Franco, desde el 1 de octubre de 1936 Generalísimo, jefe del Estado y del gobierno, pasó, desde el 19 de abril de 1937, a ser también jefe nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el nuevo partido único de su régimen.
Este fue creado por él ese mismo día mediante un decreto en el que declaraba fusionados los dos partidos-milicias más importantes de la España “nacional”: Falange Española de las JONS –es decir, la Falange fundada por José Antonio, de signo fascista–, y Comunión Tradicionalista –la organización monárquica ultracatólica de los requetés, que luchaba por “Dios, patria y fueros” y por un rey diferente del exiliado Alfonso XIII–.
Con el llamado decreto de Unificación, Franco pretendía acaparar todo el poder: el militar, el estatal y también el partidario. Por ello, él y sus colaboradores inmediatos de entonces –entre los que comenzaba a despuntar su concuñado Ramón Serrano Suñer– habían ideado y ejecutado la incautación de las dos fuerzas políticas predominantes durante los nueve meses que llevaba la Guerra Civil.
El plan era conformar una dictadura de partido único, homologable con las de los aliados alemán e italiano, de manera que el partido se basaría en el modelo falangista/fascista: la nueva Falange se denominaría casi igual que la anterior –con el solo añadido de la “T” de Tradicionalista–, su estructura interna sería calcada, y se adoptaría casi íntegro su programa, con veintiséis de los veintisiete puntos de FE de las JONS.

Serrano Suñer, con el uniforme de la Junta Política de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
Sin embargo, esta incautación, conocida históricamente como “unificación”, no estuvo exenta de dificultades –en realidad, pocas, teniendo en cuenta su importancia–, y, sobre todo, acabó generando toda una serie de víctimas, si bien ninguna de ellas resultó mortal. Es decir, no hubo un solo fusilamiento, a pesar de celebrarse varios consejos de guerra y de dictarse algunas sentencias de muerte. Nada que ver, por tanto, con lo ocurrido en otro conflicto entre un partido fascista y una dictadura militar, la Rumanía de 1941, entre la Guardia de Hierro y el mariscal Antonescu.
El primero entre sus iguales
Antes de su desaparición por decreto, FE de las JONS vivía una situación paradójica. Había experimentado un enorme crecimiento desde el 18 de julio de 1936, lo que lo había convertido, por primera vez en su historia, en un partido de masas…; si bien, a su vez, había perdido a sus principales dirigentes: José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Onésimo Redondo, muertos por la represión republicana o en combate.
De manera que se encontraba en manos de dirigentes de segundo nivel, sin un jefe nacional y dirigida por una Junta de Mando Provisional que presidía Manuel Hedilla Larrey, exjefe provincial de Santander y maquinista naval, a quien sus camaradas habían situado como primus inter pares.
Desde su responsabilidad, Hedilla había establecido una buena relación y sintonía con Franco, basada en el respeto y la subordinación, muy diferente de la de otros miembros de la junta, que, crecidos por la importancia adquirida por FE, aspiraban a que el partido llegase al poder y al gobierno de la nación. Y a convertirse, ellos mismos, en dirigentes.
La situación entre ambas tendencias se fue tensando a principios de 1937, cuando empezó a rumorearse que Franco planeaba una unificación de fuerzas políticas. Por una parte, la mayoría de la junta –con Agustín Aznar, Rafael Garcerán, Sancho Dávila y otros, todos parientes o profesionales próximos a José Antonio y apoyados por Pilar Primo de Rivera– se mostraba contraria a cualquier incautación de FE por Franco. Por otra, Hedilla, secundado por José Sáinz, veía una oportunidad en la unificación, consciente de las intenciones de Franco de mantener lo fundamental de su partido en el nuevo, aunque sin conocer detalles de cómo se efectuaría tal proceso, ni quién ocuparía los principales cargos.
¿Falange vendida?
Así las cosas, la junta había auspiciado conversaciones con los carlistas para llegar a una unión voluntaria y ofrecer a Franco la presidencia de la nueva organización, tratando así de controlar la unificación y, sobre todo, de conservar sus mandos. Sin embargo, las diferencias ideológicas y las aspiraciones de cada uno de los dos partidos habían frustrado el acuerdo.
Hedilla, que sufría la desconfianza del resto de la junta por su actitud ante una posible unificación, decidió en abril de 1937 acabar con la provisionalidad del mando y con la propia junta, convocando un Consejo Nacional para postularse como nuevo jefe nacional único y sucesor de José Antonio.

Manuel Hedilla (2º por la dcha., junto al automóvil) en Salamanca durante la Guerra Civil
Ello provocó que sus camaradas lo destituyesen el día 16 de ese mes. Con el apoyo de Franco, Hedilla reaccionó ordenando detener a sus oponentes, y esa misma noche, al ir a buscarlos, se produjo un tiroteo en la pensión donde se alojaba uno de ellos, Sancho Dávila, con el resultado de dos muertos, uno por cada bando.
En el Consejo Nacional celebrado los días 18 y 19 de abril, Hedilla fue elegido jefe nacional de FE de las JONS. Sin embargo, el mismo 19, el Generalísimo decretó la unificación, autonombrándose jefe nacional de la nueva FET y de las JONS. Tres días más tarde, designó la nueva junta, o Secretaría Política, del nuevo partido, de la que tan solo formaba parte, de la anterior dirección de FE, el propio Hedilla.
Inmediatamente, sus antiguos oponentes comenzaron una campaña en su contra, acusándole de haber vendido Falange a Franco y de haberlo hecho en su propio beneficio, asegurándose un cargo en el nuevo partido, lo que impulsó a Hedilla a negarse a aceptar su nuevo puesto.
Con ello trataba también de negociar con Franco una composición del secretariado con más exdirigentes de FE. Al mismo tiempo, dentro de su partido, desconcertado por la manera como se había decretado su fusión con los carlistas, se preparaban manifestaciones y, en caso de no prosperar el intento de negociación, ocultaciones de fondos.
El apestado
La reacción de Franco a la negativa de Hedilla a ocupar su puesto y a las maquinaciones de su entorno fue fulminante: se le detuvo y procesó, junto con sus colaboradores más inmediatos.
Hedilla fue condenado a muerte en el proceso, si bien se le conmutó la pena, permaneciendo en la cárcel de Las Palmas hasta 1941. Paradójicamente, sus antiguos oponentes –los Aznar, Dávila, Garcerán, Pilar Primo, Dionisio Ridruejo y otros– aceptaron rápidamente la unificación y fueron promovidos a altos cargos del nuevo partido, tras el acuerdo con Serrano Suñer, antiguo amigo personal de José Antonio.

Franco (izq), Queipo de Llano (centro) y el Cardenal Illundáin en 1937 en el Ayuntamiento de Sevilla
Tras su excarcelación, Hedilla fue confinado en Palma hasta 1946, fecha en que pasó a residir en Madrid. Sabedor de que aún contaba con seguidores en FET y de las JONS, el régimen temía que pudiese encabezar una oposición “hedillista” y lo mantenía semivigilado. No obstante, acuciado por una muy mala situación económica, él no tenía ninguna veleidad conspirativa; pretendía, simplemente, recibir una compensación por lo sufrido, ya que la asignación mensual que le pasaba el partido desde 1941 le resultaba insuficiente.
Durante algunos años, escribió repetidas veces a Franco, al secretario de este –Francisco Franco Salgado Araujo, Pacón– y a varios ministros, demandando una reparación. Finalmente, fue parcialmente atendido con un empleo en Iberia, aunque de un nivel muy inferior al que había aspirado, pero nunca se procedió a la anulación de las causas por las que había sido condenado, tal y como pretendía.
Nace el mito
Comenzó, así, la construcción de su propio mito, que tuvo amplia vigencia durante los años siguientes. Según este, él no había aprobado la unificación, tal como evidenciaba el hecho de que no había aceptado el cargo de Franco, en tanto que sus oponentes sí lo habían hecho, obteniendo, por ello, distintos cargos y prebendas, en muchos casos de por vida.
El mito fue evolucionando, de manera que, poco a poco, más aún tras su muerte en 1970, “hedillismo” pasó a ser sinónimo de “contrario al falangismo unificado”, considerando este como traidor al pensamiento y al legado de José Antonio.
La realidad es que, en el período anterior al 19 de abril de 1937, Hedilla se había mostrado favorable a una unificación en la que el ideario y el tipo de partido falangista fuesen predominantes, como de hecho acabó siendo. Seguramente, su buena relación con Franco había contribuido a ello. Y si no había aceptado el cargo propuesto por Franco, fue por las presiones recibidas de sus camaradas dirigentes, así como para tratar de renegociar con Franco una junta más respetuosa con la anterior dirección falangista.
Tal como había escrito en una nota para sus camaradas, interceptada en la cárcel de Salamanca inmediatamente después de ser detenido, “es necesario convencer al grupo Pilar-Agustín-Dionisio-Fernando-Miguel y José de que no hay más remedio que colaborar con Franco, que con esa actitud no conseguirán nada. A mí me ponen en una difícil situación, detendrán a la mayoría de los jefes provinciales, miembros del Consejo, de la Junta Política de FE, quizá muchos camaradas sean baja en la organización (…)”.

Pilar Primo de Rivera, en primer término, en un acto de Falange
Seguía en la nota: “Debemos colaborar con toda lealtad y fidelidad en estos momentos difíciles de la guerra y de España: 1.º para ganar la guerra. 2º para lebantar [sic] el ánimo, elevar el espíritu de la retaguardia y 3.º para ganar la paz una vez terminada la guerra. Nadie mejor que nosotros para interpretar el programa de FE que es el del Estado, conservar nuestro estilo y manera de ser y [sic] inculcarlo a todos los Españoles [en mayúscula en el original], pues al mismo Franco le habéis oído que será nuestro programa, nuestras consignas (nuestra bandera y nuestro himno) para el Estado y (para la vida interna de la organización)”.
Pero con Franco no se negociaba. Se obedecía. Hedilla pagó caro el no hacerlo, así como el hecho de que en su entorno se organizasen manifestaciones u ocultaciones de fondos. De tal manera que el mito Hedilla, que lo presentaba como un opositor a la unificación, no era más que eso: un mito. La realidad fue mucho más compleja.
Joan Maria Thomàs es catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat Rovira i Virgili