El disparo que fundó Estados Unidos

Guerra de independencia americana

Hace 250 años, en Lexington y Concord, dos poblaciones cercanas a Boston, se produjeron las primeras batallas entre tropas británicas y milicias patrióticas

Los minutemen atacan a las fuerzas británicas en Lexington

Los 'minutemen' atacan a las fuerzas británicas en Lexington

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En su famoso Himno de Concord, el filósofo Ralph Waldo Emerson escribió que aquel disparo “se escuchó en todo el mundo”, aunque las órdenes militares en el campo de batalla, a orillas de un río que los indios nativos habían llamado Musketaquid, eran las de no abrir fuego.

Al primer tiro salido del mosquete de un soldado británico le siguió una lluvia de proyectiles que acabó con la muerte de dos patriotas y tres efectivos del ejército europeo. La superioridad numérica de los rebeldes, sin embargo, hizo retroceder al centenar de soldados británicos en busca de las tropas que venían del sur.

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Unos setecientos militares habían salido de Boston la noche anterior, el 18 de abril, con el objetivo de incautarse de las armas, suministros y pólvora que los rebeldes, partidarios de un nuevo país independiente, habían acumulado en Concord, 25 kilómetros al este.

Así que aquella noche, aquellos británicos provenientes de once de los trece regimientos de infantería con los que contaba el general Thomas Gage, gobernador de Massachusetts, iniciaron una penosa travesía a remo por la bahía, de la que salieron mojados y enlozados, antes de continuar a pie.

Retrato de Thomas Gage

Retrato de Thomas Gage

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El ruido de tambores, el humo de las fogatas y el tañido de las campanas de los pueblos que atravesaba la columna de hombres anunciaron las intenciones de los militares. Al llegar a Lexington antes del amanecer, les estaban esperando setenta hombres capitaneados por John Parker, quien no quiso confrontarlos y creyó que, al igual que en anteriores expediciones, pasarían de largo y regresarían a Boston sin provocar incidentes. Pero, a pesar de las órdenes del general Gage de no causar daños, el capitán Parker se equivocaba.

Un comienzo abrupto

Las milicias patrióticas se acabaron dispersando tras una refriega que no debió iniciarse, ya que ambos mandos habían ordenado no disparar. Pero, en medio de la confusión y los gritos, se oyó un tiro anónimo; la única certeza era que alguien, no se sabía quién, había apretado el gatillo desde algún lugar apartado y no desde cualquiera de los dos bandos.

Aquella primera descarga sirvió a las tropas británicas para abalanzarse, abrir fuego y matar a siete patriotas. Tiempo después de la batalla, en las sesiones en las que se tomó declaración jurada a los protagonistas, Parker dijo que no tenían intención de disparar, aunque unas palabras grabadas en una piedra, en Lexington, recuerdan ahora lo que el capitán gritó a sus milicias: “Manténganse firmes; no disparen a menos que les disparen, pero si quieren tener una guerra, que empiece aquí”.

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El primer episodio de la guerra de Independencia comenzó con el triunfo británico y una herida en la moral patriótica, cuya revancha se tomaron en Concord. Los militares pusieron rumbo a esa localidad después de lanzar una salva de victoria y llegar, tres horas después, divididos en tres grupos.

Tenían objetivos diferentes: el primero avanzaría hasta la granja Barrett, donde creían que los patriotas guardaban suministros; otro se apostaría en la orilla norte del río Concord, al otro lado del North Bridge; y el último esperaría rezagado en el pueblo. Para la historia, sin embargo, la batalla de North Bridge, donde Emerson leyó su famoso himno al inaugurar un obelisco en 1837, es el símbolo de un día frenético en Concord en el que los ingleses apenas destrozaron tres cañones, quemaron cureñas de madera e incendiaron la casa del pueblo.

El Rubicón cruzado

Un centenar de soldados británicos se apostaron en torno al puente y acabaron enfrentados a los hombres del coronel James Barrett, después de que estos descendieran desde una colina que dominaba el horizonte al ver el humo que salía del pueblo.

Al seguir bajando por las ondulaciones de prados que llegan al río, se encontraron con las tropas inglesas, que retrocedieron, dejaron aislado al otro grupo que había ido a buscar armas a la granja Barrett y acabaron cruzando el puente ante el acoso de las cinco compañías de minutemen (milicianos entrenados) y otras cinco de Acton, Bedford, Lincoln y el propio Concord.

La granja Barret.

La granja Barret.

Historical Perspective / CC BY-SA 3.0

Poco después del intercambio de disparos y muertos, los inexpertos soldados británicos almorzaron con tranquilidad junto al resto de camaradas en el pueblo. Esas horas muertas en Concord sirvieron a las milicias locales para seguir reagrupándose e imaginar la estrategia ofensiva contra el enemigo.

A los soldados británicos aún les quedaba surcar el camino por los mismos senderos que habían alborotado al amanecer, aunque antes de emprender la retirada, cuando daban por concluidas las escaramuzas, ya habían perdido una decena de hombres. Lo que no sospechaban es que, en las siguientes horas, iban a sufrir sesenta bajas más.

No es extraño que John Adams, que se convertiría en el segundo presidente del país, saliera al día siguiente a contemplar los campos de batalla y tuviera claro el destino del país en ciernes: “La suerte está echada, el Rubicón cruzado”.

Tensión en aumento

Solo dos meses antes de las batallas de Lexington y Concord, el Parlamento británico había declarado en rebeldía a la Provincia de la Bahía de Massachusetts, el territorio más activo de las trece colonias contra el dominio británico.

La masacre de Boston de 1770, un episodio en el que los soldados mataron a cinco personas que protestaban frente a la Casa de Aduanas, había agotado la paciencia de los habitantes de la ciudad, asfixiados por unos impuestos cada vez duros. El Reino Unido pretendía recuperarse del esfuerzo de la guerra de los Siete Años (1756-1763) y aplicó un severo entramado de normativas que, en sus colonias de ultramar, gravaban el papel impreso y las importaciones de productos como el cristal, el plomo o el té.

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Masacre de Boston, perpetrada el 5 de marzo de 1770

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Pero los habitantes de Massachusetts creían injustas las medidas, mientras las autoridades coloniales se rodeaban del ejército para garantizar su cumplimiento. Los diez mil soldados que había en Boston, una ciudad de quince mil habitantes, demostraban el delicado contexto.

Los años siguientes a la masacre fueron de mayor tranquilidad, ya que las tropas salieron de la ciudad y se suavizaron ciertas leyes, aunque se mantuvieron los impuestos al té. El conocido como motín del Té, en diciembre de 1773, además de acabar con casi cincuenta toneladas de té en el agua del puerto, dio por concluido ese paréntesis de sosiego.

Motín del Té en el puerto de Boston, en una litografía de Nathaniel Currier de 1846

Motín del Té en el puerto de Boston, en una litografía de Nathaniel Currier de 1846

Aurimages

La respuesta del gobernador Gage había encendido los ánimos. Entre otras cosas, formuló leyes para castigar a los protagonistas de actos de rebeldía como el motín del Té. La tensión se redobló durante el verano siguiente, al ver que los buques de guerra atracaron en el puerto, y durante el mes de septiembre, en lo que se conoció como Alarma de la Pólvora, cuando los ciudadanos de Boston creyeron que los británicos atacarían su ciudad.

Todos esos episodios entretejieron un ambiente que explotaría la siguiente primavera. El secretario de Estado, William Legge, ordenó a Thomas Gage confiscar las armas que los rebeldes almacenaban en Concord, pero los suministros ya habían sido distribuidos en otros pueblos, y los dos cabecillas del movimiento independentista, Samuel Adams y John Hancock, habían huido de Boston.

Sistema de alarmas

Los minutemen eran milicias locales entrenadas en sus propias aldeas. Su funcionamiento venía de los primeros tiempos coloniales, en los que cada ciudad tenía su tropa, cuya mayor virtud era la rapidez, ya que podían estar preparadas “en un minuto”.

Tras la refriega de Lexington, por ejemplo, el coronel Isaac Merrill envió un mensaje urgente al capitán John Currier, de Amesbury, informándole de que los británicos se estaban dirigiendo a Concord “matando y destruyendo a nuestros hombres e intereses”. En la carta, le pedía que reuniera a todos los que fuera posible para acudir a Concord “y ordenar a los que ahora están ausentes y fuera del camino que nos sigan y se unan a nosotros”. Así, en Concord se concentraron rápidamente cuatrocientos individuos.

Aquel sistema de alarma y coordinación, además, disponía de una red de espías y aliados. Cuando el gobernador de Massachusetts dio la orden a los militares de partir a Concord, Paul Revere, un orfebre de Boston, y William Dawes, pusieron rumbo a caballo a Lexington, pasadas las diez de la noche, por caminos diferentes para avisar a Adams y Hancock, que estaban allí resguardados, de la llegada de unas tropas que ya consideraban ocupantes.

El primero lo haría por el norte, cruzando el río Charles, mientras que el segundo lo hizo por la ruta del sur. Y aunque después de verse con los líderes revolucionarios, ninguno de ellos llegó a Concord debido a su tropiezo con soldados enemigos en Lincoln, sí lo hizo Samuel Prescott, que se les había unido en Lexington.

Un final tortuoso

El trabajo realizado por aquella red de informantes cosechó su triunfo después del mediodía. A los cuatrocientos milicianos que se habían juntado en Concord se sumaron varios cientos más de poblaciones cercanas, que acosaron a las tropas británicas en retirada.

El Battle Road Trail sigue el mismo recorrido por el que, hace dos siglos y medio, las columnas de regulares volvían a Concord perseguidas por los disparos. Desde Meriam’s Corner, donde las milicias abrieron fuego, las emboscadas del medio millar de hombres venidos de Chelmsford, a 15 kilómetros de Concord, lanzaron ataques desde las cercas de piedra, los bordes del camino o protegidos detrás de los árboles.

Enfrentamiento entre casacas rojas (regulares británicos) y americanos durante la guerra de Independencia americana

Enfrentamiento entre casacas rojas (regulares británicos) y norteamericanos durante la guerra de Independencia americana

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En total, unas dos mil personas se enfrentaban contra los regimientos británicos que, sin apenas munición, luchaban al borde de la extenuación. Hubo consecuencias dramáticas, como los treinta soldados caídos en el conocido como Bloody Angle. De poco sirvieron el millar de efectivos enviados desde Boston por la tarde, puesto que el peor de los episodios aún se iba a vivir en Arlington, a diez kilómetros de Boston, donde perdieron la vida cuarenta soldados británicos y veinticinco milicianos.

Eso no impidió, sin embargo, que en el tramo final los soldados se vengaran de la escaramuza sufrida en Concord, donde a uno de sus hombres le habían cortado la cabellera, y comenzaran a maltratar a los granjeros que encontraban en sus casas y defendían con armas unas tierras que, nueve años más tarde, se desgajarían del dominio de la metrópoli.

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Pero antes había que ganar muchos combates más, y el primero era el de la opinión pública. Conscientes de ello, al finalizar las batallas de Lexington y Concord, los patriotas se adelantaron al gobierno colonial y enviaron a Londres cien copias de los informes de aquel día para su difusión en la prensa, cosechando sus primeros triunfos.

Las tropas del general Gage, escribían, habían atacado a los habitantes de Lexington en un día memorable para esas generaciones. A continuación, los rebeldes organizados en el Congreso Provincial continuaban con su gran premonición: “Y que debería y sin duda será transmitido a épocas aún por nacer”.

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