Domingo, 28 de febrero de 1965. Ochocientas mil personas se congregan en la avenida Diagonal de Barcelona –entonces, del Generalísimo– para rezar el rosario. Cientos de banderas y gallardetes mimbrean en los balcones y las calles y más de doscientos altavoces difunden las palabras de los oradores en la tribuna, donde una torre de 27 metros de altura luce el anagrama mariano.
El encuentro, promovido por el padre Patrick Peyton (1909-1992), oriundo de Irlanda y emigrado a los diecinueve años a Estados Unidos, clausura la llamada “cruzada del rosario en familia”, una campaña que ha recorrido ya diversas ciudades del globo con el lema “La familia que reza unida permanece unida”.
La concentración de Barcelona ha batido todos los récords. A vista de pájaro, no cabe un alfiler entre las plazas Victoria (hoy, Cinc d’Oros) y Calvo Sotelo (hoy, de Francesc Macià), donde se alza la tribuna. Llegados de toda la archidiócesis, a pie, en tren o en autobús, los asistentes escuchan al apóstol del rosario, que se defiende bastante bien con el español (lo aprendió en Málaga en los años cincuenta) y que, naturalmente, no está solo.
El nuncio de Su Santidad, monseñor Riberi, preside el acto y lee un telegrama de Pablo VI: “Bajo la dulce mirada de la Virgen de la Merced…”. Al padre Peyton lo presenta el arzobispo de Barcelona, Gregorio Modrego, y no falta tampoco el obispo de Colofó Maties Solà i Farell.

El padre Peyton durante su “cruzada del rosario en familia” en Barcelona el 28 de febrero de 1965
Además de los prelados, las fuerzas vivas de la ciudad siguen la ceremonia en primera línea: el capitán general de Catalunya, Luis de Lamo Peris, el gobernador civil, Antonio Ibáñez Freire, el gobernador militar, general Enrique Giloche Bayo, el alcalde, José María de Porcioles, el presidente accidental de la Diputación, José Ribas Seva, y un largo etcétera, que, hasta el inicio del rezo, disfrutan de la música de la banda municipal, la de la Cruz Roja y la de los hogares Mundet, que entonan el Virolai.
El poder y la gloria
Unos meses antes, en mayo de 1964, el padre Peyton ha reunido a más de medio millón de personas en el paseo de la Castellana de Madrid, en otra demostración del fervor religioso del pueblo español, hábilmente fomentado por las autoridades franquistas, que, no en vano, conmemoraban entonces el 25 aniversario de la victoria en la Guerra Civil.
Según su biógrafa Jeanne Goselin Arnold (A man of faith, 1983), el sacerdote mantuvo una estrecha relación con el almirante Luis Carrero Blanco, quien solía rezar por aquel con un rosario que le había regalado en uno de sus viajes a España.
A juicio de Gregorio Morán, en El cura y los mandarines (2015), “los espectáculos que montaba el sacerdote norteamericano, de procedencia irlandesa, Patrick Peyton, (…), tenían como base la exaltación del ‘rosario en familia’, pero el multitudinario festival no era otra cosa que una manifestación apabullante del nacional-catolicismo”.
Por su parte, Fernando Savater apunta en Mira por dónde: Autobiografía razonada (2003) que “a pesar de los desvelos del padre Peyton, agobiante clérigo irlandés cuyo proselitismo hizo furor en la burguesía franquista, nunca terminé de creerme que ‘la familia que reza unida permanece unida’”.
Todoterreno de la comunicación
La ciudad de London (Ontario, Canadá) inauguró la cruzada del rosario en familia en 1948. El movimiento no tardó en propagarse, hasta alcanzar las 550 predicaciones entre los cinco continentes. La estructura era bastante similar: en una primera fase, la propaganda allanaba el camino; más tarde, tenía lugar el rezo multitudinario; y, finalmente, las organizaciones diocesanas mantenían vivo su espíritu en el tiempo.
El proceso, denominado “las seis montañas”, incluía misas, homilías, formación y campañas en hospitales y prisiones. De las once semanas previstas para cada cruzada, cinco se destinaban a los preparativos, lo que invariablemente garantizaba su éxito.

Anuncio de un encuentro del padre Peyton para rezar el rosario en Birmingham, Gran Bretaña, 1952
Al padre Peyton, de la Congregación de Santa Cruz, le sobraba experiencia para seducir a sus adeptos. Les hablaba de su infancia en Irlanda –sexto de nueve hijos nacidos en el seno una devota y humilde familia de granjeros–, de la tuberculosis que lo postró durante un año y de la intercesión de la Virgen María, que lo salvó de la muerte.
Tal como reconoció más de una vez, no lo movía una causa ni una teoría, sino la conciencia de una sola persona: María, quien le había prodigado su sentido de la humanidad y su personalidad (en alguna ocasión, dijo sentirse como “el burro de María”).
Tras ser ordenado sacerdote en 1941, promovió el rezo del rosario en familia –una institución en su opinión quebrada por la guerra y el materialismo, que había descuidado su unidad y su alegría–, concitando el interés de los medios de comunicación.
Contó, para ello, con aliados de postín, como Bing Crosby, el famoso crooner que había ganado el Oscar al mejor actor por hacer del padre Chuck O’Malley en el bienintencionado musical Siguiendo mi camino (1944), así como con otras estrellas de Hollywood de la talla de James Stewart, Frank Sinatra, Raymond Burr o Lucille Ball, que participaron en su programa de radio Family Theater on the Air (1947-1968).

El cantante Bing Crosby (izqda.) con el padre Patrick Peyton en un estudio de televisión en Hollywood, 1956
Tozudo y carismático, Peyton, un todoterreno de la comunicación, se atrevía con todos los palos. A través de su productora, Family Theater Productions, financió películas para televisión como Triumphant Hour (1953), sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo, Dawn of America (1953), sobre Cristóbal Colón, El Mesías (1975), de Roberto Rossellini, y, en España, Un hombre tiene que morir (1959), codirigida por Joseph Breen y Fernando Palacios.
Su empresa lo sobrevivió y, de hecho, en 2020 presentó el documental Oración. La historia de Patrick Peyton.
Su órgano en papel, The time for family prayer, una publicación entre 12 y 32 páginas que se distribuía en Estados Unidos y Canadá, lucía firmas vinculadas al mundo del espectáculo y la política, como la periodista de cotilleos Louella Parsons o el temido director del FBI J. Edgar Hoover.
En parte, su trayectoria recuerda a la del pastor evangélico Billy Graham (1918-2018), quien, para difundir su mensaje “a la ciudad y el mundo”, montó también su propia radio y una productora de televisión, World Wide Pictures, y no dudó en compartir plató con Woody Allen. O, en el ámbito del catolicismo, a la del arzobispo estadounidense Fulton John Sheen, que, entre 1930 y 1950, presentó el programa La hora católica en la NBC y, más adelante, Life Is Worth Living (1952-1957) y The Fulton Sheen (1961-1968).
“Follow the money”
En cierta ocasión, el político Antonio María de Oriol Urquijo, ministro de Justicia entre 1965 y 1973, le preguntó al padre Peyton cuánto dinero necesitaría para traer la cruzada a España, a lo que el sacerdote respondió que “diez mil dólares”.
La financiación de las campañas fue, precisamente, el talón de Aquiles del misionero, que, tal como reconstruye el documental Guns and rosaries (2019), aceptó dinero de la CIA para sus giras por Latinoamérica. “Un mundo que reza –solía decir– es un mundo en paz”, pero, en el intrincado contexto de la guerra fría, quizá la oración no fuera suficiente…
Guiado por su benefactor Peter Grace y seguro de que “el rosario era el arma ofensiva que destruiría el comunismo”, Peyton recibió, en efecto, fondos de la inteligencia americana a partir de 1959, y cinco años después se implicó con sus marchas, indirectamente, en la Operación Hermano Sam, que condujo al golpe de Estado contra el presidente brasileño João Goulart.
Así las cosas, sus superiores le instaron a cortar esos lazos para que la cruzada, en el imaginario popular, no se manchara con ninguna connotación política, hasta que, en el verano de 1965, el papa Pablo VI le prohibió seguir aceptando esa clase de subvenciones.

Tanques del ejército brasileño frente al Palacio de Laranjeiras, el 1 de abril de 1964 en Río de Janeiro, durante el golpe militar que llevó al derrocamiento del presidente João Goulart
Tras el Concilio Vaticano II, en medio de los tumultos sociales que sacudieron Estados Unidos y el mundo entero en los años sesenta, su influencia decayó. El padre vio en ello una especie de eclipse tras el cual el rosario saldría fortalecido, y, entre tanto, siguió oficiando misas y celebrando la eucaristía, con algunos roces con sus hermanos de congregación, que no veían con buenos ojos su autonomía ni su supuesta mundanidad.
No obstante, los problemas de salud le hicieron bajar el ritmo de trabajo. A mediados de los años ochenta, eso sí, volvió a la primera plana gracias a una multitudinaria cruzada que congregó en Manila (Filipinas) a dos millones de personas y anticipó la caída del dictador Ferdinand Marcos. Asimismo, se ofreció a recolectar un millón de rosarios para enviarlos a los países de la antigua Unión Soviética.
En 1992, a los 82 años de edad, Patrick Peyton falleció al cuidado de las Hermanitas de los Pobres de San Pedro, California, que registraron sus últimas palabras: “María, mi reina, mi madre”. En 2017, el papa Francisco reconoció sus virtudes heroicas y lo declaró “venerable”. La organización Holy Cross Family Ministries (HCFM) continúa hoy su misión, mientras que el Centro Padre Peyton, en Attymass (Irlanda), su localidad natal, vela por su memoria.