La situación general de Hispania en el año 710 era más que lamentable. Desde los tiempos de Ervigio (680-687) se atestiguan repetidas malas cosechas, con su corolario de hambrunas y pestilencias que azotaban a todo el reino visigodo. Muchos creyeron que se trataba de un castigo de Dios por sus pecados. Ignoraban que sucesivas y violentas erupciones volcánicas en la lejana Islandia habían modificado temporalmente el clima de buena parte de Europa.
Sea como fuere, las ciudades sufrían una paulatina pérdida de población, y la construcción de edificios disminuyó drásticamente. El valor de las monedas se depreciaba, y el trueque, que nunca desapareció del todo, se revitalizó. La diferencia entre humiliores (trabajadores) y esclavos era ya casi inexistente, y bandas de siervos armados pululaban por los caminos del reino, añadiendo un factor de inestabilidad al ya menguado comercio.
En lo político, el panorama no es mejor. Los vascones volvieron a las andadas y saquearon el valle del Ebro, mientras la Septimania (el sureste de la Francia actual) adquiría vida propia al margen de lo que se dictara en Toledo. Tampoco la obediencia de astures y cántabros estaba en su mejor momento, como lo prueba la construcción de muros y pequeñas fortalezas en los pasos de acceso a dichas regiones.
La monarquía necesitaba un chivo expiatorio, y nunca como antes, relegados a la calidad de siervos, los judíos de Hispania sufrieron una persecución mayor. El rey Égica (687-702) les acusó de mantener contactos con las nuevas gentes que habían llegado al norte de África y que ya habían conquistado Cartago, en 698.

Reyes visigodos: Chindasvinto, Recesvinto y Égica
Por esos días se constata un ataque en la zona de Orihuela aplastado por el duque Teodomiro. Aunque hoy no podamos precisar si se trataba de bizantinos en busca de una base desde la que recuperar Cartago o bien de musulmanes.
En el año 710, Witiza murió repentinamente por enfermedad, lo que provocó un problema sucesorio en el habitualmente inestable panorama visigodo. Sus seguidores proclamaron rey a su hijo de solo diez años Agila II (Aquila), pero el Aula Regia, órgano que asesoraba al monarca y que estaba formado por los grandes magnates del reino, proclamó en Toledo a Rodrigo, duque de la Bética y probable nieto de Chindasvinto (642-653), rey de los visigodos, aunque también es posible que no fuera de estirpe real.
De ahí que, según las fuentes, existieran al tiempo tres reyes en Hispania: Agila II, que dominaría la Septimania y la Tarraconense hasta 716 (después de producida la invasión islámica); Rodrigo, que gobernaba en la mayor parte de la península con la oposición de Sisberto (hermano de Witiza) y del obispo Oppas de Sevilla; y un casi desconocido Sunifredo que acuñaba tremises de oro en Toledo, pero del que poco más sabemos.
Llegan los musulmanes
Mientras sucedía esto, en 682 las tropas omeyas procedentes de Egipto y Libia penetraban en el Magreb al mando de Ugba. Entre quienes se les enfrentaron se hallaba Ulyán (Julián) un oscuro personaje sobre el que se han tejido mil y una historias. No queda claro si pudo haber sido el gobernador bizantino de Tánger, pero fuese quien fuese terminó derrotado y se refugió en Septa (Ceuta), donde resistió hasta 709, quizá con ayuda de los visigodos.
No obstante, a la muerte de Witiza, se consideró desligado de su vasallaje y se avino a pactar un acuerdo con el yemení Musa ibn-Nusayr, quien en 706 fue nombrado por el califa omeya Al-Walid I gobernador de Ifriqiya (Mauritania Tingitana).

Retrato de Witiza, rey visigodo
Con todo, Ulyán, que tenía gran predicamento entre la tribu beréber aún cristiana de los gomeres y mantenía el control del Estrecho, iba a servir de puente entre los recién llegados y la oposición witiziana, representada por el obispo Oppas y la esposa e hijos menores de Witiza, que se trasladaron a Ceuta y negociaron el apoyo de Musa. La poco probable violación de la hija de Ulyán a manos de Rodrigo no parece ser más que una leyenda posterior para explicar su doblez.
Pronto las razias musulmanas en la zona del Estrecho se hicieron cada vez más frecuentes, y en julio de 710 una partida de unos 400 gomeres al mando de Tarif ibn Malik desembarcó en la zona de Tarifa con una doble misión: el saqueo y reconocimiento de la región, informando a la vuelta de la falta de oposición. No sería la única incursión.
Por fin, en abril de 711, las naves de Julián transportaron en varios viajes un verdadero ejército invasor de unos 7.000 hombres que desembarcó cerca de Gibraltar al mando de Tariq ibn Ziyad, lugarteniente de Musa, que se atrincheraron en la zona de Julia Traducta (Algeciras) a la espera de nuevos refuerzos. Presumiblemente, la flota visigoda en manos de los witizanos no intervino por acuerdo previo.
Un primer ataque de Bencio, sobrino de Rodrigo, fracasó cerca de Carteia, y aquel cayó prisionero. En junio, Muza envió unos cinco mil hombres de refuerzo, y durante el intervalo los musulmanes construyeron un campamento más o menos fortificado, al tiempo que arrasaban la zona circundante, aunque sin sobrepasar el río Guadalete. Un segundo ataque visigodo, ahora al mando del duque Teodomiro, no logró expulsarlos.

Entre los frescos de Qusair Amra (actual Jordania) está una representación de seis reyes que se rinden al califa omeya, identificados con sus nombres escritos en caracteres griegos y árabes. Uno de ellos es “Roderic”
Aunque los números siempre bailan, se supone que en vísperas de la batalla de Guadalete las fuerzas musulmanas contaron con unos 17.000 hombres, entre los que habría algunos judíos y witizanos. En contra de lo que se suele creer, eran en su mayoría tropas de infantería con una gran proporción de arqueros, apoyados por unos 300 jinetes de la caballería ligera. Sus mandos solían ser soldados profesionales de origen sirio, y se hallaban muy fanatizados y sedientos de botín.
Curiosamente, ninguna fuente sitúa al traidor don Julián en el lugar de la batalla. Probablemente se había quedado en Algeciras o en Ceuta.
La respuesta de don Rodrigo
En los días de la invasión, Rodrigo se hallaba asediando Pamplona, en territorio de Agila II, y se enteró del suceso tras varias semanas. Pronto se dio cuenta de que no se trataba de una razia, sino de una invasión en toda regla, y no le cupo más remedio que levantar el sitio, dejar parte de sus tropas en la región para hacer frente a los belicosos vascones y dirigirse al sur.
Con el grueso del ejército realizó una dura marcha de más de un mes para llegar hasta la Bética, al tiempo que cometía un primer error: forzado por la falta de recursos, pidió ayuda a los witizanos, creyendo que la defensa de Hispania iría por delante de sus discordias. Extrañamente, tampoco se detuvo a reclutar más tropas durante el trayecto. Tenía prisa por acabar con los musulmanes, lo que le afianzaría en el trono, para poder luego reconquistar el territorio de quien consideraba un usurpador.

Don Rodrigo, rey de los visigodos
Hay que tener en cuenta que el ejército visigodo no era una fuerza permanente, sino que se estructuraba añadiendo levas y fuerzas nobiliarias al núcleo formado por el séquito real, con sus gardingos y bucelarios, uno de los cuales bien pudo haber sido don Pelayo.
Su principal baza estaba en manos de la caballería, que combatía hombre a hombre al modo germano, y que estaba muy acostumbrada a este tipo de lucha, la misma que utilizaron sus enemigos suevos y francos. Por el contrario, su infantería profesional era escasa, pues en su mayor parte la conformaban siervos y esclavos de los nobles que, con demasiada frecuencia, iban equipados con armas de fortuna.
Al llegar a Córdoba, el fatigado ejército de Rodrigo debía de contar con unos 40.000 hombres. El rey se sentía seguro. Antes de ser nombrado, había sido el duque de la Bética, y allí se encontraban la mayoría de sus partidarios, por lo que no dudó que los witizanos le seguirían sin problemas. Sin embargo, nunca tuvo una estrategia clara, y se sintió impelido por la prisa a acabar con aquel problema sobrevenido y volverse al norte.
No obstante, cometió un segundo error al dejar en la ciudad parte de su infantería para que descansara y se reorganizara. Siempre antepuso la rapidez a cualquier consideración estratégica, y no organizó ninguna reserva, ni siquiera táctica.

La batalla de Guadalete, de Salvador Martínez Cubells
Tampoco pensó en cortar las líneas de abastecimiento del enemigo para debilitarlo, dada su superioridad numérica, pues al parecer seguían llegando buques desde el norte de África. Ni tan siquiera cortar el esencial suministro de agua en aquellos días de tanto calor. En todo momento, Rodrigo se mostró como un caudillo audaz y valiente, pero poco reflexivo.
Aunque se siguen barajando fechas y lugares para ubicar la batalla de Guadalete, al parecer esta tuvo lugar en la zona del Caserío Casablanca (cerca de Medina Sidonia) a orillas del río Guadalete entre los días 19 y 26 de julio del año 711.
En un principio, las fuerzas visigodas se dispusieron en tres cuerpos al modo clásico, con Rodrigo en la posición central y los witizanos Oppas y Sisberto en las alas (izquierda y derecha respectivamente). Los musulmanes formaban una estructura muy compacta en profundidad, con entre 6 y 8 líneas, apoyadas en un promontorio, lo que les ofrecía la ventaja de la altura, obligando a los atacantes a marchar cuesta arriba.
Como era habitual, la caballería visigoda avanzó al trote, viéndose sorprendida por nubes de flechas que diezmaban sus fuerzas, mientras los lanceros magrebíes esperaban impasibles una carga que no logró romper sus líneas. Los escasos arqueros visigodos no pudieron contrarrestar la situación.

Portada de 'La crónica del rey Rodrigo', que recoge las tradiciones sobre el último rey visigodo
El regreso de los jinetes a sus líneas devino en caos, aplastando a la infantería que les seguía y provocando su desorganización, mientras los defensores intercambiaban sus líneas al modo romano, permitiendo su recomposición y descanso. La llegada de la infantería visigoda a las líneas musulmanas tampoco logró romper la enconada defensa.
Este esquema se repetiría una y otra vez a lo largo de los días con idéntico resultado y un progresivo menoscabo en la fuerza de los atacantes. Rodrigo se había empecinado. Fueron cargas y más cargas, sin que en ningún momento pensara en rodear al enemigo. De ahí que la ventaja táctica siempre estuviera en manos de Tariq.
Finalmente, al cabo de varios días, los witizanos se pasaron al enemigo. Quizá no se trató de un número muy alto ni decisivo, pero los efectos morales sí fueron importantes, y otros nobles con sus mesnadas también se retiraron, tal vez para defender sus heredades.
Sea como sea, la batalla se perdió, a pesar de que un nutrido grupo del ejército de Rodrigo se refugiara en Écija. No sabemos a ciencia cierta qué ocurrió con el rey godo. Se dice que murió de un lanzazo a manos de Tariq, pero lo más probable es que huyera, puede que herido, y fuera enterrado en Viseu. En todo caso, sin permiso de Musa, Tariq supo aprovecharse del desorden visigodo para comenzar la conquista de Hispania, dando fin a una era e inaugurando otra.