarios, junto a las descripciones de los animales que no se ajustaban a la realidad, eran justamente los que convertían a los bestiarios en mera “pseudozoología” o “pseudociencia moralizante”.
            El fénix representado en el Folio 56 del 'Bestiario de Aberdeen'
Lewis y Guglielmi juzgaron la validez de los bestiarios como el de Thaün partiendo de la mentalidad y la cultura científica occidental del siglo XX. Es evidente, por tanto, que ninguno de los dos tuvo en cuenta la distancia temporal y mental que los separaba de los autores y del público objetivo de los bestiarios. Y, al igual que ellos, quienes todavía hoy menosprecian el valor y la utilidad de aquellas obras demuestran no haber intentado salvar esa distancia.
¿Qué sentido tenían entonces los bestiarios medievales? Sus creadores no buscaban entretener, aunque, desde luego, pudieran cumplir esa función. La mayoría pretendían aleccionar, aunque es cierto que no todos ellos ofrecían una explicación de las características y de la conducta de las bestias que pudiera dar lugar a una interpretación simbólica.
Sin embargo, los que tenían acceso a la cultura escrita podían servirse igualmente de ellos para intentar comprender mejor la obra de Dios. Al fin y al cabo, su concepción del mundo y de la sociedad era profundamente cristiana. Y es precisamente en base a esa mentalidad que hay que buscar la razón de ser del bestiario medieval.



