A lo largo del tiempo, la arquitectura ha susurrado en silencio nuestra historia. Con palabras hechas de piedra, de arcilla, de madera, de vidrio o de hormigón. Con muescas y marcas que han trazado la pasión, la ambición, el miedo, el amor o la generosidad. También es un relato de ausencias, de exclusiones, de huellas que nadie ha querido leer.
En Los lugares invisibles, Leonor Martín Taibo (actriz y arquitecta) y Lidia San José Segura (actriz e historiadora) abren la puerta a esos espacios que no siempre aparecen en los mapas, pero que habitan nuestra memoria. En esta conversación nos sumergimos en su proceso creativo para descubrir quiénes somos… y quiénes podríamos haber sido.
¿Con qué equipaje deberíamos emprender este viaje que proponéis entre la arquitectura y la historia?
Leonor Martín Taibo: La imaginación. Diría que hay que traer eso, y las ganas de disfrutar del viaje.
Lidia San José: Sí, completamente. Hay que venir con la mente abierta. Nosotras contamos una parte de la historia que no es la habitual: no es la del colegio, ni la de muchos libros de divulgación. Es una mirada con perspectiva de género, de clase y no eurocentrista. Por eso, hace falta estar dispuestas a dejarse sorprender, porque quizá desmontamos mitos o cuestionamos verdades asumidas.

Lidia San José (al fondo) y Leonor Martín Taibo (en primer plano)
¿La decisión de recuperar la memoria de mujeres invisibles fue parte del propósito inicial del libro o surgió durante la investigación?
L. M. T.: Ese propósito lo tuvimos claro desde el principio: queríamos contar también la historia de las mujeres. El índice cambió tres veces, reordenamos capítulos, pero eso no se movió. La historia se ha contado solo en un 50%, y apenas ahora empezamos a recuperar a tantas mujeres que también forman parte de lo que somos. Además, venimos de trabajar en un programa de televisión (Los pilares del tiempo) donde solo dos mujeres fueron protagonistas: Isabel la Católica y la princesa de Éboli. Intentamos incluir más, pero no fue fácil. Mientras tanto, había episodios para Colón, Felipe II, Cervantes, Dalí... Todos hombres. Y cuando aparecían mujeres, era por linaje, no por mérito propio. Faltaban muchas otras.
Por eso, en el libro está Isabel la Católica porque es imposible entender la historia sin ella, pero también incluimos a muchas otras mujeres clave que ni Lidia ni yo conocimos durante nuestras carreras. Queríamos recuperar esos nombres fundamentales para entender el pasado y también la arquitectura actual, donde tantas mujeres están proponiendo nuevas formas de habitar el mundo.
¿Podría decirse que la arquitectura es ese espejo cambiante en el que la historia se refleja en cada momento?
L. S. M.: Sí, totalmente. La arquitectura es una de las bellas artes que mejor retrata la sociedad. No solo por los grandes monumentos, que reflejan el poder de quienes los construyeron, sino también por cómo edificamos hoy. Un ejemplo son los hospitales: en los años cincuenta había salas de espera sin ventanas, algo impensable ahora. La arquitectura muestra cómo evoluciona una sociedad, cómo enfrenta su precariedad. Lo vemos también en la vivienda: en ciudades como Madrid se ofrecen pisos que son casi habitáculos mínimos, y eso dice mucho de lo que estamos construyendo como país.
L. S. J.: Claro, la pintura, el cine o la música también reflejan la sociedad, pero la arquitectura es más visible, más patente. Es de las bellas artes que con más claridad nos muestra tal como somos: cómo vivimos, cómo nos organizamos, cómo construimos en el tiempo.
¿Los edificios nos hablan de poder, ideales y emociones cuando paseamos por la ciudad?
L. M. T.: No solemos percibir el poder simbólico de la arquitectura. Yo misma no lo hacía antes de este libro. Sin una guía, pasamos por los edificios sin ver lo que encierran. Por eso quisimos rescatar espacios cotidianos –escuelas, hospitales, viviendas– que habitamos pero no miramos.
L.S.J: Muchas veces ignoramos la historia que encierran los edificios: está en su forma, materiales y propósito. Ojalá este libro contribuya a cambiar esa mirada. De hecho, por eso lo titulamos Los lugares invisibles: para visibilizar espacios que damos por hechos, que asumimos como fondo, pero que están cargados de significado si sabemos leerlos.

Las autoras de ‘Los lugares invisibles’ (Lunwerg) nos invitan a un viaje fascinante en la encrucijada entre arquitectura, historia y antropología. Su obra es un recorrido por una arquitectura que no solo se mira: se escucha, se siente y se recuerda
El ámbito doméstico abre vuestro libro. ¿Podríais darnos algunas claves sobre cómo han cambiado nuestras casas y formas de vivir a lo largo del tiempo?
L. M. T: Los espacios domésticos son probablemente el mejor ejemplo de cómo ha evolucionado la sociedad. Al principio, eran lugares colectivos: varias familias compartiendo un mismo espacio. Después, con la institución del matrimonio, pasamos a modelos más individualizados. Y así fuimos reflejando, en la forma de nuestras casas, los cambios de valores, de estructuras familiares, de necesidades. En función de la latitud, del clima, de la cultura, desde la domus romana hasta la casa árabe, pasando por cuevas, pisos, chalets, la arquitectura doméstica siempre ha contado mucho más de lo que parece.
Las casas reflejan cómo ha cambiado nuestra forma de vivir: de lo colectivo a lo individual. Pero hoy resurgen modelos como el cohousing, que proponen volver a compartir y cuidarnos en comunidad. La arquitectura, así, deja de ser solo refugio y se convierte en vínculo. En tiempos hostiles, reaparece una necesidad antigua: sostenernos entre todos.

Restos de la domus romana que se puede visitar en el sótano del Auditori Enric Granados de Lleida
En el capítulo “La arquitectura que cura” exploráis el vínculo entre la historia de la medicina, los espacios sanitarios y el papel de las mujeres. ¿Qué ha supuesto para vosotras abordar este tema, y cómo habéis planteado esa conexión a lo largo del capítulo?
L. M. T.: Este capítulo fue especialmente significativo. Queríamos mostrar cómo los espacios sanitarios han evolucionado no solo en lo técnico, sino también en lo simbólico y social: de la caridad religiosa a un derecho público que hoy defendemos con convicción.
L. S. J.: Desde los primeros hospitales del siglo IV, ligados a la caridad religiosa, hasta los sistemas públicos de salud del siglo XX, la arquitectura sanitaria ha reflejado una evolución social profunda. El gesto individual de ayuda se transformó en derecho colectivo, influido por epidemias, figuras olvidadas –como un médico árabe y una mujer– y proyectos pioneros como el hospital para enfermos mentales de Valencia en 1409.
L. M. T.: Los Reyes Católicos impulsaron una red hospitalaria organizada, con modelos replicables diseñados por el arquitecto Enrique Egas. Todo ello muestra cómo la salud pasó de ser un acto piadoso a un bien común que nos une y protege.

Patio del antiguo Hospital Real de Granada, hecho construir por los Reyes Católicos y hoy sede del rectorado de la Universidad de Granada
A raíz de un modelo de hospital creado en Toledo, después en Granada y, más tarde en territorio americano, ¿brota una cierta idea de sistema público de sanidad?
L. M. T.: La repetición del mismo modelo hospitalario marcó un punto clave: el momento en que el Estado asumió el control de la sanidad. Con la creación del Protomedicato –una especie de ministerio de sanidad de la época– se reguló la medicina, la farmacia y la organización hospitalaria. Fue el germen de la sanidad pública tal como la entendemos hoy.
¿Cómo ha servido la arquitectura para impulsar la educación como motor de cambio social? ¿Y de qué manera revela también las desigualdades y la estratificación social?
L. M. T.: La arquitectura educativa refleja profundas implicaciones sociales. La Institución Libre de Enseñanza fue pionera al promover pedagogías innovadoras frente a un sistema rígido, aunque desde lo privado. Hoy, modelos como Waldorf, Reggio Emilia o Montessori siguen esa línea, pero su acceso es desigual. Aun así, algunos centros públicos empiezan a integrar estos enfoques, recuperando ideas como aprender al aire libre o desde la práctica, ya defendidas por la ILE.

Casa de Giner y Cossío, en el n.º 8 del antiguo paseo del Obelisco de Madrid, una de las sedes de la Institución Libre de Enseñanza
L. S. J.: La educación ha sido históricamente elitista y masculina. Aunque hubo mujeres estudiando en la Antigüedad, fuimos expulsadas durante siglos y solo en el siglo XX comenzamos a reincorporarnos. Somos la primera generación de mujeres obreras que ha llenado las aulas, pero hoy resurgen barreras: matrículas elevadas, plazas limitadas. Las pioneras, como la primera arquitecta española (Rosa Barba Casanova), estudiaron aisladas, sin referentes ni siquiera baños para ellas. Aún queda mucho por conquistar.
¿Por qué, aun siendo excelentes estudiantes, las mujeres siguieron ligadas a profesiones del cuidado y no accedieron a los puestos de poder?
L. S. J.: Aunque la primera licenciada en España lo fue en Medicina, Dolors Aleu Riera, en 1882, seguimos asociando a las mujeres con los cuidados. Incluso siendo brillantes, los puestos de poder siguen en manos de hombres. Las pioneras, como las Sinsombrero o Luisa Carnés, apenas fueron reconocidas. Muchas llegaron a la universidad con desventaja, tras una educación desigual. Y con la dictadura el retroceso fue enorme: se purgó al profesorado, se impuso el adoctrinamiento y se degradó la educación pública.
Habláis de arquitectura y artes escénicas. Decía Shakespeare que “el mundo entero es un escenario”. ¿De qué manera creéis que la arquitectura ha permitido al ser humano encarnar distintos papeles y llevarlos a escena desde tiempos remotos?
L. M. T.: La escena existía antes que los edificios: bastaba alguien con algo que contar y un público dispuesto a escuchar. En el libro hablamos de cómo las primeras arquitecturas escénicas que han llegado hasta hoy están casi todas ligadas a contextos religiosos, desde el rito dionisíaco al teatro griego, de los autos sacramentales en Toledo a las capillas abiertas en México que las órdenes religiosas construyeron para llegar a un público indígena acostumbrado a los rituales al aire libre. El teatro surge del ritual, y ese origen sagrado sigue latiendo en su ADN.

Fachada de la capilla abierta del antiguo convento de Santiago Apóstol en Cuilápam de Guerrero, México
L. S. J.: Las artes escénicas en Occidente nacen ligadas a lo religioso: primero con el teatro griego, luego con los autos sacramentales. Pero el impulso de representar es anterior y universal: ya en la Prehistoria hubo danzas y rituales. La arquitectura teatral profana surge de lo cotidiano, como los corrales de comedias, que adaptaban espacios vecinales para contar historias. Porque representar es, al final, una necesidad humana básica.
Los lugares invisibles se cierra con un capítulo dedicado a la arquitectura funeraria, pues, como afirman Lidia San José y Leonor Martín Taibo, “cada tumba, cada memorial, es también un acto de resistencia contra el olvido, un recordatorio de que la muerte no es el fin de la memoria, sino el inicio de un proceso que da sentido a lo vivido y lo sufrido”.