Son muchas las historias sin base o tergiversadas que circulan libremente sobre la orden, fundada tras la primera cruzada para proteger a los peregrinos en Tierra Santa. Uno de los reproches que se ha hecho demasiadas veces a los templarios es el de haber dispuesto de una enorme fortuna fruto del expolio, el robo y la usura, lo que demostraría la avaricia y la corrupción instaladas en la orden.
Otras supercherías han llegado a afirmar que incluso descubrieron rutas navales hasta América (Colón sería un último templario), de donde trajeron cargamentos de oro y plata. En realidad, hasta mediados del siglo XIV, con los templarios ya disueltos, los marineros europeos no se aventuraron a descender siquiera por las costas africanas atlánticas.
Desde luego, eran poseedores de una fortuna descomunal, pero toda, salvo excepciones contadas, la obtuvieron por medios legales para la época. La acumularon gracias a las donaciones que habían recibido de particulares, de la Iglesia o de soberanos, tanto en metálico como en edificios, pueblos y, sobre todo, feudos o encomiendas. Esto les permitía, junto a las exenciones fiscales de las que gozaban, recaudar considerables bienes.
De Tierra Santa también extraían beneficios, pues exportaban a Europa gran número de reliquias, una de las mercancías más lucrativas de la época. No por ello se trataba de un comercio fraudulento.
Algunas reliquias, como ciertos líquidos que parecían exudar algunas imágenes, se creían genuinas. Pero no ocultaban que los trozos de madera que vendían no eran verdaderos fragmentos de la cruz de Cristo, sino astillas cualesquiera que, en contacto con los auténticos, custodiados en Jerusalén, habían adquirido sus propiedades milagrosas.
Banqueros de Europa
Sin embargo, no existía afán lucrativo. Los beneficios eran enviados a Oriente para financiar la guerra contra los musulmanes; nada quedaba en su poder. Su voto de pobreza era riguroso y conocido por la manera estricta en que se aplicaba. Los miembros apenas tenían derecho a poseer bienes particulares, salvo su ropa y una insignificante cantidad de dinero, cuatro denarios. El resto pertenecía a la comunidad. La expulsión inmediata era lo que esperaba a aquellos que hurtaran cualquier cosa, por pequeña que fuese.
Representación de dos templarios a caballo (c.1250).
La honradez con que gestionaban sus bienes fue públicamente reconocida, tanto que fueron muchos los nobles, los comerciantes y hasta los soberanos que les confiaron la custodia de sus tesoros. De esta manera se constituyeron en una especie de red bancaria europea, que extendía letras de cambio y que incluso prestaba dinero. Por él cobraban un interés muy bajo, cuidando siempre de no caer en la usura.
A lo largo del siglo XIII, los papas hicieron de los templarios sus banqueros. También la Corona de Francia, siguiendo este ejemplo, convirtió la casa central parisina de la orden en su administradora y en la tesorería del reino. A tal efecto se levantó en la ciudad la Torre del Temple, que permaneció en pie hasta la Revolución Francesa. Sin embargo, aunque la orden gestionaba los tesoros de muchos reyes, incluyendo el de Francia, solo el pontífice, que era la autoridad a la que se debían, podía disponer libremente de sus riquezas.
Torre del Temple en París, cuadro anónimo, c. 1795
Por supuesto, a lo largo de los años, y ante la acumulación de tan enormes riquezas e influencias, fue imposible evitar casos de corrupción, no siempre corregidos como se debiera. Pero sus desviaciones lo fueron en mucho menor grado que las cometidas por el propio papado y el conjunto de la Iglesia.
La ambición del rey
A finales del siglo XIII, con Acre ya perdido, los templarios otorgaron al papa Bonifacio VIII un elevado subsidio que le aliviase de sus apuros económicos. Las ambiciones de la Corona francesa iban mucho más allá. Hoy está aceptado que fueron las ansias de hacerse con las riquezas del Temple –y, en menor grado, su rivalidad con el papado– las que motivaron la campaña de acoso y derribo de Felipe IV el Hermoso contra la orden.
Un primer paso en esta dirección se dio un año antes de iniciarse el proceso, en 1306. El monarca exigió al tesorero de la orden en Francia un préstamo de 300.000 florines oro que nunca devolvió. Con ello provocó la expulsión del tesorero por el gran maestre Jacques de Molay.



