Heracles, el forzudo de la mitología griega al que los romanos llamaban Hércules

Antigüedad

El hijo de Zeus se vio obligado a llevar a cabo trabajos imposibles, que con su extraordinaria fuerza y su ingenio logró superar

Hércules luchando contra Anteo. Cratera griega, 515-510 a. C.

Hércules luchando contra Anteo. Cratera griega, 515-510 a. C

VCG Wilson/Corbis vía Getty Images

El semidiós Heracles fue engendrado en Tebas cuando Zeus, metamorfoseado como el rey del país, sedujo a la esposa de este, Alcmena. El padre de los dioses sentía tal pasión aquella velada que la hizo durar tres noches. El fruto de la relación, Heracles, poseería una enorme concentración de energía. Nacido el más fuerte de los hombres, ganaría la inmortalidad a través de trabajos agotadores, viajes a los confines de la Tierra y mucho sufrimiento. El Olimpo, en recompensa, lo contaría entre los suyos y le daría para siempre la mano de Hebe, la Juventud.

Debido a la infidelidad de Zeus, Hera, su esposa, detestó a Heracles desde antes de que naciera. La diosa adelantó el parto del primo de este, Euristeo, para que fuera él, y no el héroe, quien gobernara en la Argólida, el norte del Peloponeso (una profecía aseguraba esa preeminencia al primogénito real de su generación). También a la cuna de Heracles llegó el odio de Hera. Allí metió la deidad dos serpientes para que lo estrangularan, pero fue el bebé, ya tremendamente robusto, quien asfixió a los reptiles.

Lee también

Los héroes griegos y el Homero que nunca existió

Julián Elliot
Hércules luchando contra Anteo. Cratera griega, 515-510 a. C.

Este episodio constituyó una demostración temprana de la superioridad física de Heracles. Pero su vigor increíble era un arma de doble filo. Siempre excesivo, el semidiós cometió crímenes atroces por no saber controlar su fuerza. El más grave fue el asesinato de sus hijos y de Mégara, su esposa, en un rapto de locura del que se arrepentiría amargamente.

Además del remordimiento insoportable de haber exterminado a su propia familia, Heracles tuvo que someterse a las órdenes de su primo Euristeo, el rey de Tirinto, para expiar su culpa ante los dioses. Cobarde, caprichoso y envidioso de su pariente, el monarca no vaciló en encomendar al héroe las misiones más peligrosas que se pudieran imaginar. El reverso del riesgo y la humillación fue que el hijo de Zeus se divinizó mediante estos esfuerzos de expiación. Los trabajos, doce en total, le enseñaron a superarse progresivamente dando lo mejor de sí.

Horizontal

Fragmento de una estatua de Heracles 

Otras Fuentes

=componente Despiece con lista:

Otras hazañas

Concluido este trabajo, Heracles pudo abandonar el servicio de Euristeo. Pero continuó viviendo aventuras. Algunas fueron colectivas, como la expedición de los Argonautas o la participación en una guerra de Troya previa a la de Aquiles. También liberó a pares suyos, como al Titán Prometeo, encadenado a un monte, o al valiente Teseo, preso de un trono en el mundo subterráneo.

Heracles, Deyanira y el Centauro Neso. Fresco de Pompeya

Heracles, Deyanira y el Centauro Neso. Fresco de Pompeya

Dominio público

Sus duelos incluyeron luchas singulares contra el dios infernal Hades o contra la propia muerte, Thánatos. Entre sus numerosos avatares, el héroe también conoció situaciones curiosas, como la ocurrida tras matar a Eurito, monarca de un reino de Tesalia. Como castigo del Oráculo, el fortachón tuvo que hilar lana a los pies de la reina Onfalia, soberana de Lidia, como si fuera una grácil doncella.

Un regalo envenenado

Heracles no solo se dedicó a llevar a cabo sus proezas. También protagonizó múltiples amoríos y tuvo multitud de hijos derivados de ellos. Quizá por ello una de sus esposas, Deyanira, creyó a un enemigo de su marido cuando le regaló una túnica. Este, el lujurioso centauro Neso, había querido violar a la mujer, lo que impidió el héroe hiriéndole de muerte. Fue entonces cuando el ser, mitad caballo y mitad hombre, impregnó con su sangre una túnica que obsequió a Deyanira antes de morir. Le dijo que era un talismán para garantizar la fidelidad del veleidoso Heracles.

La esposa, ingenuamente, rogó un día al semidiós que vistiera aquella prenda. En cuanto Heracles se la puso sintió dolores tan terribles que se arrojó a una pira encendida en el monte Eta. De este modo, envenenado e incinerado, acabó sus días de mortal el héroe griego por antonomasia, para iniciar una vida mejor en el Olimpo y en la memoria de la gente.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 467 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...